El horizonte turquesa parece infinito cuando se navega en Galápagos. El cristalino océano dibuja un sutil límite con el cielo despejado y azul, una línea que parece inclinarse al vaivén de la agitada marea, aunque para Jaime Erazo las corrientes en este tiempo son mansas.
Es casi mediodía. Ha zarpado al mando de Turbo, la vieja lancha de sus faenas. Y a pocas millas de Pelican Bay, uno de los muelles de pesca artesanal de Puerto Ayora, en Santa Cruz, el paisaje uniforme se diluye.
El mar encrespado arrastra un cerco de caña con boyas que lo mantienen a flote. “Es un plantado”, dice Erazo, y se prepara con Faustino Villarruel para “pescar” el entramado del que cuelga una extensa malla negruzca.
Los plantados tienen una regulación y son usados por la flota atunera fuera de la reserva de Galápagos. Los “siembran” en el mar con carnadas para atraer atunes y con dispositivos que indican su localización y el volumen de peces alrededor.
Pero las corrientes marinas pueden dejarlos a la deriva y llevarlos a las costas o al fondo del archipiélago, convirtiéndose en posibles trampas que podrían acorralar a tortugas o tiburones.
Por eso son uno de los objetivos de Cuidando Galápagos, una iniciativa que une a pescadores y conservacionistas para reducir la contaminación oceánica en las islas. La limpieza incluso llegará por primera vez a los fondos marinos.
Los pescadores artesanales, como Erazo, serán los principales protagonistas. Guillermo Morán dirige la Fundación TunaCons, para la pesca sostenible de atún, que es parte del equipo impulsor, y explica que en el caso de los plantados hay una hoja de ruta.
Esta empezará con la alerta de los barcos atuneros sobre los plantados fuera de control. Los pescadores recibirán la ubicación. Luego la notificarán a la Dirección del Parque Nacional Galápagos antes de desplazarse para capturarlos y llevarlos a puerto para desarmarlos, reciclar algunas partes y desechar otras. A cambio recibirán $300 por cada uno.
“La flota ecuatoriana puede estar entre los 5 000 y 6 000 plantados al año, que se colocan sobre todo hacia el Pacífico Central -dice Morán-, de esos, menos del 1% entra a Galápagos pero así sea una pequeña cantidad vamos a trabajar para que sea cero”.
El plan arrancará en marzo. La inversión para el primer año alcanzará los $80 000 de fondos privados. Con parte de ese monto se preparará a buzos experimentados en la captura artesanal de langosta y pepino de mar, para que se sumerjan en busca de desperdicios. Solo el año pasado fueron recolectadas 13 toneladas de basura en 32 sitios a lo largo de las costas galapagueñas.
Ahora será necesario ubicar las zonas bajo el mar y mantener el mecanismo de clasificación por tipo y origen del desecho, como detalla Danny Rueda, director del Parque Nacional Galápagos, quien además advierte que no todo acabará allí. “La política de manejo de basura oceánica no debe terminar en la recolección”. Por eso considera necesario recopilar datos para impulsar, a futuro, cambios en los modelos de consumo, principalmente desde el continente, que es de donde llega la basura.
Las cinco cooperativas pesqueras de la provincia se han aliado para alternar sus faenas con la limpieza, por lo que también serán remuneradas. Para Grace Unda, directora de la Corporación de Organizaciones Pesqueras de Galápagos, ese será un incentivo pero esperan más.
Una consultoría elaborada por la iniciativa revela que la pesca apenas representa el 3% del valor agregado bruto de las islas. La pandemia causó un marcado descenso, así que la asesoría técnica que recibirán del plan podría representarles más ingresos.
“La idea es que nuestro pescado, de excelente calidad, tenga un reconocimiento con certificaciones, un mayor valor y que eso mejore la calidad de vida de los pescadores”.
Brujo, bacalao y atún arriban a los muelles artesanales para el consumo interno. Pero Morán asegura que al implementar un proyecto de mejora pesquera se puede incluso pensar en exportar.
El proyecto, que se trabajará junto con el Parque Nacional y la Subsecretaría de Pesca, empezará con evaluaciones científicas del estado del recurso y soluciones para una pesca sostenible que permita obtener certificaciones internacionales, como el sello azul.
Turbo suele volver a puerto con gavetas cargadas de atún. La semana anterior, cuando se presentó Cuidando Galápagos, regresó con el plantado que capturó en altamar y que fue desmantelado en tierra firme.
Cada barco atunero, según su tamaño, puede lanzar hasta 400 plantados al año. Para reducir su impacto en los ecosistemas marinos, Pablo Guerrero explica que buscan materiales biodegradables que reemplacen, por ejemplo, a las mallas de nailon.
“Hay prototipos de fibra vegetal, y el abacá está funcionando”, dice el director de Conservación Marina del Fondo Mundial de la Naturaleza (WWF) en Ecuador. Así, si pierden su rumbo, se degradarán más fácilmente.
Elaborado por la periodista Elena Paucar
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Hermosa crónica de la periodísta Elena Paucar para elcomercio.com