El expresidente Rafael Correa ha recurrido hasta el cansancio, como el de hasta la victoria siempre, al argumento del influjo psíquico para deslegitimar el proceso seguido y la sentencia en su contra por una trama de sobornos derivada del caso Odebrecht, y está en todo su derecho. Pero tal vez no sea influjo psíquico, tal vez solo sea que él se declaró presidente de todas las Funciones del Estado y que nada se podía hacer sin su visto bueno. Fue quién recurrió a las figuras de emergencia para hacer contrataciones sin pasar por procesos de licitación con el argumento de que el país estaba en ruinas y llegaba a salvarlo. Lo hundió.
Y lo hundió tanto que todas sus grandes obras quedaron en el entredicho del sobreprecio o sobrecostos no planificados como ha dado en llamar a los sobreprecios. Y desde esa perspectiva, ya que el Estado pagó sobrecostos a las contratistas, era normal que estas pusieran la tarima y la logística para inaugurar las obras, cuando estas ya no eran de las contratistas, sino del Estado. Una tarima por la que desfilaban todos los funcionarios públicos con aspiraciones a cargos de elección popular que repetían en coro hasta la victoria siempre, como si fueran obras financiadas con plata de sus bolsillos. ¿Puede haber victoria en ese show de manos alzadas al más puro estilo del nacionalsocialismo?
El tío del exvicepresidente preso recogía maletas de dinero en una suite de un hotel cinco estrellas de Quito, de las manos de ahora exfuncionarios de la mayor constructora brasileña, Odebrecht, que había creado su departamento de sobornos. El exvicepresidente pedía públicamente a Odebrecht llevar al campo penal a las medios de comunicación, ni siquiera a los periodistas, que denunciaban irregularidades de esa empresa en la obras que llevaba adelante en Ecuador.
El exvicepresidente era la mano de derecha del expresidente. Eso no es influjo psíquico, es una realidad. Si era presidente de todas las Funciones del Estado lo mínimo que debía hacer era conocer que hacía su expvicepresidente y su exministros que firmaban asesorías por un millón de dólares, justificadas después como acuerdos entre privados, sin un ápice de rubor. Es como una carta blanca que ofrecía el expresidente a sus principales allegados para hacer lo que fuera para mantenerse en el poder.
Y ahora el expresidente quiere hacerse pasar como un mártir, repetir el cuento de que su leyenda se agrandó. En lo más profundo de su ego cree que fue leyenda. Y que fue o es semilla. ¿Semilla de qué? ¿Semilla de un exfuncionario de su Gobierno del sistema de contratación pública por el que pasaron los contratos de obra pública?
¿Mártir de qué? Dice que su futuro político no le interesa, pero que el movimiento creado por el exprefecto de Guayas, Jimmy Jairala, y el exministro, Ivan Espinel, están listos para ganar en las elecciones de 2021 para revertir todo lo hecho por la justicia; es decir, declarar inocente a Jorge Glas, inocente a Rafal Correa y después ver cómo podría aferrarse al poder como otro Lukashenko o como otro Daniel Ortega. Es el sueño de su victoria siempre.
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