En medio de la peor crisis sanitaria que ha vivido nuestra generación, pudimos ver a funcionarios públicos que, haciendo alarde de su alto grado de ‘influencia’, se vacunaron contra el Covid-19 sin estar en la lista de grupos prioritarios. Por otra parte, celebraban fiestas clandestinas sin ninguna medida de seguridad, para luego ostentar su vanidad en los medios sociales.
En los dos casos, las personas fueron separadas de sus funciones. Pero no las despidieron porque alguien actuó de maldad y las denunció, perdieron su trabajo por analfabetismo digital. Este es uno de los males que aqueja a nuestra sociedad.
Otros ejemplos de mala utilización de los medios sociales son, sin duda, los videos de la masacre en las cárceles del país, donde 79 personas fueron asesinadas y mutiladas. Nadie pensó en el impacto que generarían las escalofriantes imágenes que corrían de dispositivo en dispositivo. Asimismo, la campaña electoral se cumple con una batalla permanente en las plataformas digitales, donde se presentan ofertas, se nota el asesoramiento en imagen, se atacan mutuamente, se desinforma y los insultos van y vienen.
Los conceptos de alfabetización han cambiado radicalmente. Hasta hace 10 años, definíamos a una persona como analfabeta cuando no sabía leer y escribir. Esta premisa evolucionó, pues ahora se conoce como analfabeto al individuo que no sabe manipular un dispositivo electrónico y que no posee capacidades para utilizar de manera correcta los medios sociales e Internet.
Una persona alfabetizada digitalmente está en capacidad de incorporarse a un entorno de nuevas formas y modelos de comunicación. Puede conseguir con facilidad información para transformarla en conocimiento. Pero, lo más importante es que, a partir de la buena utilización de las tecnologías, se puede incorporar a la sociedad de la información, generando procesos de participación social, incluso ganar recursos económicos y, por tanto, mejorar su calidad de vida.
Asimismo, una persona competente digitalmente no atenta contra su propio derecho a la intimidad y protege su vida privada. No comparte contenido violento y sabe qué información es real. Ser competente en materia digital implica poseer habilidades que permitan utilizar de manera correcta las Tecnologías de la Información y Comunicación (TIC), para el mejoramiento de la calidad de vida.
Según Carmen Sabater, “las TIC representan el soporte de esta exhibición de contenidos asociados a la vida privada. Son la vía que facilita el acceso que, hasta hace poco tiempo, representaba únicamente una decisión personal de revelación o de ocultamiento con fronteras específicas de separación entre tiempos, espacios y compañías”.
En este contexto, Carmen Marta Lazo, investigadora de la Universidad de Zaragoza, se refiere a los casos que hemos señalado inicialmente. “La falta de deontología de funcionarios de Gobierno, se hace pública en su visibilidad en redes sociales. Además de ser una actitud poco Ética deja huella en redes, lo cual efectivamente es una actitud que vislumbra su falta de alfabetismo digital, además de carencia de honestidad”.
De su parte, el investigador español, Luis Miguel Romero, afirma que la protección de la privacidad de las personas “sí está en las dimensiones de la competencia digital”. La privacidad es un derecho de las personas, y debe ser respetado, no puede ser violentado bajo ningún concepto, pero debemos ser conscientes que respetarnos ese derecho es nuestra obligación moral. No es lógico y tampoco ético que, en un afán de exhibir o presumir determinados privilegios, caigamos en la trampa de atentar contra nuestra propia dignidad y honra, ventilando aspectos poco personales en los medios sociales. Eso, por donde se lo mire, se llama analfabetismo digital.
Eduardo Loaiza
Maestría en Comunicación,
mención Investigación y Cultura Digital UTPL
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