En un artículo para la Harvard Business Review el investigador Steve Glaveski habla del pequeño experimento que condujo en Collective Campus durante dos semanas: “Una jornada más corta obligó a los trabajadores a priorizar tareas y limitar distracciones de modo que mantuvieron (y en algunos casos mejoraron) la cantidad y calidad del trabajo realizado, a la vez que la plantilla refería sentirse mejor emocional y mentalmente y que sentían que podían conciliar mejor con su vida personal”.
Se reaviva el debate sobre la necesidad de replantear la jornada laboral de 8 (o más horas), heredada de puestos de trabajo menos creativos y demandantes mentalmente que los actuales, especialmente en profesiones relacionadas con el descubrimiento o la innovación. La semana de 40 horas podría actuar en detrimento de nuestra creatividad: según un estudio de Adobe, sus empleados desperdician casi seis horas al día a causa del correo electrónico, entre notificaciones y respuestas de poca importancia. Varios psicólogos organizacionales insisten en que son más productivas seis horas de concentración continua, ininterrumpida y profunda que ocho llenas de distracciones que invitan a la desmotivación.
En 2014, un estudio de la Universidad de Stanford demostró que no había correlación directa entre las horas trabajadas y la cantidad de trabajo generado: a partir de cierto umbral en torno a las seis horas, no importa que se dediquen más horas (si hablamos de tareas creativas) porque no generará más ni mejores resultados, pero sí la “sensación crónica” de sentir que se ha trabajado en exceso y, por supuesto, muchas mayores posibilidades de cometer errores.
Incapacidad instalada
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