Hablar de lo que está sucediendo en cada uno de los ámbitos y lugares del Ecuador, está demás y es innecesario, sin embargo, todos estamos conscientes de los efectos que ocasiona en cada uno de nosotros dichos acontecimientos, algunos experimentan desesperanza; resignación y pena; otros enojo y agresión, en tanto para la mayoría, podría ocasionar, angustia y temor. Sin lugar a dudas, nos encontramos en una situación crítica y sin precedentes de la cual al parecer no hay retorno. Los comentarios de la mayoría de las personas se enfocan en lo negativo, muchos expresan que, “estamos mal, cada vez las cosas se ponen peor”; “no hay futuro en el país”; “lo mejor es salir”, poco a poco sin querer ignorar la realidad, nuestras conversaciones terminan empañando y creando una atmósfera de pesadumbre y oscuridad, conversaciones que no nos llevan a nada bueno, que no aportan en nada, que no cambian nada, por el contrario, terminan causando en nosotros y quienes están alrededor, sentimientos de desesperanza y temor.
Entre los sentimientos de desesperanza, quiero centrarme en el análisis del temor, ese sentimiento que va más allá del miedo común, más allá de esa emoción natural, que, en un momento dado, nos alerta frente a un peligro o amenaza. El sistema límbico del cerebro es el encargado de ejercer el ciclo de acciones frente al temor, logrando que, cada órgano de nuestro cuerpo se prepare para responder a un agente o evento que puede afectarnos, bien sea a la defensa, el ataque o la huida, sin embargo, cuando estos sentimientos permanecen por períodos prolongados, termina afectando nuestra salud y como consecuencia nuestro bienestar físico, mental, espiritual y social.
En esta época en la cual, la mayoría de las personas que profesan el cristianismo se concentran en celebrar el nacimiento de nuestro Salvador Jesucristo, deberíamos reflexionar, ¿por qué la Biblia declara más de 365 versículos cuyo mensaje central es el imperativo? “no tengas temor”, es un mandato, es un reto, reemplazar el temor por la fe, pues la fe es “la certeza de lo que se espera y la convicción de lo que no se ve”. Es importante que aprendamos a reconocer ¿cuáles son nuestras limitaciones?, pero también debemos aprender a reconocer ¿cuál es nuestra responsabilidad en nuestro campo de acción?, pues los grandes cambios en la humanidad y la historia, no se dieron por acción de grandes grupos, por el contrario, se dieron por las acciones y la fe de unos pocos que creyeron que las cosas podían cambiar y ser diferentes.
Cada día es una nueva oportunidad para cambiar, para buscar a Dios, cada año permite que nos pongamos nuevas metas, nuevos retos, para no perder la fe y la esperanza. Cada uno de nosotros podemos ser agentes de cambio que contrarresten esa atmósfera de tinieblas y lograr crear una atmósfera de luz y esperanza, no caigamos en las mismas prácticas de aquellos que condenamos, “no paguemos, mal por mal”, “no nos cansemos de hacer el bien, porque a su tiempo cosecharemos si no desmayamos”.
Empecemos a generar cambios en nuestros círculos cercanos, con nuestras familia; amigos; vecinos; compañeros de trabajo, mostremos misericordia, amor por el prójimo, empecemos a priorizar y rescatar los valores que nos llevan a ser mejores ciudadanos, mejores seres humanos, mostremos integridad entre lo que decimos y hacemos, hagamos nosotros las cosas bien, seamos honestos y respetuosos, pero sobre todo, despojémonos del temor, no desmayemos y esforcémonos, viviendo un día a la vez en fe y esperanza. “No seas sabio en tu propia opinión; más bien teme al Señor y huye del mal. Esto infundirá salud a tu cuerpo y fortalecerá tu ser” Prov. 3: 7-8
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