El cambio climático es una triste realidad que está alterando el mundo tal como lo conocemos. Impactos como el aumento del nivel del mar, el retroceso del hielo del Ártico o las sequías, cada vez más frecuentes e intensas, están generando situaciones sin precedente para las sociedades humanas. Estas dinámicas tienen un efecto directo en los recursos básicos, especialmente el agua y los alimentos, fundamentales para la subsistencia, seguridad y prosperidad de las poblaciones y naciones en todo el planeta. Cada vez más zonas dejan de ser habitables debido al cambio climático, y ya se cuentan por millones las personas forzadas a migrar.
El cambio climático tiene además consecuencias en el orden geopolítico mundial, por su repercusión negativa en la productividad de los ecosistemas, incluyendo la ganadería y la agricultura. Menor producción significa menos comida y menos recursos, caldo de cultivo para el conflicto. Hay que añadir que aunque el cambio climático afecta a todo el planeta, lo hace de forma desigual. Algunas zonas son particularmente sensibles; precisamente las áreas ya tensionadas, con bajos recursos, mientras que los países responsables de la mayor parte de las emisiones de gases de efecto invernadero, y por lo tanto, los principales causantes del cambio climático, se encuentran en otros lugares.
Amplias zonas del planeta ya muestran signos de debilitamiento causados por los efectos del cambio climático; en las áreas pesqueras del sur de China comienza a haber tensiones importantes, y en regiones como el Sahel, Etiopía, Somalia y Oriente Medio los conflictos se vuelven cada vez más graves.
Y mientras no se actúe para frenar la crisis climática y mitigar sus efectos, el riesgo de conflicto e inestabilidad aumentará y será más difícil de controlar. A la pérdida de capacidad de obtención de recursos se suma la presión demográfica, económica y política, motivada por las migraciones humanas y el abandono de áreas ya inhabitables.
Una región particularmente vulnerable a estos cambios es la península del Cuerno de África, ya de por sí con serias deficiencias estructurales. De ahí, la preocupación legítima de que esta región sea escenario de conflictos y situaciones de inestabilidad en el futuro. El factor más importante para la estabilidad de un Estado radica en garantizar la capacidad de satisfacer las necesidades básicas de los ciudadanos, como alimentos, agua, energía y empleo. El Cuerno de África, que ya enfrentaba numerosas dificultades, recibe ahora los impactos de un cambio en el clima que llega solo a agravar el escenario desestabilizador.
La importancia de abordar esta problemática, en las zonas más afectadas y en particular, en regiones tensionadas de África, fue reconocida por el presidente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas en una declaración hecha pública en enero de 2018. En ella se destacaron los efectos perjudiciales del cambio climático y sus efectos ecológicos que, combinados con otros factores, influyen en la estabilidad de estas regiones. En esta declaración se mencionan aspectos como la sequía, la desertificación, el deterioro de los suelos y la inseguridad alimentaria. El llamamiento a los gobiernos y a las Naciones Unidas es claro: es necesario abordar de manera urgente estos desafíos para garantizar la estabilidad y seguridad de las regiones afectadas.
La alteración del mapa geopolítico por causa climática, y el riesgo subsiguiente de conflictos, tiene distintos orígenes. Por un lado, el cambio del nivel del mar aumenta la vulnerabilidad de las costas. Las ciudades costeras, como Mombasa, Kenya o Mogadiscio, Somalia, seguramente sufrirán pérdidas de recurso hídrico —por la salinización del agua de consumo—, anegación de infraestructuras esenciales o reducción del área cultivable de los campos próximos. Además, los cambios en el océano pueden alterar la disponibilidad de recursos pesqueros. La pérdida de recursos en estas regiones aumentará la piratería, por su proximidad a las rutas comerciales internacionales. De nuevo, conflictos.
La escasez o los problemas de acceso al agua en estas áreas han llevado a que algunos estados y entidades no estatales conviertan el agua en un arma de guerra. Somalia y Oriente Medio, por su situación geopolítica y por las previsiones climáticas, son regiones muy vulnerables en este sentido. Según el investigador Marcus King, el estrés hídrico está proporcionando una oportunidad para que organizaciones extremistas militaricen el agua y su uso, en un conflicto interno que trasciende las fronteras, y crea un efecto dominó internacional.
Si nada cambia, es de esperar que en las próximas décadas, estos efectos se extiendan a regiones áridas y semiáridas, especialmente en aquellas donde el recurso hídrico vaya a ser cada vez más escaso.
Una vez más, la solución a tan complejo problema pasa por frenar las emisiones de gases de efecto invernadero a niveles mínimos, de forma coordinada, global, y cuanto antes. De otro modo, el clima no será el único problema con el que la humanidad tenga que lidiar.
Texto original publicado en Muy Interesante
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