Críticas contra Wall Street y alabanzas a la Revolución Francesa no son, precisamente, lo que uno espera escuchar en el corazón de Hollywood. Tampoco en el elegante y sobrio edificio que acoge al sindicato de actores de EE UU, uno de los ejes sobre los que pivota la industria del cine, que genera más de 170.000 millones de euros anuales en salarios con 2,4 millones de trabajadores. Pero quien lanzó esas proclamas anticapitalistas, frases que dejaron con la boca abierta a millones de estadounidenses, fue una de sus actrices, y no una más, sino la estrella de los noventa Fran Drescher (Nueva York, 65 años). Ella es la actual presidenta de ese sindicato y cabeza de las negociaciones con los estudios. Porque quiere más dinero para los suyos y al pedirlo no le tiembla el pulso. Y si le tiembla, un poquito, es por el enfado, como dejó ver el jueves cuando anunció la huelga de intérpretes, más de 160.000, que paralizaba su sector y que no tiene trazas de acabar pronto.
Fran Drescher no es una estrella al uso. Lleva 40 años sin serlo. Ni ella, ni su forma de actuar y crear, ni su vida lo han sido. Nacida de antepasados polacos y rumanos en una familia judía en Queens, ni siquiera tuvo claro desde el primer día que quisiera actuar. Cuando en los setenta decidió apuntarse a interpretación, en su primer año como universitaria, las clases estaban llenas. Así que lo dejó y estudió un curso de estética. Una experiencia personal y profesional que, lejos de alejarla del éxito, se lo dio.
Porque el nombre de Drescher estará siempre unido al de La niñera, la serie que ella misma creó, produjo, escribió y protagonizó. A su alter ego en pantalla, Fran Fine, le regaló hasta su nombre de pila, pero ella a cambio le devolvió fama y una fortuna calculada por algunos medios en más de 30 millones de dólares. Sus 146 capítulos de apenas 20 minutos durante seis temporadas, entre 1993 y 1999, fueron vistos en EE UU durante su emisión por una media de 10 millones de espectadores; de hecho, por la última temporada Drescher llegó a embolsarse, por cada uno de ellos, 1,5 millones de dólares del momento. Pero fueron sus ventas internacionales (a más de 80 países) y sus adaptaciones locales en países como Turquía, Italia, Indonesia, Argentina o Rusia las que hicieron que su rostro y su voz, nasal y fuerte, sean conocidas en todo el mundo.
Texto original publica en El País
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