La accidentada vida de nuestro país no da tregua; casi al cerrar este azaroso año 2023, dentro del bullado caso “Metástasis”, impulsado por la valiente Fiscal General de Estado, se han encontrado chats -mensajes- demostrativos de comunicación fluida y amistosa entre un conocido periodista y un narcotraficante, lo que ha encendido el debate sobre si ese proceder es aceptable y está dentro de la ley, o no. Se supone que todo periodista conoce los linderos éticos de la profesión, respeta el código deontológico aplicable y, sobre todo, que con su labor está convocado para ayudar a comprender e interpretar la realidad circundante, sin maquillaje alguno, tal cual se presenta.
Desde el siglo XVII se aprobaron en países europeos normas y lineamientos de moral profesional, obrando como adelantos de los códigos deontológicos profusamente adoptados, mejorados y difundidos hasta la actualidad en prácticamente todo el mundo. Incluso, con frecuencia se acude a la autoregulación. Estos instrumentos funcionan como garantía para la libertad de acción del periodista, porque le permite defender sus criterios ante presiones externas de toda índole -económicas, políticas, ideológicas-. Visto así el tema, el periodismo conlleva indiscutiblemente una dimensión ética, sin dejar de lado un permanente e imprescindible ejercicio autocrítico.
La ética en el periodismo es una herramienta para determinar lo que es correcto hacer; comprende normas objetivas válidas y reconocidas para quienes ejercen esa profesión. Expertos señalan dos dimensiones de la ética aplicada al periodismo, la primera, de amplia aceptación, focalizada en la resolución de cuestiones prácticas, concretas y de coyuntura; la segunda, de gran alcance, referida a la actitud del periodista, de esta manera ser ético se convierte en un modo de vivir; cuenta la existencia del profesional como persona ejerciendo la carrera. Hablo de la sujeción del profesional a la naturaleza de su oficio, respecto a la forma correcta de proceder, para que se multiplique el patrimonio moral de la profesión.
Sobre la primera dimensión son pertinentes preguntas puntuales como estas: ¿En nombre del interés público es posible revelar historias clínicas? ¿Se debe proteger la identidad de menores y gente inocente que han sido fotografiados o filmados con delincuentes? Acerca de la segunda dimensión la cuestión es más compleja, porque apela a una valoración subjetiva. En apariencia y en principio no tiene nada de malo el diálogo, la amistad consciente, incluso preocupada y solidaria, entre un periodista y un ladrón de celulares, un carterista, un estafador, un violador o un narcotraficante; pero solo en apariencia, porque hablamos de interlocutores diferenciados por la gravedad de sus conductas o delitos y el impacto que cada uno causa en la colectividad. En esta dimensión los límites del fuero interno dependen de convicciones éticas y morales del periodista, que aquí coinciden con las de las fronteras éticas y los códigos deontológicos de su profesión.
Todo profesional no solo tiene el derecho, sino también el deber de ejercer de la mejor manera posible la profesión, pero para lograrlo no sirven todas las vías, estrategias ni instrumentos, puesto que tal ejercicio debe ceñirse a valores, principios, reglas y códigos de conducta respetuosos de los beneficiarios de los servicios: la sociedad en general. Está en juego la confianza y credibilidad del periodista, nada más y nada menos, del encargado de coadyuvar para que la ciudadanía logre la mejor comprensión de la realidad social y política.
Nos fallan políticos, también autoridades de todo nivel, jueces y fiscales, miembros de la fuerza pública y, ahora incluso defraudan figuras del periodismo, cuando éste debe ser baluarte inclaudicable de la verdad y la ética. Este oficio también debe ser responsable, independiente, lícito, fiable, útil, imparcial, veraz y preciso; de aquí surgen las oportunidades, los riesgos y los retos que tiene. Llega con esperanzas el 2024, por esto, ante el poder destructivo de la delincuencia y sus corifeos, ambicionemos fervientemente que nos permita recuperar la confianza en todos los frentes, con actitudes rectas y la apuesta seria para construir colectivamente un país con futuro prometedor.
Texto original publicado en El Telégrafo
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