Semanas atrás líderes de alrededor de 80 países se congregaron en Glasgow para la Cumbre Ecológica COP26 convocada por las Naciones Unidas. Evento en el que se firmó un acuerdo, el mismo que incluyó un llamado para que las partes impulsen, de manera gradual, la eliminación de los combustibles fósiles.
Aunque la Cumbre abordó temas cruciales, como: la conservación de los bosques, la importancia de reconocer los territorios indígenas y la eliminación progresiva de vehículos contaminantes, estos esfuerzos son insuficientes para afrontar los efectos de la crisis climática.
Una investigación presentada el viernes 12 de noviembre de 2021 en un evento paralelo a la COP26, elaborado por más de 200 autores entre científicos occidentales, de países amazónicos y de comunidades indígenas determinó que incluso si se cumplen los compromisos a corto plazo ratificados en el encuentro, la temperatura global aumentará en 2,4 ºC, una cifra superior al objetivo de 2 ºC acordado en París y del límite de 1,5 ºC recomendado por expertos para evitar eventos extremos.
En este primer reporte confirmaron que la Amazonía está acercándose a un punto de inflexión en el que la selva tropical se convertirá en un ecosistema seco degradado. Cuando se cruce esa línea de no retorno, la geografía de esta región cambiará, colapsará parte de la biodiversidad y habrá impactos sobre el clima global.
Para sus autores, entre ellos Andrea Encalada, Vicerectora de la Universidad San Francisco de Quito (USFQ) y Co- coordinadora del Panel Científico por la Amazonía (SPA por sus siglas en inglés), este informe ayuda a posicionar la idea de que la Amazonía es un ser vivo y que salvarla requiere un trabajo conjunto entre los 9 países que comprende, pues el impacto de su daño no solo afecta a los que viven ahí, sino a todas las personas alrededor del mundo.
El bosque amazónico tiene un stock de carbono de 130 millones de toneladas métricas de CO₂. Es decir, una cantidad equivalente a aproximadamente 10 años de emisiones globales, que ofrecen un equilibrio al clima global, que se rompería al alcanzar el punto de no retorno. Mientras que su principal afluente hídrico, el río Amazonas, contribuye con alrededor del 20% de las aguas dulces que se vierten hacia los océanos y, aproximadamente, el 40% de los sedimentos que llegan a los océanos y que son fundamentales para el secuestro del CO2.
Sin embargo, algunos de estos cambios descritos en el informe ya tienen impactos en el ecosistema actual. Por ejemplo, aproximadamente el 60% de los suelos amazónicos, especialmente los de Brasil, están muy degradados y son pobres en nutrientes, 366.3000 km² se degradaron entre 1995 y 2017.
Asimismo, con el aumento de la deforestación, la Amazonía ha perdido su capacidad de sumidero de carbono, es decir, la capacidad para almacenar grandes cantidades de CO₂ que se emiten a la atmósfera. Andrea Encalada afirmó que ahora un 20% de la región es más un emisor de CO₂ y no un sumidero de CO₂.
“Al tener estos árboles cortados y este espacio degradado, estamos emitiendo CO₂”, explicó. Además, el alcance al punto de inflexión está cada vez más próximo en determinadas áreas de la cuenca amazónica, como partes de la Amazonía sur, específicamente, en la cuenca del Madeira (que atraviesa Perú, Bolivia y Brasil), y que han sido impactadas fuertemente por los incendios en los últimos años.
La científica ecuatoriana contó que, de llegar a ese punto de no retorno, la selva tropical cambiaría de manera irreversible. En principio, señaló, las especies vegetales que existen y que promueven el clima actual serían desplazadas por otras parecidas a las de la sábana, como en el Cerrado brasileño. Además, especies animales que forman parte de la biodiversidad de este ecosistema podrían dejar de existir. “Son cambios muy rápidos, entonces hay muchas especies que no van a poder soportarlo y van a desaparecer”, enfatizó.
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