El estrés se define como una sensación de tensión mental y preocupación desencadenada, en general, por circunstancias adversas. Este estado, que es inherente a la condición humana, actúa como respuesta instintiva y natural frente a diversos estímulos desafiantes. La manera en que los individuos lo gestionan determina su impacto en la salud y el bienestar, tal como indica la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Si bien en general el estrés ha sido asociado a los adultos y a la vorágine de su vida cotidiana, ahora, la ciencia puso el foco en los jóvenes, ya que un estudio liderado por expertos de la Universidad Estatal de Carolina del Norte planteó que pueden experimentar “sensaciones de envejecimiento” en días estresantes, especialmente cuando sienten que tienen menos control sobre sus vidas.
Esta investigación liderada por Shevaun Neupert, profesor de psicología en la Universidad Estatal de Carolina del Norte, arrojó luz sobre cómo personas de entre 18 y 36 años pueden sentir los efectos del estrés en su percepción de la edad y en su bienestar físico y mental. El trabajo, titulado “El efecto de las creencias de control sobre la relación entre los factores estresantes diarios y la edad subjetiva en adultos más jóvenes”, fue publicado en la revista Mental Health Science.
“La literatura nos dice que, cuando las personas mayores se sienten mayores de lo que realmente son, eso se asocia con una serie de resultados de salud negativos. Sin embargo, hay poca investigación que examine este problema en adultos más jóvenes: personas en la adolescencia y entre 20 y 30 años de edad. Una comprensión más profunda de este fenómeno en todos los grupos de edad podría ayudarnos a desarrollar intervenciones que protejan nuestro bienestar físico y mental”, dijo Neupert en un comunicado.
Y agregó: “Este trabajo puede ser particularmente oportuno, ya que los investigadores del estrés están viendo un aumento en la cantidad de estrés que los adultos más jóvenes experimentan ahora en comparación con la cantidad de estrés que experimentaron las generaciones anteriores cuando eran jóvenes”.
Para llegar a estas conclusiones, los expertos recolectaron datos de 107 adultos jóvenes, con edades comprendidas entre los 18 y 36 años, a través de encuestas diarias que se realizaron durante ocho días consecutivos. Estas encuestas buscaban capturar el nivel de estrés, la percepción de control sobre la vida y la edad subjetiva de los participantes.
“Los participantes informaron haber experimentado niveles más altos de estrés de lo normal, también informaron verse y sentirse mayores. No obstante, esto sólo fue cierto en los días en que también consignaron sentir que tenían menos control sobre sus vidas del que normalmente tenían”, desarrolló Neupert.
“Esto nos dice que el fenómeno del estrés que hace que las personas se sientan mayores no se limita a los adultos mayores. también les sucede a los jóvenes. Hay investigaciones que nos dicen que el estrés hace que los adultos mayores sientan su edad, o incluso se sientan mayores de lo que realmente son. También vale la pena señalar que tanto los niveles de estrés como los niveles de control eran relativos”, apuntó el autor.
Al tiempo que concluyó: “Es importante porque sabemos que experimentar estrés crónico con el tiempo puede tener efectos adversos y que las personas generalmente informan niveles crecientes de estrés a medida que pasan de la edad adulta joven a la mediana edad, entre los 40 y los 50 años. Si estos jóvenes ya están experimentando niveles históricamente altos de estrés para su edad, y ese estrés está afectando su edad, será importante que prestemos mucha atención a los marcadores que utilizamos para evaluar el estrés físico y mental relacionado con la salud para esta generación”.
Infobae analizó estos resultados junto al psicólogo Sebastián Ibarzábal, miembro de la Asociación Argentina de Psiquiatras (AAP) y de la Asociación de Psiquiatras de Argentina (APSA).
“Desde la perspectiva tradicional, el estrés crónico puede llevar a una serie de efectos negativos en la salud mental, como la ansiedad, la depresión y la disminución de la autoestima. Esto puede influir en cómo una persona se ve a sí misma y en la percepción de su edad. Por ejemplo, puede hacer que una persona se sienta más agotada, menos enérgica y menos satisfecha con su apariencia física, lo que puede llevar a una percepción de envejecimiento prematuro. Además, el estrés puede afectar la forma en que una persona se relaciona consigo misma y con los demás, lo que puede influir en su identidad y autoimagen”, introdujo Ibarzábal.
“El estudio va más allá y sugiere que los adultos jóvenes pueden sentirse envejecidos cuando están en cualquier situación estresante pero, mas aun, cuando pierden el control de su vida. Una hipótesis respecto de esto podría ser que asocian la vejez con el desvalimiento y la ineptitud de resolver problemas. De modo que, si se pierde el control de una situación de la vida, es porque se es incapaz y, por ende, viejo. Contrastando con la percepción de los adultos mayores, por ejemplo, en la que el envejecimiento está relacionado con el cansancio, la falta de energía y los malestares físicos y no con su incapacidad resolutiva”, siguió el experto.
De acuerdo a Ibarzábal, el estudio abre un eje de debate sobre qué significa para los adultos jóvenes tener el control de su vida. “En terapia, esta es una temática recurrente, con jóvenes que poseen una falsa sensación de control, planificando su vida al detalle con la certeza de que podrán dirigirla exactamente a donde desean. A menudo, lo hacen sin tener en cuenta la incertidumbre y la imprevisibilidad de la vida. Cuando los hechos no suceden como planeado, lo que suele pasar a menudo, se disparan reacciones de estrés, ansiedad, frustración y enojo con la consecuente visión negativa de sí mismo”, amplió.
Y planteó que, históricamente, se ha considerado que el estrés es una consecuencia natural del envejecimiento y de las responsabilidades asociadas con la vida adulta, como el trabajo y la familia. “Además, los adultos mayores pueden enfrentarse a una serie de cambios y desafíos significativos en esta etapa de la vida, como la jubilación, la pérdida de seres queridos y problemas de salud, que pueden contribuir al estrés. Sin embargo, en las últimas décadas, se ha reconocido cada vez más que los jóvenes también experimentan niveles significativos de estrés debido a presiones académicas, sociales y laborales, lo que desafía esta percepción tradicional”, dijo el psicólogo.
A su turno, Alexis Alderete, licenciado en psicología, especialista en trastornos de ansiedad, observó en diálogo con Infobae: “La relación que los jóvenes tienen con el manejo del estrés puede afectar a su propia percepción en todos los ámbitos de su vida; mental, en su propia imagen y productividad. El estrés es una respuesta psicofisiológica ante determinadas preocupaciones, amenazas y situaciones cotidianas que las personas enfrentan debido a que todavía no cuentan con las herramientas para resolverlas de manera satisfactoria”.
“El estrés se vuelve problemático cuando es constante, casi de manera cotidiana, sostenido en el tiempo y su intensidad es tal que sienten que no pueden ocuparse de otras actividades. Esta situación trae complicaciones a nivel físico debido a que la amenaza percibida activa la respuesta de ‘lucha, huida o paralización’ del cuerpo, liberando determinadas hormonas del estrés, que son el cortisol y la adrenalina, llevando a síntomas físicos como tensión muscular, agotamientos y dolores constantes de cabeza. Los jóvenes especialmente atribuyen estos síntomas para confirmar que son cada vez más viejos para resolver cuestiones poco complejas”, consideró Alderete.
Y sumó: “La carga emocional que conlleva esa situación disparará la ansiedad con pensamientos catastróficos sobre acontecimientos similares en el futuro, acompañados de preocupación y frustración, que contribuye a una sensación de vulnerabilidad, que los jóvenes mal pueden atribuir con la idea de que están teniendo un envejecimiento prematuro. Cuando se sienten abrumados, pueden percibirse a sí mismos como menos capaces o exitosos de lo que son en realidad. Esta distorsión en la autoimagen puede contribuir a la sensación de envejecimiento, ya que la juventud está a menudo asociada con la vitalidad y el éxito”.
“La vida está llena de desafíos constantes, algunos más complejos que otros. El estrés que se dispara al enfrentarse a estas situaciones es parte del proceso de crecimiento hacia una vida adulta más consciente y satisfactoria”, reflexionó Alderete.
Otro profesional consultado por Infobae fue el doctor Pablo Bagnati, especialista en psiquiatría, coordinador de Neuropsiquiatria del servicio de Neurología Cognitiva de Fleni.
“Lamentablemente hay mucha presencia de estrés en los adolescentes y esto lleva a consecuencias bastante lesivas. Por ejemplo, el aumento de enfermedades, el consumo de drogas, de tóxicos y actividades de riesgo. El joven siente su capacidad vital plena: es la libertad, la omnipotencia de la juventud, lo que es algo natural y está lejos de las enfermedades, que son cosa de los ancianos o de gente muy grande. Pero cuando un joven sufre de repente lo contrario a su etapa vital, es decir, una restricción de su libertad, como sucedió en la pandemia, por ejemplo, o cuando siente alguna minusvalía e inmediatamente su aparato psíquico rechaza eso, le hace sentir autopercepciones de que está envejeciendo”, analizó Bagnati.
“Hay responsabilidades que parecen ser en el imaginario del joven: el pelo al viento, la sensación de una playa con un atardecer. Todo eso está más cerca de su imaginario y no las cuestiones que tienen que ver con responsabilidades, agobio, enfermedades o la confrontación de diferentes circunstancias. El joven que empieza con los primeros estrés ajenos no tiene una capacidad aprendida que anticipe biológicamente la probabilidad de atenuar o amortiguar el miedo. Esto le provoca un desacople en su autopercepción de su juventud y sus fuerzas limitadas y empieza a sentirse viejo”, continuó el especialista en psiquiatría.
Y evocó: “A diferencia de lo que se piensa desde el mundo de los adultos, la adolescencia para nada es un momento de la vida sin preocupaciones. Incluso puede ser mayor que la de algunos adultos mayores. Los adolescentes atraviesan diversas problemáticas que tienen que ver con la etapa vital que están viviendo. Esto es muy fuerte ya que es una etapa de cambios. La autonomía con respecto a los padres, empezar a tener su propia libertad, la misma identidad sexual que van logrando, la estructuración de la sexualidad, los dilemas sobre la religión, sobre la política que van tomando cuerpo en ellos, la elección de la propia vocación. Es decir, los adolescentes, lejos de lo que se piensa, están muy expuestos también al estrés”.
El psicoanalista Jorge Catelli, profesor e investigador de la UBA, miembro titular en función didáctica e integrante de la comisión directiva de la Asociación Psicoanalítica Argentina, aportó en conversación con Infobae: “Es importante aclarar que existen dos tipos de estrés. Uno de ellos es el eustrés, que se refiere a la preparación normal de un individuo ante una actividad que lo motiva positivamente para lograr un objetivo. Por otro lado, está el estrés negativo, conocido en inglés como distress, que ocurre cuando este nivel de preparación excede los límites aceptables y produce algún tipo de inhibición en la acción. De todos modos, o hay dos personas que reaccionen de igual manera al mismo estrés”.
“En las últimas décadas, y fundamentalmente en el último cuarto del siglo XX, hubo ciertas exigencias que se fueron extendiendo hacia las infancias y las juventudes. Con lo cual, naturalmente, estas situaciones de distrés fueron apareciendo cada vez más en la clínica con jóvenes y con niños con síntomas propios de los adultos. Se trata de síntomas corporales que reproducen o muestran trastornos gástricos como úlceras, gastritis y afecciones en la piel que son típicas reacciones psicosomáticas al estrés y que empezaron a aparecer con mucha mayor frecuencia”, planteó Catelli.
“La autopercepción se ve altamente afectada por las situaciones de exigencia, y ahí aparece la figura del otro, a partir de la cual nos constituimos. Son nuestros padres, por ejemplo, con expectativas y sus deseos. Pero ese otro se reproduce y se actualiza en quienes vamos a tener como jefes en el trabajo, como instancias evaluadoras en las escuelas, en las facultades. Van a ser aquellos que nos miran, amigos o hijos, que tienen opiniones sobre nosotros e incrementan una instancia interiorizada de nuestro psiquismo, que se desdobla: somos el único ser viviente que puede mirarse a sí mismo, imaginarse en su ausencia, pero también criticarse y exigirse”, cerró el psicoanalista.
Texto original de Infobae
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