La dura situación ha obligado a muchas empresas a recortar personal, eufemismo que se traduce mejor en decidir quiénes seguirán teniendo cierta estabilidad y los que, lamentablemente, tendrán que arreglárselas día a día; muchas veces porque realmente no hay opción, otras por ahorrar costos, robándole el tiempo a aquellos que se ponen la camiseta y hacen doble trabajo sin una remuneración justa.
Sin embargo, la pandemia ha demostrado que al robar hay formas tan sutiles como descaradas. Ni siquiera las vacunas, medicinas o los centros que salvan vidas parecen ser un ámbito intocable para quienes quieren obtener rédito de la desesperación y necesidad de las personas. Y es que precisamente de eso se puede hablar, también, como una forma de robo.
No importa si son empresas privadas o instituciones públicas, existe una estrategia muy conocida que, poniéndola en palabras, tiene más peso: es muy común que se abuse del tiempo de los trabajadores bajo frases como “hay que ponerse la camiseta” o “debes cuidar el trabajo”. En mi ejercicio como psicólogo, más de un paciente me ha mencionado que se les pide amablemente que otorguen más horas laborales, ya que es necesario “salir adelante”. Todo esto bajo un aire de coacción implícita, pues si el empleado se niega, obtendrá alguna reacción negativa tarde o temprano.
Y no importa si el contrato (si es que existe) estipula un número de horas específicas bajo una modalidad que varía desde estar siempre conectados y responder a cualquier hora, hasta contestar con la supuesta “actitud positiva” de trabajar siete días a la semana sin descansos claros. A eso se suman las tan “vitales” reuniones que bien podrían ser un correo electrónico y los “lame botas” de turno que acceden a arbitrariedades con la esperanza de obtener algo a cambio.
Esto no se limita a ejercicios de respiración o de afrontamiento, y manejo de estrés; sino a una cuestión de contexto. No es solo reconocer las ya típicas y conocidas consecuencias de tener un estilo de vida sin descanso: trastornos de ansiedad generalizada, depresión, estrés y la lenta, pero catastrófica, noción de que se vive únicamente para cumplir tareas que a su vez aseguran que se tenga alimento que comer (porque sin dinero no se come).
A mi parecer, la cuestión es más problemática cuando, sabiendo que alguien necesita desesperadamente mantener un trabajo, se le demanda más tiempo fuera de su horario laboral, con la amenaza implícita del despido o “recorte de personal”. Es decir, de su vida. Una cuestión digna de la filosofía moral.
Uno de esos pacientes me comentó, y expresa perfectamente el dilema. Todos sus compañeros de trabajo sabían que si no accedían a “ponerse la camiseta” siempre habría alguien dispuesto a hacerlo; siendo conscientes de que eso significaba que les robaran su tiempo. Así me dijo: “La elección se reduce a ‘ponerme la camiseta’ o ‘comerme la camiseta’, porque de aquí, trabajo yo no creo encontrar”.
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