La Academia de los Oscar ha sido muy cuestionada por su falta de diversidad. La gala del 2015 fue marcada por la etiqueta #OscarSoWhite, que dio paso a una campaña para corregir el desequilibrio con la inclusión de mujeres y grupos minoritarios. El 8 de septiembre, los dirigentes de la Academia emitieron un comunicado con el cambio de reglas para la gala del 2024, los aspirantes a la categoría de mejor película deberán cumplir con unos porcentajes mínimos de inclusión y diversidad racial.
Este es un paso muy importante, desafortunadamente, el cine por las enormes capacidades que tiene como industria artística y cultural, es una de las que más ha difundido una visión normativa de la desigualdad; generalmente el cine es muy blanco, heterosexual, de clases media y alta. Los “grandes temas” y las “grandes historias”, quedan de esta forma circunscritas a un estrato hegemónico (reflejado directamente o como aspiracional) para solo moverse eventualmente hacia personajes que, aun no perteneciendo a este grupo, quedan dentro del canon ideoestético al uso. Cuando ingresa un personaje que representa a alguna minoría, generalmente lo hace desde dos condiciones: primero, una posición no protagónica y segundo, con algún tipo de marca social; es decir es el ladrón, el delincuente, el marginal…
Este cambio de reglas para la gala del 2024 de alguna forma ha obligado a la industria, a reconocer la necesidad de un espacio amplio y de derecho para los grupos minoritarios. Esto implica, que llevar al cine y narrar desde la presencia coherente y positiva de estos grupos en la sociedad; hará bien a la industria, porque los obliga a replantearse como se está representando a la sociedad en el cine. Quizá lo único de lamentar es que haya tenido que ser impuesto por decreto y no haya surgido espontáneamente de este sector, pero se logra y eso es lo importante.
El conseguirlo ha sido el resultado de muchas cosas, de alguna manera estos grupos que anteriormente habían sido marginados, no solo por el tema racial, sino también de género e incluso cultural, están empezando a tomar fuerza y a tener una presencia, que no tenían antes y son de cierta forma, determinantes para la vida social; y la industria cultural tiene que asumirlo.
Las ceremonias anteriores de entrega de los premios Oscar han sido consideradas muy blancas. Cuando en el 2017 “Moonlight”, cuyo protagonista es un individuo negro y homosexual (doble motivo de marginación), ganó el premio a “Mejor Película”; hizo evidente que la industria no puede dar la espalda a una realidad: la de grupos sociales que empiezan a ganar espacios de presencia y representatividad dentro del discurso social. No es que antes no existieran, solo que, en este momento es más difícil, sino imposible, continuar invisibilizándolos. Y son estas cosas la que obligan al cine a revisar su contenido.
Desafortunadamente, hay muchísima gente que está muy metida en los patrones y en los modelos hegemónicos de la sociedad, porque no se han hecho de manera coherente los cambios sociales. Hay una cierta revitalización de ideas de los bloques más conservadores, el propio presidente de los Estados Unidos Donald Trump, los casos de Chechenia y Bielorrusia o la revitalización de discursos ultraconservadores en varios puntos de la geografía. En todos los casos la reacción es contra el migrante y las personas con diversidad de género o racial.
Sin embargo, a pesar de estos males, hay un elemento esperanzador para el cine y el mundo. Estamos ante el surgimiento de un nuevo grupo social, una nueva generación que es un sector clave, gente joven que está diciendo: esto no es el mundo que queremos ver, sino un mundo realmente diverso reflejado en las pantallas y en el discurso comunicativo. Será polémico y habrá quienes lo rechacen, pero las generaciones más jóvenes estarán a favor. Esta generación que mira a la industria cinematográfica a los ojos y le dice: “O cambias o nos pierdes”, es el gran motor impulsor de los cambios.
En los sectores sociales hay gente adulta que es muy abierta, inclusiva y revolucionaria en su manera de ver la relación social y están los grupos ultra-conservadores, a quienes les costará más trabajo aceptarlo porque tienen posturas retrógradas con respecto a los cambios sociales. Siguen creyendo que ciertos sectores raciales tienen más valor que otros, discriminan por razón de género, clase social o acceso a los centros hegemónicos de poder. A esa gente le va a costar más trabajo que a otra que es más abierta, culta y preparada, porque tiene la capacidad de ser inclusiva e incluyente tiene una cultura mucho más acorde con la realidad que estamos viviendo.
Este sin duda, es un paso más a favor de la inclusión y si los grandes productores del discurso cultural no son capaces de asumirlo desde sí mismos, entonces hay que decirles que lo hagan, porque se busca visibilizar al otro. Lo único terrible es que eso caiga ahí en facilismo, en reacciones contrarias. La perpetuación de los estereotipos y las lecturas fáciles, como muestra: las representaciones de los sujetos género diversos en la televisión nacional. Solo se presta atención a un tipo de diversidad de género y dicen que no es discriminatorio sino inclusivos, pero no es así. Es una lectura facilista y complaciente. No representa un diálogo crítico con los centros hegemónicos más conservadores , ni tampoco un esfuerzo creativo para reflejar la diversidad que emerge en el entorno,
Hace años, en la versión fílmica de “Mucho ruido y pocas nueces” dirigida por Kenneth Bragnah, muchos cuestionaron que el duque de Mantua fuese interpretado por Denzel Washington. El argumento era que dicho personaje no podía ser negro. Sin embargo es un salido de la imaginación de Shakespeare, no de la verdad histórica y no hay en el texto original ninguna indicación sobre el color de la piel. Hace poco una actriz extraordinaria, Viola Davis, contaba que a ella le dicen que es la Meryl Streep negra, “pero no me pagan como a ella porque soy negra. A ella le pagan más, porque es blanca”. Esas desigualdades son las que hay que empezar a borrar porque no tienen sentido.
El cine ecuatoriano está intentando resolver ese asunto y ser mucho más incluyente, en la medida que aumente el volumen de producción cinematográfica nacional, permitirá evaluar a profundidad como se está dando el fenómeno. Desafortunadamente por otra parte, los latinoamericanos seguimos siendo representados como “narcos bailadores de salsa”.
Se debe empezar a visibilizar a otros grupos sociales y a otras inquietudes; y el cine lo está consiguiendo poco a poco, dentro de las producciones, y del poco volumen está empezando a dar pasos en ese sentido. No pasa lo mismo con la TV, porque sigue siendo discriminatoria en la manera casi ofensiva, que proyecta a los grupos minoritarios, pero el cine está tratando de ser vanguardista.
Es importante que todas las industrias culturales empiecen a darse cuenta, que en la manera en que son más inclusivos son mejor recibidos por la gente. El teatro siempre ha estado muy a la vanguardia en ese sentido, pero aún le falta. En Guayaquil, por ejemplo, hacer una representación en determinados espacios teatrales en la ciudad donde el tema sea la diversidad de género es impensable. Tiene que ver con quienes son los grupos de poder que manejan estos espacios, pero nuestro teatro y la TV necesitan, urgentemente, una revisión a fondo del contenido, de la manera en cómo se está representando la diversidad.
Al final de la jornada, los que no se vuelvan incluyentes van a desaparecer, porque las nuevas generaciones van a exiliarlos en el olvido. Los nuevos grupos sociales tienden a ser más incluyentes y quieren representarse con mayor legitimidad; y en la medida en que los medios y las empresas que manejan contenidos no se sumen a esto van a desaparecer (y sería genial que así sea). Es el momento en que la sociedad se está volviendo más incluyente y si los medios le dan la espalda a esta realidad, al final van a perder toda su capacidad de representar a la sociedad y de conseguir un público que sea espectador. Es importante que se abra un espectro inclusivo a todos los grupos sociales que hay en el entorno.
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