En Lima, la capital de Perú, una mujer transexual fue acribillada con 31 disparos el pasado mes de marzo. El asesino grabó su ensañamiento y lo difundió en las redes sociales. En el norte de Chile, en la ciudad de Arica, dos cuerpos fueron exhumados el mes pasado. Se descubrió que ambos habían sido sepultados con vida. En mayo también, la Fiscalía de Colombia corroboró que un bar, en Bogotá, había sido utilizado para descuartizar personas. Detrás de estas atrocidades está el Tren de Aragua, una organización que surgió como un sindicato de construcción de una obra inconclusa, en Venezuela, allá por el 2009 y que casi 15 años después ha extendido sus tentáculos del hampa en Latinoamérica.
La periodista venezolana Ronna Rísquez llevaba varios años siguiéndoles el rastro y tratando de comprender su estructura, y sus singularidades. En 2020 tomó la decisión de atar todos los cabos en un libro que acabó de darle forma a mediados de 2022 tras cursar un taller en Madrid con el argentino Martín Caparrós, Premio Ortega y Gasset a la Trayectoria 2023. Aprender a contar a los malos, sin prejuicios y a la vez sin concesiones, fue uno de los tantos retos que le puso la página en blanco.
La obra, llamada El Tren de Aragua. La banda que revolucionó el crimen organizado en América Latina (Planeta), vio la luz hace tres meses en el país llanero y a más tardar en julio habrá llegado a Chile, Ecuador, Colombia y Perú. Esta megabanda trasnacional tiene, según las averiguaciones de Rísquez, un “portafolio de delitos”. Algunos tradicionales en una organización criminal como las extorsiones, el sicariato y el narcotráfico y otros no tan comunes como su vinculación a las actividades deportivas, más precisamente en las transacciones de los beisbolistas venezolanos que firman por clubes de las grandes ligas de los Estados Unidos. Las investigaciones indican que son socios en las sombras de diversas academias formativas y que cobran un gran porcentaje por cada venta.
Entre sus actividades delictivas sobresalen, no obstante, la trata de personas y la explotación sexual, las que les les reportan mayores dividendos. Solo en Lima se calcula que reúnen alrededor de un millón de soles (cerca de 275.000 dólares) al mes en las diez plazas de prostitución sobre las que ejercen dominio. Control que, según la Policía peruana, han obtenido a sangre y fuego después de haber desplazado a proxenetas dispersos que en la mayoría de los casos no suponían una gran amenaza.
“Ellos se dieron cuenta de que la manera de sobrevivir era buscar rentas en otros países, porque Venezuela estaba quebrada. Una de las habilidades del Tren de Aragua es haber identificado rápidamente lo que pudiésemos llamar oportunidades de negocios criminales. Cuando los países comienzan a ponerle restricciones a la migración venezolana, era claro que la población no iba a dejar de marcharse. ¿Qué hicieron? Guiar a los migrantes por vías irregulares como los coyotes en México. Al controlar las trochas [caminos informales], también controlaban la mercancía ilícita”, explica Ronna Rísquez, que prefiere no dar detalles sobre su paradero actual.
Una parte de las ganancias obtenidas por las facciones del Tren de Aragua, esparcidas en ocho países de la región (a los ya mencionados se suman Bolivia, Brasil y Panamá), tienen un destino: el Centro Penitenciario de Aragua, más conocido como la cárcel de Tocorón. En esa fortaleza, construida hace 40 años, permanece el líder-fundador de la organización: Héctor Rusthenford Guerrero Flores, alias Niño Guerrero, sentenciado en el 2018 a 17 años de cárcel por un rosario de delitos. Prohibido no rendirle cuentas.
“He estimado que recaudan 15 millones de dólares al año, pero es un cálculo conservador. Tiene que ser mucho más que eso”, afirma Rísquez, quien acudió muchas veces a la cárcel de Tocorón, pero solo pudo entrar una vez. Fue un acontecimiento esencial para completar su trabajo. Allí comprobó lo que era un secreto a voces desde hacía años: que los presos se han adueñado del penal y lo han convertido en suites de lujo. Observó piscinas, canchas deportivas, restaurantes, discotecas y lo que más le impactó: un zoológico.
“Tiene la misma distribución de un zoológico, solo que en pequeño. Los animales están en jaulas adaptadas de acuerdo con su especie y encontré monos, una infinidad de aves, avestruces e incluso un lince. Es increíble. Detrás del portón no vi a funcionarios penitenciarios sino a presos armados que hacían de vigilantes”, cuenta. Tuvo que entrar sin celular ni libreta de apuntes. El más mínimo riesgo podía resultarle fatal.
Sobre la brutalidad del Tren de Aragua, la periodista sostiene que se trata sobre todo de una estrategia para amedrentar a sus adversarios. “Es su forma de ganarse el respeto del resto y de que vean de lo que son capaces. Pueden realizar cosas terribles como desmembrar a alguien y dejarlo en una bolsa. Pero suelen evitar los enfrentamientos armados con otras bandas. Son más de dejar mensajes”, dice.
El coronel Ricardo Espinoza, jefe de la división de Trata de Personas y Tráfico Ilícito de Migrantes de la Policía Nacional del Perú, señala que el método de la banda en el caso de los migrantes es generarles una deuda impagable por conducirlos hasta el país andino. Entre 4.000 y 5.000 dólares. A esa deuda le fijan unos intereses altísimos que deben pagar semanalmente o incluso a diario y bajo amenaza de muerte. Por eso las mujeres, también muchas menores de edad, acaban atrapadas en la prostitución y acaban viviendo sometidas en lo que denominan “casas de acogida”.
Alrededor de la explotación sexual hay una serie de actividades que desempeñan quienes integran la mafia y que resultan atractivos porque representan un ingreso fijo. “Te ponen en planilla. El primer nivel es darle seguridad a la plaza. Es decir, vigilar que los parroquianos no se excedan en el tiempo ni maltraten a las chicas. Pueden recibir hasta 400 dólares semanales. Después están quienes movilizan a las mujeres, luego los que custodian las casas de acogida, y más arriba los gatilleros [sicarios]”, explica el coronel Espinoza.
El general Carlos Alberto Malaver, director de esa división, indica que otro de los negocios que está copando el Tren de Aragua en el Perú es el préstamo gota a gota, antiguamente dominado por la delincuencia colombiana. “Donde hay un centro comercial, un mercado o un grupo de bares o restaurantes, están allí. Le prestan dinero a gente humilde como vendedores o mototaxistas, que terminan pagando con su vida. Son una organización que se nutre de poder de forma dinámica. Pero los estamos golpeando”, asegura.
A diferencia de lo que ocurre en otras bandas, los jefes del Tren de Aragua no son ostentosos y más bien utilizan empleos de perfil bajo como fachada. Un día pueden ser taxistas y otro, personal de limpieza, apunta Ronna Rísquez, que desea que su trabajo “se entienda no solo como la historia de una organización delictiva, sino como la historia de un país preso de la violencia y la ausencia del Estado”, en referencia a Venezuela. Su gran temor coincide con el de las autoridades: que el tren construya más paradas.
Texto original publicado en El País
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