Desde varios espacios se escucha una crítica constante al patriarcado, tanto como sistema familiar o como régimen político, considerado la principal forma de dominio indeseable en la actualidad. Nos referimos al padre que gobierna en la familia y al “padre de la patria” o caudillo político que gobierna antidemocráticamente. ¿Sucede así en la época presente?
El patriarcado es un discurso que establece un orden familiar y social con determinadas reglas de funcionamiento y que busca organizar los goces de los participantes del vínculo social que funda, sea para bien o mal. En Occidente se estableció, a partir de la tradición judaica, el pater familias romano y el cristianismo. No se escapó a este orden la civilización árabe, las culturas hindúes y las orientales; como la de China, Indochina, Japón y Joseón, y la mayor parte de las etnias africanas.
En la civilización americana prehispánica es un tema discutido hasta la actualidad. En la cultura andina-costeña-oriental, al parecer, se inventó el sistema patriarcal-matriarcal, articulado con las relaciones de reciprocidad, complementariedad y codistribución. Se constató también que, en casi todos los continentes, hay restos de etnias matriarcales, como los mosuo en China continental. El matriarcado es un orden establecido por el gobierno de las mujeres a nivel familiar y social.
En la medida que hay un ordenamiento, opera la lógica masculina del conjunto universal ‘para todos’, que la excepción encierra. La lógica femenina no constituye un conjunto cerrado, cada una es una excepción que no encierra ningún conjunto. Lacan señalaba que a las mujeres hay que contarlas una por una. Cualquiera puede inclinarse hacia el goce masculino o el Otro goce (femenino), más allá de las identificaciones culturales diversas.
Vilma Coccoz, psicoanalista, en una conferencia Interpretar el patriarcado, afirmó que el patriarcado occidental comenzó a desmoronarse con la Revolución francesa. Podemos añadir que contribuyeron la extensión de la ciencia —siempre crítica de lo establecido— y la expansión capitalista que arrasa con los mitos y tradiciones. Al poco tiempo de promulgarse la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano (1789) en la Revolución francesa, la líder Olympe de Gouges, junto con muchas mujeres que organizaron los clubes femeninos, promulgó los derechos de la mujer y de la ciudadana en 1791 (Declaración de los derechos de la mujer y a ciudadana, 2019), suceso poco conocido en el que se afirma que “la mujer nace libre y permanece igual al hombre en derechos”. Luego, como a muchos líderes, los girondinos acusaron y guillotinaron a Olympe de Gouges.
En 1792, la escritora y filósofa inglesa Mary Wollstonecraft, admiradora de la Revolución francesa, publicó su libro Vindicación de los derechos de la mujer, donde enfatiza que las mujeres necesitan de la educación racional como los hombres, discrepando con Jean-Jacques Rousseau, quien sostuvo que las mujeres solo deben ser formadas para el placer.
Flora Tristán (1803-1844), pionera feminista y activista socialista saintsimoniana, quien inventó la consigna “proletarios del mundo, ¡uníos!”, predicó la igualdad justa entre hombres y mujeres; enfatizando la prioridad de la educación de las mujeres y los trabajadores. Se paseó por toda Francia para lograr formar la Unión Obrera; en cuyo proceso conversaba constantemente con trabajadores y mujeres. Ella publicó varios libros como Peregrinaciones de una paria (1838) y la Emancipación de la mujer (1837). Viajó a Perú para reclamar infructuosamente una herencia. Mario Vargas Llosa escribió una novela sobre ella y su nieto, el pintor Paul Gauguin, titulada El paraíso en la otra esquina (2003).
En 1871, durante la rebelión de la Comuna de París, la maestra Louise Michel fundó la Unión de las mujeres, proponiendo una educación no jerárquica que transmitiera los valores republicano-democráticos, igualdad salarial, derecho al divorcio, la separación de la Iglesia ante el Estado y la igualdad entre hijos legítimos e ilegítimos.
En el Primer Congreso de mujeres socialistas (1907), Klara Zetkin afirmó que la causa de las mujeres es inseparable de la de los trabajadores. En 1896, en el Congreso de Gota, se encuentran varias tendencias feministas, como socialistas y “burguesas”, como las sufragistas, y lo interesante, nuevamente, es la conversación alturada que protagonizan todas, lográndose acuerdos comunes. Klara citó a la protagonista de H. Ibsen en Casa de muñecas (1879), señalando que hay una comunidad de intereses entre las mujeres burguesas, las proletarias y las campesinas.
En 1914, Rosa Luxemburgo planteó cambiar el orden “injusto” del mundo mediante la huelga, con una perspectiva pacifista. Mientras tanto, la rusa judía Emma Goldman, gran oradora anarquista en los EE. UU., fue expulsada por el impacto que producían sus palabras en los ciudadanos.
Hay muchas mujeres más, pioneras por abrirse camino en los diferentes discursos al cuestionar el orden patriarcal. Solo se nombran algunas destacadas, quienes fueron fundamentales en extender los principios de la Revolución francesa por todo el mundo, resaltando la elección libre de cada ciudadano.
Vilma Coccoz interpreta que hay un lugar en el mundo donde se han completado los principios de la Revolución francesa (Gipuzkoakultura, 2019). Se trata de la implantación, desde el 2005, del Confederalismo Democrático del Kurdistán, sistema democrático liderado por Abdullah Öcalan. Esta alternativa no cree que los poderes globales y locales árabes, ni los Estados-nación —centralistas por definición— sean sostenibles o que aporten a la democracia.
En el Kurdistán, son las comunidades en asambleas populares de base las que debaten y deciden. Sus delegados forman un cuerpo colegiado general elegidos anualmente. Se reconoce el libre culto, así como las diferencias étnicas y de cualquier tipo. Este Confederalismo se considera una democracia sin un Estado. Todos los derechos y libertades individuales y colectivos son respetados; está prohibida la violencia y sostienen que la principal fuerza para mantenerlo son las mujeres y los jóvenes.
Es paradójico cómo ha surgido esta alternativa en medio de un conjunto de Estados y sociedades árabes marcadas severamente por formas patriarcales de organización, y donde las potencias del mundo siempre intervienen, sobre todo con la violencia.
Por otro lado, el psicoanálisis contribuyó con el cuestionamiento del orden patriarcal. Sigmund Freud fundó el psicoanálisis a fines del siglo XIX, cuando comenzó a escuchar e interpretar los síntomas y malestares de las mujeres que iban a su consulta. La pregunta de fondo de Freud “¿qué quiere una mujer”? fue la base de su investigación psicoanalítica. Sus elaboraciones sobre el complejo de Edipo y su mito original en Tótem y tabú[1] sobre el asesinato del padre de la horda por los hijos era un claro indicio del fin del patriarcado y la decadencia de la moral victoriana; y, a su vez, rescata el deseo humano individual que va más allá de la endogamia.
El colmo del patriarcado político se materializó con el nazismo en Alemania y el estalinismo en la Unión Soviética, donde el psicoanálisis fue perseguido a muerte, lo cual fue el último manotazo de ahogado de esas versiones de horror indecible de aquella época.
Desde la posguerra, durante la década del 60, surgieron múltiples movimientos feministas con distintas posiciones que trastocaron definitivamente el viejo orden patriarcal. A la par, Jacques Lacan enfatizó que la crítica al falocentrismo era errónea, ya que el falo es del orden de lo simbólico y organiza la subjetividad humana de hombres y mujeres; el falo no es masculino ni femenino, argumentaba. Asimismo, que una mujer pueda ser tomada como un objeto de deseo desde la mirada de un hombre abre la posibilidad de un vínculo amoroso, y es la base para pasar a las palabras de amor, afirmaba el psicoanalista.
Lacan aborda el goce femenino, va más allá que Freud y señala que ella es no toda, que experimenta un goce extraño a ella misma, innombrable, y que se lo puede ubicar en los místicos como San Juan de la Cruz o Teresa de Ávila, como otra satisfacción que no es a fálica o simbólica.
Lacan sostiene que ellas son más amigas de lo real-imposible de decir y de la angustia. Se puede usar el padre como un símbolo o función subjetiva tanto para lo mejor o lo peor, así como el goce femenino. Hay que saludar la inmersión de las mujeres en la literatura de nuestros días, mostrando sin tapujos la crudeza de lo real, de lo indecible, y de la angustia, para elevarlas al arte de una escritura legible.
Hoy el patriarcado y el matriarcado ya no ordenan las familias ni las sociedades. Hay una declinación del padre. Sin duda, hay restos degradados o debilitados de su antigua opulencia, pero están sometidos a lo que gobierna: otra versión del padre, la per-versión; es decir, desde el punto de vista social, se trata del objeto de consumo producido exponencialmente por la tecnociencia y el mercado, indiferentes al vínculo social. Por eso tanta violencia contra las mujeres, porque muchas son tratadas como objetos de goce, no de deseo, ante la impotencia fálico-simbólica del varón hipermoderno en decadencia. La virilidad masculina es una impostura nostálgica del patriarcado en retirada. Más viriles parecen ser las mujeres hoy en día.
La estructura perversa pone por delante el fetiche, como un velo que pretende desmentir la castración de la madre. Aunque, bajo la perspectiva del inconsciente, se trata también del objeto de deseo de cada uno, que se basa en un vacío, que es rebelde a cualquier normalización o estandarización, y que puede ser sublimado mediante la invención.
Por ello, los dictadores patriarcales que gobiernan Venezuela, Cuba y Nicaragua son débiles caricaturas grotescas y efímeras en comparación con los regímenes monstruosos y aniquiladores de décadas pasadas. Tampoco se comparan con los príncipes y reyes ilustrados del renacimiento y el barroco. Imponen sobre los pueblos la pobreza del deseo individual para forzarlos a una servidumbre generalizada y silenciosa. Llama la atención que las principales cuestionadoras de estos personajes, que no se dejan engañar por sus pantomimas, son mujeres líderes desde varios campos. La posición femenina es rebelde ante los universalismos y totalitarismos; más bien apuntan hacia la singularidad propia de cada una y de los otros. Y es esa singularidad la que está a la vanguardia del acontecimiento social y político en el siglo XXI, para lo cual es indispensable la libertad de palabra y el Estado de derecho democrático.
Cabe la pregunta si de tanto insistir en el supuesto dominio actual del patriarcado, en el fondo se trata de mantener vivo un amo a quien criticar o de suplantarlo por otro. Hoy los límites se transforman constantemente, lo cual es una manifestación de la feminización del mundo. El padre es actualmente un síntoma más, y aquello que fue designado como Edipo —nombre del padre, metáfora paterna, función paterna— se ha reducido al síntoma de cada uno que modula su subjetividad; sea con dolor, felicidad o ambas. En ese sentido va la frase de Lacan de prescindir del padre a condición de servirse de él. La democracia es un síntoma para trabajar; sin los síntomas parlantes, no hay democracia.
Referencias
Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana. (2019). Observadores de derechos humanos. https://bit.ly/3uoPzf8
Gipuzkoakultura. (4 de abril de 2019). “Interpretación del patriarcado”, Vilma Coccoz
. YouTube. https://bit.ly/3AW257c
Wollstonecraft, M. (1792) A Vindication of the Rights of Woman: with Strictures on Political and Moral Subjects. Edición Peter Edes.
*Magíster en Psicoanálisis con mención en Clínica Psicoanalítica de la Universidad Católica Santiago de Guayaquil. Licenciado en Humanidades con mención en Historia por la Universidad Católica de Lima, y estudios en Psicología Clínica. Autor de varios artículos en libros, revistas y sitios web. Psicoanalista practicante, docente de Humanidades y director de Publicaciones de la Universidad Casa Grande.
PUBLICADO EN VENTANALES 19: https://www.casagrande.edu.ec/revista-ventanales-ucg/
[1] Libro de Freud de 1972 (Obras completas, tomo V; editado por Biblioteca nueva).
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