Vivimos intoxicados de información. El término de ‘doomscrolling’ no tiene traducción específica de una sola palabra en español, pero se le puede contextualizar como la adicción de las personas a consumir noticias negativas. Esto implica la búsqueda de manera consciente o inconsciente de malas noticias a toda hora, aunque esa acción cause pesar o tristeza.
Pero, ¿por qué ocurre este fenómeno?
Es un problema que se nota más en esta época pandémica y apenas se está estudiando. Recientes investigaciones (Universidad de Florida) reportan que este término se originó en 2018 en Twitter y ganó popularidad en 2020 durante la pandemia. Una de las causas de este mal hábito por consumir malas noticias de forma excesiva, durante largas horas, podría estar ligada a los sentimientos del ser humano y sus miedos; es decir, buscamos reafirmar nuestras angustias a través de ese tipo consumo. Por ejemplo, si la persona está triste, en lugar de buscar algo que la motive, seleccionará cualquier contenido para acentuar la tristeza, que como estado emocional es legítima, pero se convierte en un estado patológico cuando se transforma en depresión o genera ansiedad. Y estas enfermedades, que no son cubiertas por los seguros de salud en el mundo, tienen que ver con el comportamiento químico del cerebro.
Nuestro cerebro está diseñado de manera química para estar en alerta. Si la persona siente una amenaza, los sentidos reaccionan y se activa esta alerta. Esto nos ayuda a reaccionar, por ejemplo, cando hay un temblor, un accidente de tránsito o si me corto el dedo con el cuchillo. En este caso, automáticamente, sé que debo presionar la herida para controlar la hemorragia. Esta sensación de alerta activa el cortisol, una hormona que también es la causante del estrés, esta palabra que nos ha acompañado en los últimos 20 años.
El estrés y la ansiedad son necesarios, porque nos ayudan a reaccionar ante circunstancias adversas. Pero si se convierten en patologías serán problemas que no podremos resolver, porque estas alarmas se mantienen activas las 24 horas. Si consumo noticias negativas todo el tiempo, mi hormona cortisol está al tope, estoy con el estrés al máximo, en alarma todo el tiempo inhibiendo la posibilidad de dormir, además de generar cambios de humor que se trasladan al entorno familiar, laboral y social. Esos cambios de personalidad, con frecuencia, no son entendidos; puede ser que en un momento esté muy enojado, triste y en otro alegre, al cabo de minutos, y, para el entorno social, no tienen explicación. Sin embargo, tienen que ver con estas causas químicas, que están en el fondo de nuestro inconsciente y el cerebro está preparado para reaccionar ante situaciones emergentes.
Estamos dispuestos a consumir información de todo tipo a través del Internet, de las redes sociales y en principio creemos que todo lo que está ahí es cierto. No tenemos una cultura para discernir qué es verdadero, qué es falso, qué nos importa, qué debe importarnos, qué nos resulta útil y qué inútil. Somos analfabetos digitales. Aprender a distinguir las informaciones certeras de las falsas no es un proceso que empieza de la noche a la mañana. Esto tiene que ver con la alfabetización digital, que la Unesco ha declarado como una necesidad inminente para la sociedad actual, incluso antes de que empezara la pandemia. La alfabetización digital debe empezar desde las escuelas porque los más pequeños están expuestos también al uso de dispositivos móviles, a juegos, a redes sociales.
El mundo vive la era de la infoxicación. Esto significa que estamos saturados de información, que no sabemos con qué quedarnos y tenemos una sed de información, cada vez queremos saber más. Con la pandemia esto se quintuplicó, por eso la Organización Mundial de la Salud (OMS) catalogó a este fenómeno de manera paralela: en el lado positivo como infodemia, es decir, hay demasiada información alrededor de la Covid-19 y de la pandemia -información verificada, actualizada, científica, validada-, pero es demasiada información que la gente no puede procesar ni interpretar. Ese es del lado menos perjudicial, pero sigue siendo una pandemia de información.
Al otro lado, está la desinfodemia, que es la pandemia de desinformación, una ola por tergiversar información validada y legítima en pseudoinformación, en teorías conspirativas en contra de lo que está funcionando para controlar la pandemia. La OMS identificó estos fenómenos hace ya año y medio cuando hubo una primera ola de descontrol de la pandemia.
Frente a esto: ¿qué podemos hacer los ciudadanos? Primero, es importante conocer estos fenómenos, qué son, cómo nos pueden afectar y llamarlos por su nombre para empezar a entenderlos. Luego hablar de esto en la familia, en los círculos más íntimos.
Lamentablemente, este fenómeno no solamente afecta nuestra comunicación, sino nuestra forma de vivir, de pensar e incide directamente sobre las decisiones que tomamos que pueden ser desacertadas a la hora de cuidar de nuestra integridad. Por ejemplo, ¿por qué no vacunarse o creer que ya vacunados no nos podemos contagiar? Extrapolar el beneficio de las vacunas también es un riesgo de la desinformación, y eso ya lo está aclarando la comunidad científica: aún vacunados nos podemos contagiar, pero al menos se evita el riesgo de muerte.
El papel de los medios de comunicación
Los medios también caen en la desinformación, las autoridades y quienes ejercen la política pública. Debemos hacer un plan para diseñar estrategias que nos ayuden a enfrentar la desinformación.
La Universidad San Francisco de Quito (USFQ) participa en un proyecto de lucha contra la desinformación. Y junto a otras tres universidades (UTE, UTPL y UTC) trabaja junto a dos medios de comunicación: Código Vidrio y Diario El Universo, para abordar temas relacionados con la pandemia de una manera más explicativa y así entender por qué la desinformación cala más que la información verificada.
El proyecto es un esfuerzo colaborativo entre universidades y medios de comunicación se inició en el 2020 y se realizó una primera fase del 2020 al 2021, y en septiembre de 2021 arrancó la segunda fase, que concluirá en julio 2022. Sin embargo, aún es insuficiente porque, lamentablemente, no se tiene la capacidad de viralización en redes sociales que pueden llegar a tener los videos, los audios o las cadenas que se valen de la estrategia del humor. Esto confirma que a través del entretenimiento se llega a más gente y esto es un enorme reto, porque los medios y las universidades deben trabajar articuladamente y valerse de este recurso al igual que del humor, para ganar audiencia.
La iniciativa ha servido para trabajar aunadamente entre medios y academia. En esta segunda fase, hemos identificado que las notas más explicativas e ilustrativas son las más vistas. Estamos en un momento que la gente quiere saber ¿por qué si ya estás vacunado con la tercera dosis te puede dar Covid-19? Esto confirma que las personas quieren entender el porqué, ya no los datos por sí solos. La gente busca hoy día más análisis en las noticias.
Como parte de este proyecto Desinformación Covid-19, constituimos en el 2020 el Observatorio Interuniversitario de Medios Ecuatorianos (OIME) y actualmente se construye el sitio OimeNews, para producir contenido multimedia fácil de digerir. Queremos hacer infografías y videos explicativos y comics periodísticos, basados en los resultados obtenidos de la desinformación que tendremos listos para julio de 2022.
A continuación algunas recomendaciones básicas para evitar el consumo de noticias negativas:
Antes de dormir, evitemos consumir noticias negativas porque nos afectan más, generan trastornos de sueño que si las consumimos durante el día.
Otro dato importante: desconectarnos un tiempo del celular, del Internet al hacer deporte o en una caminata. Podemos empezar con tiempos de 10 minutos y luego aumentar a 30 minutos. Hacer yoga o ejercicios de respiración tiene varios efectos positivos.
En la noche debemos evitar la luz azul. Muchos utilizamos el celular como despertador. Eso es un tremendo error. No pasa nada si ponemos otro despertador tradicional como un radio reloj o un reloj de pilas. Apaguemos el celular y dejémoslo lejos de nuestra cama para recuperar ese tiempo de sueño, cada vez más preciado en tiempos de incertidumbre.
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