Al hablar de depresión, resulta de mucha importancia diferenciar la depresión clínica, considerada una enfermedad o trastorno del estado anímico, con estados de tristeza o depresivos, ya que en la actualidad existe el uso indiscriminado de diagnósticos y aquellos erróneos, los cuales son únicamente competencia de profesionales de la salud mental.
La depresión clínica es un trastorno que afecta significativamente el desempeño regular en todas las áreas de vida de las personas y se da de manera recurrente e intensa por períodos prolongados de tiempo, puede llevar a ser limitante y en algunos casos conducir al suicidio. De acuerdo a la OMS (2021), el 3.8% de la población mundial padece depresión con una tendencia de incremento por las características propias que conlleva el estilo de vida actual altamente demandante, veloz y versátil. Por ello es necesario abordar la depresión desde varias aristas y no únicamente desde la afectación de la química de la interconexión neuronal del cerebro como resultado de una predisposición genética como suele tratarse en la mayoría de casos.
Por mucho tiempo el tratamiento de la depresión se la ha tratado únicamente con antidepresivos, los cuales cada vez resultan menos confiables y cuestionables, en especial porque la mayoría de estudios que sustentan el efecto favorable de antidepresivos han sido promovidos y financiados por industrias farmacéuticas, esto conlleva a una susceptibilidad ética con un claro conflicto de intereses, que afecta en el logro de estudios imparciales, sin sesgo.
Existen varios estudios, que si bien no son determinantes, sin embargo, alertan sobre el grado de efectividad de los antidepresivos, pues estos estudios, entre los que se mencionan: Hernán Silva de la Universidad de Chile; Mónica Ausejo Segura; Antonio Sáenz Calvo; Miguel Ángel Jiménez Arriero; María Varela Piñón; Laura del Pozo Gallardo y Alberto Ortiz Lobo, han sido realizados con grupos experimentales y de control, con el suministro de placebos y antidepresivos, cuyos resultados no son significativamente diferentes entre unos y otros. La Guía de práctica clínica de la Universidad de Michigan, NICE y recientes estudios, concluyen que ningún antidepresivo es superior a otro en términos de eficacia o tiempo de respuesta.
La depresión, al igual que otro tipo de trastornos y enfermedades debe ser abordado de manera sistémica y multidisciplinaria, pues somos seres integrales. De acuerdo a últimas investigaciones son muchos los factores que afectan la química de nuestro cerebro, incluso existen tratamientos alternativos a los fármacos con excelentes resultados, adicional a la particularidad de aspectos funcionales y reacciones en cada persona, por lo tanto, ya no hay “recetas” que se apliquen a todas las personas de igual manera y con los mismos resultados.
La atención integral es imperativa en el tratamiento y prevención de la depresión, esto es: cambios en el estilo de vida (manejo del estrés; ejercicio físico, descanso); sueño reparador, alimentación sana y equilibrada (rica en nutrientes, vitaminas y minerales); salud general del cuerpo (ya que otras enfermedades pueden ser las causantes de la depresión, como los trastornos hormonales), gestión de las emociones (resolución de conflictos; sanidad de las emociones), fomentar una vida espiritual y crear relaciones significativas.
Siempre será mejor proponer programas de prevención para fomentar la salud mental e integral en las personas, educar e informar a la población, es parte de las estrategias claves para promover estilos de vida saludable en cada uno de los ámbitos de desempeño: familiar, personal, educacional y laboral. Los factores culturales y situacionales también son un referente entre las formas de aprender a hacer frente a las situaciones cotidianas y trascendentes de la vida. Los discursos, escenarios y vivencias cotidianas pueden constituir un detonante de afectaciones emocionales y mentales, la exposición a discursos e información que puede socavar la forma de ver la vida y hacer frente a ella.
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