“La primera atracción casi siempre es física, hormonal, surge la búsqueda de intimidad y en las ganas de que el otro sienta lo mismo. Centrar el tiempo en el otro, pensarlo día y noche, tratar de pasar juntos la mayor cantidad de tiempo posible, compartir regalitos…, mostrar que la energía está puesta en el otro, que es nuestra prioridad”, explica la psicóloga argentina Cecilia Fochesatto, tratando de definir lo que sucede en los primeros momentos a partir del descubrimiento del otro y la mutua aceptación de emprender un camino, breve o prolongado, como pareja.
“Es como una droga”. La especialista se atreve a comparar estas primeras fases de la atracción con la brusca transformación que provoca el consumo de sustancias que alteran los procesos mentales en el organismo, destacando la potencia de las sensaciones que lo inunda.
Al igual que las drogas, el cuerpo pide cada vez más. Los químicos que entran en juego avisan que no es suficiente el tiempo ni las emociones compartidas, hay una necesidad de más.
Como pavo real
Otra analogía que utiliza para retratar este período es el de una entrevista de trabajo en la que se busca mostrar el mejor perfil. “Se actúa como un pavo real”, extendiendo y mostrando el plumaje de modo que oculte los defectos y destaque las virtudes.
Si la relación avanza, la conexión es emocional, involucra los ideales que proyectamos. “Nos enamoramos del potencial de esa persona que podría ser la que… Cada uno llena su lista de acuerdo a las expectativas que pone en esa otra persona”, dice. Lo vemos o la vemos de acuerdo a lo que necesitamos: amoroso, cariñosa. Entran todos los adjetivos que cada uno quiera.
Es entonces cuando empieza el desafío de tratar de que el otro o la otra, encaje en esos moldes que armamos del amor ideal. Es aquí donde se inicia la frustración porque es cuando salen a flote las carencias.
Mantenerse aferrado a la imagen de ese amor romántico y de cuento de hadas al enfrentarse con la cotidianidad y la realidad, va mostrando que las mariposas en el estómago son un síntoma físico de la ansiedad por sentirnos aceptados y queridos.
Esas mariposas son una manera de tratar de lidiar con el temor al rechazo, ubicando en el otro la responsabilidad de satisfacer todas esas necesidades emocionales que vienen manifestándose desde mucho antes de conocerlo.
El gran tema es que todo este recorrido se realiza de manera inconsciente. La psiquiatra española Marian Rojas Estapé lo explica en una breve narración de anatomía y fisiología del cerebro necesaria para entender lo que sucede tras bastidores en los primeros momentos del enamoramiento.
Plantea que cuando surge esa chispa con el otro, la corteza prefrontal, que esla que interviene en los procesos de razonamiento, deja de funcionar. Se desactiva. Las características objetivas de esa persona que señalan que tal vez no es tan buen match, simplemente se pasan por alto. Con el trascurso del tiempo, indica, la corteza prefrontal va activándose nuevamente, la intensidad de las sensaciones va bajando y la razón entra en la sala.
Ahora sí se van encendiendo todas las luces para contemplar la escena que antes solo contaba con la tenue luz dirigida inconscientemente para acentuar sensaciones. Es entonces cuando cada quien decidirá si quiere compartir el camino con ese otro o prefiere seguir intentando y protagonizando nuevos encuentros con otros coprotagonistas.
¿Cómo enfrentar esa fase casi irracional del primer chispazo de atracción? Cecilia Fochesatto responde que para ser objetivos y ver realmente quién está del otro lado, hay que centrarnos y enfocarnos en nosotros mismos, de manera que el otro no venga a cumplir con nuestras “necesidades”, sino que las cubrimos nosotros mismos trabajando en nuestra autoestima.
“Nada es más atractivo que una persona independiente, que no nos necesite, sino que nos elija. Hay que trabajar en uno mismo, en estar bien. De esa manera, el otro será la cereza en el helado que lo haga más rico, pero no imprescindible”, recomienda la psicóloga.
Agrega que ahí justamente es donde está el amor, en la construcción de ambos, escuchándose primero a uno mismo, sin que el otro nos dé la salvación ni nos complete, porque ya estamos enteros.
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