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Cómo no comprar nada nuevo esta temporada navideña

domingo, noviembre 28, 2021
Cada año, mi marido y yo nos proponemos un reto navideño: encontrar un regalo en una tienda de segunda mano local, algo encantador que sea un reflejo de nuestra estética u obsesiones individuales. Esta tradición ha traído a nuestra casa algunos de mis objetos favoritos
Tiempo de lectura: 5 minutos

Un póster original de 2001: Odisea del espacio cuelga ahora en la pared de nuestra recámara. Una estampa brillante en la parte posterior dice que su montaje se hizo en una tienda de marcos de la avenida Telegraph en Berkeley, California, hace muchos años. No es solo un afiche de colección; también pertenece a una película que vimos juntos en formato ultragrande en la Academia de Música de Brooklyn, antes de tener hijos. Mi marido vivía en la zona de la bahía de San Francisco, nos conocimos en Nueva York y ahora todos vivimos en Vermont, donde nos acompañó el póster. Tenemos la sensación de que es parte de nuestra historia.

Estamos rodeados de este tipo de tesoros adquiridos: en tiendas de segunda mano, ventas de garaje, tiendas retro, sitios de reventa en línea y grupos para no comprar nada. Si vas a recibir un regalo mío este año, tal vez sea de segunda mano, como el terrario que conseguí para mi hijo en Facebook Marketplace y la casa de muñecas de madera que le compré a una amiga para mi hija. La he estado arreglando después de que ella se va a dormir, la lijé, la pinté y le puse papel tapiz de los restos de un proyecto del baño. Para cuando llegue la Navidad, solo tendré que aprovisionarme de chocolate (y, este año, de juguetes Pop It!) para los calcetines que cuelgan de la chimenea, y Santa habrá aterrizado.

Los problemas de la cadena de suministro mundial pueden causar escasez de los juguetes o aparatos tecnológicos de la temporada, pero no tienen por qué arruinar las fiestas. En lugar de correr a las tiendas o de llenar el carro de la compra en línea antes de tiempo, quizá sea el momento de cuestionar la campaña anual de mercadotecnia que nos dice que debemos empezar a gastar ahora y seguir gastando durante todo diciembre para que nuestra mañana de Navidad sea de abundancia y alegría.

No se trata de ser un Grinch, cancelar a la Navidad ni intentar aprobar un examen de pureza minimalista. Se trata de romper con la mentalidad consumista que nos exige comprar cosas todo el tiempo, cosas que luego debemos cuidar y por último tirar.

Cada nueva compra pone en marcha una cadena global de acontecimientos, que suele comenzar con la extracción de petróleo para fabricar el plástico que se encuentra en todo, desde los pantalones de mezclilla strech hasta el envoltorio que los contienen. Esos materiales viajan de la planta de procesamiento a la fábrica y al barco contenedor, para llegar al porche de mi casa. Y, entonces, pasan a ser míos durante un tiempo. Tarde o temprano, lo más probable es que acaben en un vertedero.

Hay muy poco placer en ese tipo de compras y no soy la única que tiene esa sensación. En su libro Consumed, Aja Barber, experta en sustentabilidad y en la industria de la moda, escribe sobre la perpetua decepción de las compras del Viernes Negro en la que acabas comprando “mercancía que no habías visto antes y que no andabas buscando específicamente, pero que de alguna manera te sentiste con la obligación de comprar por su precio tan pero tan bajo”.

Sin duda, la tarea de encontrar un regalo que hable de la rica y complicada relación con mi pareja, en lugar de solo comprar de una lista de deseos que él ha compartido conmigo, requiere más reflexión y trabajo. Pero también es mucho más divertido.

La infraestructura para los artículos de segunda mano en la pequeña ciudad donde vivo es bastante buena. Hay dos tiendas de reventa especializadas en ropa y juguetes para niños; un almacén comunitario repleto de prendas, libros y artículos para bebés gratuitos; tres grupos para no comprar nada; una tienda de consignación; dos tiendas de libros usados; varias tiendas vintage y de antigüedades y una peculiar tienda con una sección de reventa. La cultura de la reutilización nunca ha pasado de moda en Nueva Inglaterra y parece que no ha hecho más que crecer en los últimos años. Preguntar o buscar algo usado antes de comprarlo nuevo se considera cada vez más la norma.

La manera tan extendida en la que mi comunidad acepta los artículos de segunda mano puede ser inusual, pero según Goodwill International, que tiene más de 3300 tiendas en Estados Unidos y Canadá, las ventas para el periodo de marzo a agosto de 2021 aumentaron más del 11 por ciento en relación con el mismo lapso de 2019. El revendedor de internet ThredUp menciona una investigación que proyecta que el mercado de la ropa de segunda mano en Estados Unidos se duplicará en los próximos cinco años y alcanzará los 77.000 millones de dólares.

Todo esto es una buena noticia para el planeta: reduce un poco el movimiento de cosas de un lado a otro del mundo y la extracción de recursos naturales necesarios para producir un par de aretes nuevos, así como coches de juguete y rompecabezas. También evita que algunos artículos vayan a parar a los basureros mientras puedan ofrecer alguna utilidad o alegría. Pero sé que no solucionará nuestras crisis medioambientales: necesitamos cambios mucho más radicales encabezados por las grandes empresas y los gobiernos.

Tampoco ataca la raíz de lo que impulsa la cultura del consumo. Cambiar lo nuevo por lo usado no reduce el impulso del consumo, me dijo J. B. MacKinnon, autor de The Day the World Stops Shopping: How Ending Consumerism Saves the Environment and Ourselves. “Si mantenemos la mentalidad consumista, siempre acabaremos volviendo al mismo problema de consumir demasiada energía y demasiados recursos, a través de cualquier forma de consumo que hagamos, ya sea circular o compartida”.

Me encanta la sugerencia de MacKinnon de que el tiempo que pasamos juntos en una conversación, en un paseo o preparando una comida es mucho más significativo que cualquier cosa que se pueda desenvolver. Y estoy de acuerdo en que el ritual de entrega de las cosas compradas mientras la familia posa con la misma pijama puede obstaculizar la conexión humana que la mayoría de nosotros busca durante las fiestas.

Pero siendo realistas, no estoy segura de que mi familia vaya a renunciar por completo al intercambio de regalos navideños. El intercambio de regalos anual de mi madre —que tal vez conozcas como la fiesta de “elefantes blancos” de regalo— es uno de los momentos más esperados de la temporada. Sin embargo, podemos hacer algunos cambios. En su libro, MacKinnon sugiere que incluso la reducción gradual de nuestro consumo doméstico podría ayudar al medioambiente, sin que la economía mundial se detenga de repente.

Para mí, encontrar formas de reemplazar lo nuevo con lo usado se parece más a la búsqueda de un tesoro que a una obligación. Buscar y compartir cosas me recuerda que vivo en un lugar de abundancia y me hace sentir conectada a otros. El año pasado, en diciembre, una madre de la zona colocó dos largas mesas en el porche de su casa e invitó a otros padres a dejar juguetes pequeños, libros, gorros, guantes… cualquier cosa que pudiera ser un buen regalo para el calcetín de Navidad. Llegué con una bolsa llena de coches de juguete, animales de plástico, libros de cartón y calcomanías, cosas en las que mis hijos habían perdido el interés o a las que ya no ponían atención. Me fui con una bolsa que, a decir verdad, no era tan diferente, pero era nueva para nosotros y reflejaba mejor sus intereses actuales.

Es probable que me haya ahorrado 50 dólares, pero fue un útil recordatorio de que nuestras cosas no son nuestra identidad. Las serpientes de plástico y los bloques de madera que he estado guardando debajo del sofá no tienen que ser míos para siempre. Tengo una comunidad con la cual compartirlos, de la que estoy muy agradecida de formar parte.

Este año, puede que yo misma sea quien se ofrezca a organizar la mesa de intercambio. Artículo publicado en el New York Time

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