Entre la infinita confusión de viejas reglas de Derecho Internacional, entre opiniones de los que saben y de los que no saben, de analistas, abogados y aspirantes a hombres públicos, y hasta de simples habitúes de pantallas y de redes, y pese a la rabia, la frustración y los cálculos de algunos dueños del destino y de la verdad, a mi me queda claro algo distinto y mejor: primero es el país.
Y el país está constituido por gente que necesita paz, trabajo y un poco de confianza. Está estructurado en torno a instituciones que han sufrido graves descalabros desde hace años, y por un gobierno cuya primera tarea es velar por la vigencia de la ley, la seguridad y el trabajo honesto.
La crisis diplomática, generada por hechos ciertamente complejos, y por tácticas censurables del gobierno mejicano, está envenenada por el dogmatismo, los intereses que confunden y los cálculos políticos que, a un asunto de gran dimensión jurídica y de notable connotación internacional, lo han convertido en un debate político reiterativo, saturado de palabrería y de discursos sin sustancia, salvo las excepciones que brillan por su soledad.
Más allá de las connotaciones coyunturales del asunto, y de las lecturas interesadas de las normas de Derecho Internacional, lejos de los argumentos que justifican y condenan los episodios que vivimos, está un hecho olvidado siempre: lo que importa no es la suerte de un individuo, ni el destino de ningún político que aspire a ser el gendarme de estos predios. Lo que importa no es la ideología ni la vocación autoritaria de unos cuantos, es el país y la necesidad de mínimos consensos para enfrentar la múltiple crisis que nos agobia. No son los odios, son las necesarias solidaridades, no son los sesgos, son las verdades lo que debe prevalecer.
Puede parecer ingenuo proponer en este momento, cuando la tormenta arrecia, cuando se puede hundir el Ecuador, que rescatemos los grandes temas del país, que analicemos la política como herramienta para alcanzar la prosperidad de la gente, y la política como compromiso de tolerancia y transparencia.
A riesgo de todo, planteo ahora que lo primero es el país. Que es indispensable entender sus grandes problemas y exigir a dirigentes y a legisladores de todos los sectores políticos, que obren en consecuencia, que asuman sus obligaciones sin dejar de mirar los desafíos que plantea la violencia, la pobreza, y que imponen la honestidad, la tolerancia y la responsabilidad.
La constitución, las leyes, los tratados internacionales y todos los demás actos políticos, son legítimos en la medida que sirven a los intereses de hombres y mujeres. No sirven si se convierten mecanismos para proyectar intereses de partidos, grupos y caudillos.
Así pues, es cuestión de perspectiva: poner adelante al país, someter los cálculos al mayor interés de la comunidad, renunciar a los debates sin sustancia. Y obrar, y hablar, con la grandeza que impone la gravedad de este momento.
Texto publicado en El Universo
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