Eran unas Olimpiadas esperadas tras su aplazamiento por la pandemia. Eso las convertía, a priori, en insólitas. Pero hay cosas que no cambian. Días antes de que la Villa Olímpica de Tokio se llenara de aspirantes a medallistas, afloró uno de los temas más recurrentes en lo que a feminismo en el deporte se refiere: la ignorancia a las necesidades específicas de la maternidad, en concreto de la lactancia. Esta vez por parte del Comité Olímpico Internacional. En España, fue Ona Carbonell, capitana del equipo nacional de natación sincronizada, la voz de un grupo de mujeres que denunciaron lo lejos que están los Juegos Olímpicos de la realidad de los cuidados.
La deportista compartía en su Instagram un vídeo en el que expresaba el proceso que había vivido hasta tomar una decisión: dejar a su hijo Kai, lactante, en España. Explicó que durante las semanas de concentración tendrá que usar un sacaleches, así como que esperaba que a su regreso esto no impidiera que pudiera retomar la lactancia con normalidad. Aspectos ligados al hecho de maternar que parecen invisibles para las grandes competiciones. “Espero que este vídeo y todas estas deportistas que están pasando por lo mismo ayudemos a visibilizar esta situación y a normalizar algo que debería serlo y que, obviamente, no es”, manifestó.
Una vez arranca la competición, llega el asunto de las equipaciones. Lo que para la industria de la moda es una indiscutible oportunidad para lograr notoriedad –Nike (Estados Unidos), Adidas (Reino Unido), Asics (Australia y Japón), Telfar (Liberia) o Joma (España)–, para la sociedad es un medidor de todos los asuntos pendientes en cuestión de feminismo y diversidad. Pero también de cómo la unión hace la fuerza y los pequeños cambios pueden generar un gran impacto, sobre todo en eventos de gran envergadura como son unas Olimpiadas. Gestos como el de Alba Torrens, estrella de la selección española de baloncesto, que en la inauguración del campeonato decidió alterar el uniforme oficial para ese día, formado por un vestido, y vestir un pantalón.
En la misma línea está la decisión tomada por las gimnastas alemanas, que se negaron a competir con maillots cortos y decidieron hacerlo con unos de cuerpo entero. “Queríamos demostrar que cada mujer, que toda persona, debería decidir qué vestir”, ha dicho Elisabeth Seitz, integrante del equipo, que ya pasó por las Olimpiadas de Londres y Río de Janeiro. Sus nuevos uniformes salieron a la luz en abril, cuando la Federación Alemana de Gimnasia explicó que se trataba de una medida para luchar contra “la sexualización en la gimnasia”. Como bien apunta la revista Time, es importante recalcar la sensibilización que se ha producido en esta disciplina tras el caso de Larry Nassar, el otrora doctor del equipo estadounidense de gimnasia, condenado por abusos sexuales a menores durante décadas. Este caso se recoge en el documental de Netflix Athlete A.
Muy cercana a esta noticia es la de la multa a las jugadoras de la selección noruega de balonmano playa por no competir en bikini, en una demanda de hacerlo con shorts, una prenda más cómoda y que, además, les iguala a sus homólogos masculinos. Fue en un partido ante España en el Europeo de 2021. Por cierto, la cantante Pink se ha ofrecido a costear la sanción y ha mostrado públicamente su admiración a las deportistas. También recientemente se conocía lo sucedido con la atleta galesa Olivia Breen, campeona paralímpica de salto de longitud que viajará a Tokio. En su caso, fue criticada por una de las juezas de un campeonato inglés por llevar una parte de abajo “inapropiada y demasiado corta”. Algunos considerarán que estos hechos se contradicen, pero todo lo contrario, se refuerzan. Lo explica la cuenta de Instagram Miss Representation: “Dos países diferentes. Dos deportes diferentes. La misma creencia sexista de que es aceptable controlar lo que visten las atletas”.
Sin embargo, y como revela el feminismo interseccional, el machismo también se ceba con los hombres, sobre todo con aquellos fuera de la heteronorma. Ha ocurrido con el gimnasta español Cristofer Benítez, que recibió un ataque homófobo de la patinadora rusa Tatiana Navka por competir con un maillot tradicionalmente asociado a la vestimenta femenina. Esta hizo un anacrónico alegato a favor de los roles de género y añadió: “Mis hijos nunca verán esto ni pensarán que es lo normal”. Sin duda, un reflejo de la LGTBIfobia imperante en la sociedad y, en concreto, en el país gobernado por Vladímir Putin.
La mención a sus hijos, además, entronca con la reciente conversación en España a raíz del brutal asesinato de Samuel Luiz en torno a la desprotección de las infancias LGTB+. Benítez ha recibido una ola de apoyo en redes sociales, como de la política y activista Carla Antonelli –que tildó el comentario de “LGTBIfóbico y vergonzoso”– o el activista y escritor Roy Galán. Este último valoró: “Este pensamiento, profundamente arraigado, es la semilla de la que acaba floreciendo el odio. Ese pensamiento que hace que luego se intente humillar a los hombres siempre hablando de lo femenino que hay en ellos”.
Esta concatenación de hechos vienen a confirmar lo mucho que queda por cambiar en las grandes convocatorias deportivas, un reflejo más de las carencias de la sociedad global. Al sexismo, la LGTBIfobia y el desprecio a los cuidados se debería sumar la estricta (y obsoleta) binariedad sobre la que están cimentadas estas competiciones. De hecho, entre los bulos y obstáculos más recurrentes en torno a la Ley Trans, siempre aparece la cuestión del deporte, algo que, con su siempre certero análisis, atajó Noemí López Trujillo en el artículo Ley Trans y deporte: la colisión entre derechos humanos y las normativas internacionales, publicado en Newtral. En su texto, se demuestra, entre otras cosas, la lógica binaria y tránsfoba de los campeonatos deportivos.
También lo confirma Pau, atleta de género no binario que en Twitter se presenta como “persona que practica halterofilia desde hace años y que además se ha negado a participar en competiciones por ser no binarie y no ser respetade” ni por sus propios entrenadores. En un esclarecedor hilo desmonta los falsos mitos en torno a una comunidad deportiva más progresista, justa e inclusiva. Y con todas estas conversaciones sobre la mesa, solo queda esperar un mejor panorama de cara a los Juegos Olímpicos de París en 2024.
Texto original publicado en la Revista VOGUE
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