“Estaba tan asustada, pero no quería perdérmelo. Así que pasé la mayor parte del tiempo con los ojos cerrados. Luego pensé ‘no volveré a hacer eso nunca más'”. A los ocho años, Alejandra Mendoza hizo esa promesa. Pero pronto volvió a fallar. No solo una vez, sino una y otra vez.
Los horrores de su primera experiencia en la montaña rusa se transformaron en una gran pasión por los giros, vueltas, subidas y bajadas enormes que ofrecen los parques de atracciones. Y muchos gritos. A medida que los grandes parques temáticos de Estados Unidos se preparan para reabrir a finales de este mes, se les ha pedido a los pasajeros de las montañas rusas en California que controlen su emoción y eviten gritar para minimizar el riesgo de propagar covid-19.
Pero ¿gritar es algo que podamos controlar? ¿Aquellos que buscan emociones pueden disfrutar sin los gritos? ¿Por qué lo hacemos, si se supone que deberíamos estarnos divirtiendo? El acto de gritar se clasifica como una exclamación vocal completamente no verbal, según el profesor de psicología en el Emory College, Harold Gouzoules.
“Gritar significa que estás alzando la voz, pero sigues hablando”, dice. “Los gritos son una vocalización distinta. Comparten ciertas propiedades acústicas; duran aproximadamente entre tres cuartos de segundo y un segundo y medio. Empiezan muy fuerte y continúa fuerte, a todo volumen. “Así que tienen que ser relativamente cortos, tener potencia que genera alerta, y su amplitud es fuerte, aguda y alcanza cierta distancia”.
Los científicos creen que hay una mayor tendencia a gritar cuando se está en grupo. “La idea es que los gritos se originaron como una forma de asustar a un depredador y proporcionar una pequeña posibilidad de escape”, explica el profesor Gouzoules.
Para las especies sociales, como nuestros antepasados, un grito tenía la función de ser un llamado en busca de ayuda de los familiares cercanos. “Pero si los gritos son las herramientas vocales para hacer eso, tienes que ser capaz de diferenciar a tu hermana de tu hermano o de quien sea”, dice Gouzoules.
El profesor sugiere que este origen evolutivo impulsó a los humanos a buscar entornos “levemente amenazantes” en los que podamos “practicar” nuestros gritos.
Muchos fanáticos de las montañas rusas dicen que gritar les ayuda a disfrutar aún más el recorrido. La mayoría de los adictos a la adrenalina no están tan convencidos de las teorías de la ventaja evolutiva, y piensan más en la perspectiva del placer.
Sin embargo, como explica el profesor Gouzoules, ambas cosas estrechamente relacionadas. “Nuestros cerebros han evolucionado para proporcionar placer en contextos que pueden contribuir a nuestra supervivencia”, dice. “Vivimos en tiempos bastante civilizados y la mayoría de nosotros no tenemos que gritar a diario, pero eso, por supuesto, no quiere decir que no estemos bajo amenaza en ocasiones”.
“Y probablemente gritaremos como lo hicimos en tiempos ancestrales. Las amenazas serían más comunes y atemorizantes, pero aun así los gritos son importantes en términos de cómo lidiamos con el mundo”.
Para nuestros antepasados, un entorno de “práctica” de gritos podría haber incluido “aventurarse demasiado cerca de una cascada o un volcán”, explica Gouzoules. Para el ser humano de hoy en día, una opción son las montañas rusas y los parques temáticos.
“El corazón comienza a latir con fuerza, la presión arterial aumenta, por lo que se experimentan las mismas manifestaciones fisiológicas de miedo en una montaña rusa, incluso si cognitivamente se sabe que es segura”, señala el especialista.
Eso explica por qué para alguien como Alejandra Mendoza gritar en una montaña rusa se siente “como si estuvieras asustado, pero la estás pasando genial”. “Incluso diría que es un calmante para el estrés, porque te olvidas de todo, estás en el momento”, agrega la ecuatoriana de 25 años.
La bloguera de viajes Dymphe Mensink está de acuerdo en eso y dice que ha perseguido la emoción de las montañas rusas desde que era niña. “Siempre me ha gustado ver parques temáticos en las ciudades porque, en mi opinión, es una de las cosas más emocionantes para hacer”, expresa.
La joven de 23 años, que vive en Ámsterdam, dice que planificar “durante mucho tiempo” en qué montaña rusa se subirá ayuda a generar anticipación. “Luego hay una fila larga y ves los bucles varias veces y estás agradecida de no estar en la montaña rusa, lo que hace que sea un poco más aterrador.
“Y luego, una vez que estoy arriba, a veces subes muy lento, y me siento muy asustada, pero cuando caigo me siento tan feliz y emocionada y quiero gritar”. Para Mensink, esta efusión vocal “se siente como una liberación” que le permite expresar sus emociones.
“Creo que es algo que no sentirías en la vida normal”, dice. “Me siento aún más emocionada cuando grito, así que definitivamente es un buen sentimiento para mí”.
Aki Hayashi, quien nació y se crio en la ciudad de Uraysu, el hogar de Disneyland Tokio, dice que explorar las montañas rusas del mundo se ha convertido en su “inspiración de toda la vida”. “No puedo disfrutar de mi vida sin montañas rusas”, confiesa.
El joven de 27 años es el líder de un colectivo de entusiastas que discuten y visitan los parques temáticos juntos. Dice que gritar es una reacción que puede omitir, pues ha montado alrededor de 350 montañas rusas en todo el mundo.
Aki Hayashi dice que “siempre está pensando en montañas rusas” y buscando nuevas atracciones. “Cuando viajo solo, actúo como si no estuviera tan emocionado, porque todos me miran cuando estoy gritando solo. Pero en las reuniones de los aficionados a la montaña rusa, puede ser como una fiesta, la gente simplemente grita y grita al mismo tiempo. Me hace sentir feliz cuando gritamos al caer”.
El profesor Gouzoules señala que la capacidad de reprimir un grito es posible, pero es un desafío que resultará mucho más difícil para determinadas personas. “Algunas personas tendrán ese control y otras no”, considera.
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