La ideología retorna, como tema. Asumimos que siempre está allí, según la concepción marxista. Althusser lo teorizó largamente, definió sus aparatos. Lo cierto es que Lacan, en su seminario sobre la ética del psicoanálisis, clase del 23 de marzo de 1960, dice que “la ética es inseparable hoy en día de lo que se llama una ideología”. Anotemos: “lo que se llama”. No lo llama así Lacan, pero sí su auditorio marxista.
Y luego Lacan dice “cosas masivas” que son “esclarecedoras”. Habla de la izquierda ideológica, los intelectuales – el tonto, el bufón, el “demuere”, el fool- de cuya boca salen verdades, toleradas y funcionales. Anotemos: “que además funcionan”. Digamos: consejeros del caudillo, “ingenieros del alma”.
Después califica al otro bando, la derecha ideológica y sus teóricos – los canallas (knaves), los valets, los villanos consumados, que confiesan ser canallas a título de realismo-.
Pero es “el resultado de las cosas” lo que le importa a Lacan, pues “un canalla bien vale un tonto, al menos para la diversión”. El resultado de una tropa de canallas desemboca en una “tontería colectiva” desesperante.
“Lo que no se ve suficientemente… la foolery que da su estilo individual al intelectual de izquierda, culmina muy bien en una knavery de grupo, una canallada colectiva”, sentencia a continuación Lacan.
Puede leerse lo que dice en la clase del 4 de mayo de 1960 sobre Marx, los progresistas y afines. Razón y necesidad no son suficientes, ni siquiera en el proyecto integrador de Marx. El marxismo no ha sido capaz de asumir la función del deseo tal como la introdujo Freud.
Esto no ha cambiado un milímetro hoy en día. Ni para la derecha, ni para la izquierda.
Por cierto la canallada colectiva, en el camino electoral, se ha vuelto más astuta, se ha hecho populista. Su oferta es un rosario de cuentas abierto. Identificarse a un “ismo” para entrar a descompletar esta oferta es sólo una buena intención: una cuentita más, a título de “lacanianos de izquierda”. No descompleta sino que perfecciona la “knavery”.
Se pone en cuestión la neutralidad del analista. Se la hace equivalente a la indiferencia frente a los acontecimientos políticos, por ejemplo. Leamos a Lacan en la charla de Bruselas el 26 de febrero de 1977, cuando dice que la neutralidad es la subversión del sentido, una aspiración por lo real, por eso que estaba antes de la derecha y de la izquierda, del bien y del mal. Aquí está la dificultad en materia política: tenemos que ser aspirados por lo real, sin ser aspirados por la derecha o por la izquierda.
Cuando se habla de ideología se quiere buscarla en cada psicoanalista. Tiene que tener una. Hay que asumir que una ideología, en la definición de Althusser, es una representación imaginaria de las condiciones reales de la vida de un individuo y de un grupo. Ella es también un código, una regla de pensamiento y de conducta, unos hábitos, que aseguran la cohesión colectiva. Althusser hace de la filosofía un trabajo de unificación de la diversidad ideológica, para alcanzar una sola ideología hegemónica, que detente la “Verdad”. Hoy se construye “un pueblo”, el caudillo y su jerarquía enuncian la “Verdad”.
Si la ideología es una de las ilusiones del sujeto, una construcción fantasmática, un sentido cristalizado, una de las sucesivas inscripciones del inconsciente (Freud en la Carta 52) los analistas están para leerla, descifrarla, en suma para analizar e interpretar este inconsciente ideológico. Los analistas van más allá. Su horizonte no es construir una ideología unificada y hegemónica. Al contrario, el horizonte psicoanalítico es el Das Ding, del que nos hablan Freud y Lacan. Trabajamos con “lalengua” y sus ejercicios de goce. La ideología es sólo uno de esos ejercicios y la atravesamos.
En estos días el esquema que Freud presenta en “Psicología de las Masas y análisis de Yo” nos provee de un aparato poderoso, operativo, incluso desplegable, para examinar las ideologías y sus identificaciones. Allí está el líder, el caudillo, el gran jefe, sin el cual no se comprende la política populista. Ese aparato freudiano nos enseña las consecuencias de anotarse a una ilusión.
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