El gobierno ecuatoriano volvió a decretar estado de excepción por 30 días y un toque de queda por 15 días (desde las 22:00 hasta las 04:00 del día siguiente) que incluye restricciones a la circulación de autos privados a escala nacional para mitigar la propagación del Covid-19, que busca impedir las aglomeraciones por las festividades de Navidad y Fin de año.
Era una medida esperada, ante el relajamiento de las normas de bioseguridad vigentes que disparó el número de casos en las grandes ciudades, Quito sobre todo. Las fiestas clandestinas se volvieron el pan de cada día y hasta las no clandestinas como las organizadas por grupos aficionados a tunear autos, tanto en la avenida de la Shyris como en la Tribuna del Sur, durante las fiestas de la capital.
Las autoridades descubrieron fiestas con una convocatoria de hasta 300 personas con personas que se creían inmunes a la pandemia o que interpretaron el fin de estado de excepción como la extinción del coronavirus o el fin de la emergencia sanitaria. La irresponsabilidad de quienes no acataron las medidas de bioseguridad se tradujo en una explosión de casos en una cadena de contagios, agravado ahora por la variante del Covid-19 detectada en Reino Unido.
Las consecuencias eran las esperadas. Y no solo fue Ecuador, fue una respuesta regional decretada casi al mismo tiempo ante el descubrimiento de una variante no esperada. Las medidas del país tal vez son de las más rígidas en la región, seguidas por las de Uruguay que cerró otra vez sus fronteras terrestres. Desde Colombia hasta Argentina se cancelaron los vuelos de varios países de Europa, especialmente del Reino Unido, con Londres sumido en un nuevo confinamiento.
Y sin embargo, el correísmo ansioso de protagonismo, intenta posicionar unas medidas lógicas decretadas antes de una fiestas que invitan a la aglomeración como unas carentes de sentido, igual que con el primer decreto de estado de excepción. Al inicio de la pandemia, el Ecuador reaccionó a tiempo, esta vez también; si el Gobierno hubiera decretado las nuevas restricciones antes, los mismos que ahora se quejan tendrían las mismas quejas. Sin propuestas. Como cuando se quejaron del por qué se acabó el primer estado de excepción declarado ante la pandemia.
La economía necesita reinventarse. Las crisis como las del Covid-19, que el mundo no tenía en su agenda, requiere una corresponsabilidad con menos demagogia, con menos halagos a Transparencia Internacional, cuando en su momento esa organización fue calificada como la recadera del neoliberalismo. Ahora, desde ese discurso que no dice nada y solo balbucea añoranzas del poder perdido, Transparencia Internacional es el súmmum de la transparencia.
Ecuador ahora, a las puertas de un año electoral, necesita menos promesas vacías que solo apuntan a sacar al país de la dolarización, la tabla que la ha mantenido a flote en la peor crisis de la historia de la humanidad.
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