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Marcia Gilbert: la pandemia nos impulsa a innovar

Juan de Althaus Guarderas
Universidad Casa Grande
domingo, septiembre 13, 2020
El gobierno anterior, mediante sus estructuras legales, eliminó totalmente la autoridad de los fundantes de las universidades privadas que habíamos entregado años de nuestro idealismo, profesionalismo y recursos para sacar adelante esta institución. Por consiguiente, crearon el Consejo Universitario (CU), copiando las malas prácticas de las instituciones de educación superior públicas ecuatorianas, lo cual, ejerciendo un activismo político partidista primario, perjudicó la calidad y credibilidad de las privadas durante muchos años
Tiempo de lectura: 6 minutos

 

Entrevista por Juan de Althaus

Desde su rol como fundadora y presidenta del Consejo de Regentes (CR) de la Universidad Casa Grande (UCG), Marcia Gilbert de Babra evaluó la situación de la universidad privada y los desafíos que enfrenta hoy y en el futuro, debido a los efectos del COVID-19.

Ella es psicopedagoga y una educadora reconocida por su labor con niños, adolescentes y adultos con discapacidad. Es fundadora de Fasinarm, exdirectora general del INNFA, concejal, inspiradora de la Dirección de Acción Social y Educación (DASE) del Municipio de Guayaquil y del programa de televisión educativa Aprendamos, y fundadora de la Escuela de Comunicación Mónica Herrera, que después devino en la Universidad Casa Grande. Además, ha recibido varios reconocimientos nacionales e internacionales.

¿Qué balance histórico puedes hacer sobre el régimen para las universidades privadas, desde antes del 2007, pasando por el gobierno de Correa y durante la administración actual?

Mi impresión es que fluctúa permanentemente, pero manteniéndose una especie de animadversión latente contra la universidad privada, generada por prejuicios ideológicos que la asocian a la actividad mercantilista, desvalorizándola, afectando su operación y prestigio. Es una constante aquí y en otros países de América Latina.

No se trata de asumir una posición radical, contraponiendo lo privado a lo estatal, no podemos prescindir de esta última dimensión por ningún motivo, pero se debe comprender que en lo privado es donde puede darse con mayor facilidad la innovación y creatividad, como una suerte de laboratorio que las sociedades en desarrollo no deben desaprovechar. A la UCG le ha tocado comprobar que el gobierno anterior fue el más restrictivo para las universidades privadas, valiéndose de su estructura legal, como la LOES[1], y sus modelos inapropiados de evaluación/acreditación.

En la administración actual, con las modificaciones a la LOES, se ha experimentado una flexibilización interesante, permitiendo más participación y diálogo, sin embargo, la disminución a la autonomía y el peso duro de la tecnoburocracia del Estado siguen siendo unos factores que frenan a todas las instituciones de educación superior, sean públicas o privadas.

¿Cómo se debería entender la educación superior en las universidades privadas, en particular la labor que cumple la UCG?

Dentro del contexto latinoamericano, hemos estado viviendo la ‘masificación’ de la educación superior, fenómeno considerado altamente favorable para el desarrollo, tanto por el aumento de la cobertura como por la diversificación social del acceso a este nivel. Es importante notar que la educación privada en América Latina es un protagonista significativo de estos procesos, con coberturas que se estaban acercando a cubrir la tercera parte de la población juvenil. Trabajando con inteligencia y sin prejuicios, la educación privada está en condiciones de cumplir con equidad, acceso, calidad e investigación, ajustándose a las reglas para lograr objetivos públicos, sin perder sus particularidades privadas.

Las universidades privadas deberían recuperar su capacidad de estructurarse en función de su misión y visión. Naturalmente, respetando los grandes lineamientos de la política pública nacional al respecto.

El mayor compromiso de la UCG es en cuanto a la educación y su concreción metodológica, habiendo escogido el ‘aprender haciendo’, que forma parte de la corriente constructivista, proveniente de la Escuela de Comunicación Mónica Herrera de Chile. Los resultados superaron las expectativas, produciéndose verdaderos aprendizajes conducentes a competencias profesionales, creativas e innovadoras que facilitaron la empleabilidad, multiplicidad de premios y la gran responsabilidad social de sus graduados.

En su investigación, proceso con alto nivel de exigencia desde pregrado, y concretadas en tesis o Proyectos de Aplicación Profesional (PAP), orientados a las realidades del entorno, fue muy satisfactorio. Se está conformando un número mayor de investigadores en la UCG, en pregrado y en el —prácticamente más reciente—posgrado, lo cual va conduciendo gradualmente a publicaciones de alto nivel y presentaciones en congresos de prestigio. Es la secuencia normal.

En la administración gubernamental anterior, lamentablemente, los logros pedagógicos y de extensión/responsabilidad social fueron relegados al último lugar en la valoración de las universidades, en lo que respecta a las evaluaciones oficiales. Para la UCG, este trastoque de enfoques disminuyó la calidad de la educación en las instituciones de educación superior ecuatorianas en general, y para nosotros implicó una severa afectación, además de un esfuerzo considerable para conservar, pedagógicamente hablando, el constructivismo, el pensamiento crítico desde la reflexión en la acción, la creatividad, el importante peso de las humanidades en nuestro pénsum y la activa vinculación con la sociedad.

Cuando hay un exceso de Estado, se tiende a homogenizar y estandarizar, perdiéndose la riqueza de la diversidad, en términos de innovación.

¿Qué importancia tiene el CR en las universidades privadas y especialmente en la UCG?

El gobierno anterior, mediante sus estructuras legales, eliminó totalmente la autoridad de los fundantes de las universidades privadas que habíamos entregado años de nuestro idealismo, profesionalismo y recursos para sacar adelante esta institución. Por consiguiente, crearon el Consejo Universitario (CU), copiando las malas prácticas de las instituciones de educación superior públicas ecuatorianas, lo cual, ejerciendo un activismo político partidista primario, perjudicó la calidad y credibilidad de las privadas durante muchos años.

Creo que la organización de un CR —hasta con dos fundadores—, fue un primer paso positivo, lo cual se logró con la modificación de la LOES en esta administración, devolviendo a la universidad privada, parcialmente, el derecho a su autorregulación. Aún hay limitantes a la autonomía universitaria y, consecuentemente, desde un análisis del modelo que implicó crear un CR y mantener el Consejo Universitario, se afectó la gobernanza y la gobernabilidad de las universidades privadas.

Felizmente, como la UCG posee una cultura organizacional horizontal y fraterna, y es pequeña, logramos establecer una relación cordial y democrática entre el CR y el CU. Esta bipartición es un modelo atípico, siendo una formula potencialmente conflictiva. La familia casagrandina tuvo buen criterio al elegir a Audelia High como rectora, quien es docente fundadora de UCG; y a Tina Zerega como vicerrectora, destacada exalumna; así como a los miembros del CU, que han sabido conducir el proceso con habilidad y honorabilidad.

En cuanto a nuestro CR, en pleno proceso de implementación y articulación nos llegó el COVID-19 y, aun así, este comité ha logrado materializar sus importantes visiones en esta emergencia nacional y planetaria. Y no se esperaba menos, con la talla moral y académica de los que me acompañan en esta función, quienes, a su vez, me eligieron como su presidenta. Ellos son: Francisco Huerta, Walter Spurrier, Ana María Raad y Francisco Alarcón.

En la emergencia de la pandemia, ¿cómo estableció el CR su orientación para la universidad?

La crisis que estamos pasando es monstruosa y el primer desafío es sobrevivir. Hay que enfocarse en trabajar por la gobernabilidad y gobernanza de las universidades y mejorar su liquidez.

Inicialmente, el diálogo fue un poco limitado por la emergencia y hubo que hacerlo telefónicamente. Pero, el CR apoyó la decisión de formar el Comité de Crisis y Emergencia, que fue autorizado por el Consejo de Educación Superior (CES) en Quito para manejar la situación. Dicha asamblea ha estado trabajando muy bien, e incluye otros comités de tipo académico, financiero y de comunicación, entre otros.

Hubo que tomar decisiones muy duras, como la disminución salarial de todo el personal de la UCG —con la excepción de los que perciben un sueldo básico, aquellos con condiciones especiales de discapacidad o enfermedad catastrófica o de edad avanzada—; con una aceptación prácticamente generalizada. Además, se realizaron recortes drásticos a los gastos corrientes y acciones urgentes para generar más recursos para la UCG. En este momento, las propuestas del comité de emergencia ya se están convirtiendo en hechos un poco más estables.

El 3 de julio convocamos a una reunión del CR para evaluar las decisiones documentadamente y escuchar sus valiosos consejos. ¡Fue muy positiva! Naturalmente, aún estamos lejos de salir de la crisis.

Vale la pena señalar el enorme esfuerzo de la UCG (CR, directivos, investigadores, docentes nuestros y de otras universidades extranjeras asociadas, personal administrativo y técnico, y, por supuesto, alumnos voluntarios), involucrándose en múltiples acciones con impactos ejemplificadores en solidaridad social, para hacer frente a los agudos y diversos efectos del coronavirus. A vuelo de pájaro, se diseñaron y condujeron 130 acciones, llegando a miles de personas de públicos muy variados, a través de nueve redes, además de medios de comunicación tradicionales. Los principales ámbitos de apoyo fueron: lo socioemocional, el emprendimiento innovador y las políticas públicas pertinentes.

¿Cómo ves a futuro la universidad?

Si me guío por la clásica escala de Maslow, que va desde el superar las necesidades básicas de sobrevivencia hasta alcanzar el altruismo, con el fin de ser realistas, la primera preocupación de las universidades hoy es sobrevivir: tener alumnos, profesores y lograr recursos para su autosostenimiento. La otra visión es que las crisis generan oportunidades, es un lugar común, pero nos impulsa a innovar en varios campos.

La UCG ya cuenta con el diseño y mallas de varias nuevas carreras de pregrado, posgrado y tecnicaturas. Además, por ejemplo, en tres semanas se migraron todas las asignaturas a la modalidad virtual y se capacitó a todos los docentes y estudiantes, fue algo casi heroico. Ya teníamos experiencia en lo digital: en posgrados hay dos maestrías que son muy fuertes en esta área, pero, a nivel de pregrado, era solo un recurso más, pero valorando sobre todo la presencialidad.

No creo que lo virtual sea la respuesta a todo en la educación superior, tal como lo escribí en un artículo en Expreso que se titulaba Ni tecnofobia, ni tecnofilia. Hay que tener una postura equilibrada. La tecnofilia puede ser dañina, porque estás eliminando el contacto persona a persona y la posibilidad de intercambiar emociones, sentimientos, ideas con otros seres humanos. Hay un gran debate al respecto.

Y si a nivel virtual reproduces solo clases magistrales, no has avanzado un ápice, más bien, has retrocedido. El gran desafío de la educación virtual es hacerla activa, constructivista, y esa es nuestra meta, y luego volver a un modelo básicamente híbrido.

En pocas palabras, me refiero a que la tecnología parece estar en el centro de las consideraciones. Seguramente, descubriríamos muchas, muchas más, si realizamos un análisis sobre cómo será el mundo y las universidades en 5, 10, 15, 20, 50 años.

[1] Ley Orgánica de Educación Superior

Texto original publicado en el N.16 de Ventanales, revista de la Universidad Casa Grande:

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