“No hubo para nosotras más preocupación que socorrerlos”. Así recuerda Gabriela Bezeric aquellos primeros rescates junto a su hermana Noemí en una localidad de la provincia de Buenos Aires, Argentina, donde las perreras municipales recorrían las calles como un reloj de la muerte. “Arrasaban con los perros como si fueran basura”, dice, y en sus palabras vibra la indignación intacta de esa juventud que las impulsó a recoger a cada animal que se cruzaban antes de que los llevaran en camiones sin retorno.
Aquella tarde, dos jóvenes con corazones inquietos se toparon con una realidad demasiado cruel. Se llevaron seis perros, luego otros seis. Pronto la pequeña propiedad en la que vivían desbordó de vidas peludas y necesitadas. De 12 perros pasaron a casi 300 en cuestión de años. “Fue entonces que entendimos que esto no iba a ser una pasión pasajera; iba a ser nuestra vida”, reflexiona Gabriela.
El destino del santuario cambió abruptamente cuando una resolución emitida por el Banco Central de Argentina las dejó sin la propiedad que habían conseguido. Con una hipoteca a cuestas y más de 300 animales a cargo, las hermanas buscaron un nuevo hogar. No tenían nada, pero tampoco abandonaron a ninguno de los rescatados. “Nunca dejamos a los animales”, dice Gabriela.
Coco, un caballo maltratado, fue el punto de inflexión. Coco había pasado de mano en mano, siempre cargando más de lo que su cuerpo podía soportar, recibiendo palizas hasta que ya no pudo más. Gabriela y Noemí lo rescataron, pero el animal no sobrevivió a la última brutalidad. “Ese día prometimos que ninguna especie abusada moriría sola y sin dignidad”, recuerda Gabriela, la voz quebrada por un dolor que parece reciente. Así fue que El Paraíso dejó de ser solo un refugio para perros. Se convirtió en un santuario interespecies, el primero de su tipo en Argentina.
“Este lugar existe por la maldad humana”, sentencia Gabriela mirando al cielo, como buscando ahí la explicación que no encuentra en la tierra. Desde entonces, vacas, caballos, carpinchos, pavos reales, chivos y burros conviven en armonía. No hay explotación ni castigos; cada vida vale por sí misma. “Acá nadie es solo un número”, subraya.
Los desafíos económicos: sobrevivir a pesar de todo
Mantener vivo el santuario es un milagro diario. El costo de la alimentación y los gastos veterinarios se acumulan. La situación es dramática. Gabriela se lamenta: “Este trabajo no es fácil, y cada día es más difícil”. Las donaciones son esporádicas. Hace más de 25 años, una benefactora estadounidense hizo posible el sueño de iniciar la construcción del hospital veterinario, pero el proyecto aún sigue inconcluso por falta de fondos. “Sobrevivimos con lo mínimo”, dice Gabriela con un suspiro que mezcla gratitud y resignación en un país donde la inflación anual es superior al 200% y la pobreza afecta al 52% de la población.
Encontrar trabajadores es otro obstáculo. Solo algunos voluntarios —apenas seis— ayudan cuando pueden. Tres chicas fieles asisten todos los días, incluso cuando un caballo enferma y es necesario administrarle suero.
Gabriela mira a su alrededor y piensa en el futuro. “Cuando yo me muera, alguien tiene que seguir con esto”, dice con tono severo, consciente de la fragilidad de su legado en un país donde el bienestar animal no es prioridad.
Es por eso que es urgente la ayuda requerida que puede llegar de todas partes del mundo. Para colaborar con El Paraíso se puede poner en contacto con sus administradores a través de la página web (https://elparaisoanimal.org/); sus redes sociales (Instagram: @elparaisoanimaloficial, Facebook: https://www.facebook.com/paraisodelosanimales; Twitter/X: @ElParaisoAnimal); o mandar un mail ([email protected]). En caso de querer hacer una donación desde Argentina, los datos de la cuenta bancaria son los siguientes: Cuenta Corriente BBVA en pesos/dólares n° 191-007531/9; CBU: 0170191920000000753199; alias: DONA.PARAISO.ANIMAL.
El sueño del hospital veterinario
El gran proyecto de Gabriela es construir un hospital veterinario. Pero no será solo para los animales del santuario: quiere que beneficie a toda la comunidad. La idea es ofrecer castraciones a bajo costo, consultas accesibles y educación en bienestar animal. En un país donde los turnos veterinarios públicos son limitados y las clínicas privadas cobran fortunas, Gabriela quiere cambiar las reglas del juego. “Imaginate que una madre con tres hijos llegue y le digan: ‘No señora, no paga’. Eso es lo que quiero”.
Sin embargo, los costos de los insumos y los honorarios de los veterinarios hacen difícil que el hospital sea completamente gratuito. “No queremos que nadie tenga que abandonar a su animal por falta de dinero”, insiste Gabriela. Sueña también con un campo donde los caballos y las cabras puedan correr libres, un espacio donde la naturaleza y los animales vivan en armonía.
Gabriela mira el futuro con preocupación, pero también con esperanza. Sabe que su legado es más grande que cualquier obstáculo. “Todo esto es para el futuro de los animales”, dice, invitando a empresarios y particulares a sumarse a su causa. “No es solo por mi santuario, sino por todos los que no tienen voz”.
Gabriela Bezeric no necesita aplausos ni reconocimientos. Lo que quiere es algo mucho más profundo: continuidad. “Cuando yo ya no esté, esto tiene que seguir”, dice con la voz firme, como si se tratara de una orden que la vida le impuso y ella, a su vez, transmite al futuro. El Paraíso de los Animales no es solo un refugio para cientos de criaturas maltratadas; es una declaración de principios en un mundo donde la compasión suele ceder ante la indiferencia. Cada vaca, perro, caballo o carpincho que vive en este santuario encarna una segunda oportunidad, un triunfo sobre el abandono y la crueldad.
Texto original de Infobae
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