Una dolencia horrible se ha diseminado en amplios dominios del Estado y de la sociedad, seres ambiciosos y malévolos la diseminan con tal de consolidar su dominio en el territorio donde todo tiene precio, incluso la vida. La corrupción como patología social ha hecho metástasis en un cuerpo débil, abusado y abandonado a la buena de Dios. Tiene a su servicio un ejército de capos, alfiles y peones con inmejorables conexiones en las funciones más importantes del Estado, todo encaminado a lograr impunidad. Según el Global Organized Crime Index 2023, Ecuador ocupa el puesto 11 de los países más peligrosos del mundo. Un riesgo latente es que el horror se normalice; este es un país casi desahuciado, depende de un milagro para levantarse y seguir.
La delincuencia organizada tiene fuertes nexos internacionales, mueve los hilos del narcotráfico; por aire, tierra y mar se activa una serie de delitos que se sirve de sujetos ambiciosos, contaminando actividades económicas para lavar el dinero fácil, las más comunes: construcción -el sector inmobiliario-, minería, comercio, empresas reales y fantasmas. La delincuencia organizada deja una estela de muerte por donde camina, en las cárceles mata y hasta descuartiza, en las calles el sicariato cobra vidas, también en hogares de pobres y hasta de ricos; solo cuida a sus asalariados mientras le son útiles.
Resulta obvio que quienes están detrás de las actividades delictivas cuentan con orientación especializada y técnica para protegerse. Una legión de “profesionales” asesora, justifica, diseña la estrategia para que el reino del delito se consolide; también manosea el sistema judicial, soborna autoridades débiles y angurrientas, extorsiona, corrompe, se burla de las leyes. Se trata, sobre todo, de abogados y de contadores indignos e inescrupulosos, verdaderos artífices de trabajo sucio en beneficio de las organizaciones criminales.
¿Cómo superar tan grave situación? A nivel mundial hay instrumentos jurídicos como la Convención de las Naciones Unidas contra la Corrupción (2005), que contiene compromisos y obligaciones para los estados. En este marco, el país requiere urgentemente la cooperación internacional y tecnología de última data, también necesita contar con una política pública efectiva, con legislación adecuada y completa, es decir, sin vacíos, resquicios o vericuetos que la tornen inefectiva. Hace falta fortalecer especialmente el trabajo en el campo del lavado de activos y capacitar a los oficiales de cumplimiento con el fin de que su actuación en la recuperación de lo robado sea exitosa; la Unidad de Análisis Financiero y Económico (UAFE), merece atención prioritaria.
Aunque aún haya gente defendiendo ciegamente a personajes políticos impresentables y hasta delincuentes, hoy más que nunca el gobierno, la legislatura y la sociedad, deben tener claridad sobre los intereses primordiales de la ciudadanía y, sin ambages, hacer causa común para liberar al país del espeluznante mal que lo consume.
A propósito de este preocupante tema, no puede ser más oportuno el aparecimiento reciente de la primera novela -thriller- del destacado periodista y escritor Juan Carlos Calderón, titulada “Noticias del nuevo reino”, de sugestiva lectura, reveladora y estremecedora por ser prácticamente espejo de la realidad de un país en terapia intensiva como el nuestro, sometido por fuerzas malignas y despiadadas. Obra recomendada para comprender lo que nos pasa, sin rodeos ni concesiones.
Texto original publicado en El Telégrafo
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