La pandemia nos desafió a reestructurar la manera de dar y recibir clases, suspendiendo la presencialidad. En este contexto, hay varias cosas que las familias pueden hacer para promover el bienestar y aprendizaje escolar de sus hijos.
Lo primero, es mantener una actitud propositiva y empática en la relación familia-escuela. Este es un proceso del que no tenemos precedente, por lo tanto, va a conllevar errores y dificultades. Los niños no solo van a aprender contenidos curriculares, también aprenderán a llevar la escolaridad a distancia. Esto implica gestionar información, comprender instrucciones, solucionar problemas técnicos, organizar su tiempo, entre otros.
En países donde comenzaron antes el tránsito a este nuevo escenario de escolaridad, tomó varias semanas el ajuste, pasando por períodos de frustración, ansiedad y confusión. La actitud de reclamo durante este proceso tiene un costo importante para las escuelas, las familias y, especialmente, para los estudiantes.
La escuela es un espacio de participación y lo que ocurra ahí dependerá del rol y las relaciones que construyan profesores, directivos, estudiantes y familias. Esto nos desafía a salir de la lógica del clientelismo, es decir, sacar el foco de cuánto me debe ofrecer el otro o cuánto debo recibir. Hoy día tenemos una oportunidad de aprendizaje compartido, porque estamos en una situación nueva para todos y los profesores van a estar aprendiendo junto con los estudiantes a llevar este proceso. Eso tiene una riqueza enorme, porque desafía a empatizar, a ponerse en los zapatos del otro para comprender cómo se siente, qué necesita, qué le ha resultado y cómo podemos aportar. Por otro lado, conlleva un riesgo si no nos cuidamos mutuamente en medio del cambio y la adaptación.
Para empatizar en este nuevo escenario y acordar nuevos roles, es necesario contar con momentos para hablar sobre la nueva experiencia de escolaridad. Preguntar a profesores, estudiantes y familias cómo se sienten, qué necesitan, qué ideas o ayudas pueden ofrecer para resguardar el aprendizaje y bienestar de los estudiantes. Por medio del diálogo se construyen los significados que cada uno atribuirá a esta nueva experiencia. Por ejemplo, si llamamos tareas al trabajo escolar, a los estudiantes les puede parecer que es mucho trabajo en relación a lo que hacían antes. Es importante recordarles que lo que están realizando en este nuevo formato son actividades escolares en casa, con apoyo de sus profesores a distancia, mientras no puedan volver físicamente a la escuela. Si un adulto está acompañando el trabajo escolar en casa, es importante que el niño pueda distinguir esa función, sin confundirla con otros momentos de juego y descanso, considerando que ni uno ni lo otro son reemplazables.
Se requiere también de señales precisas a los padres y cuidadores sobre qué rol asumir para apoyar la escolaridad. Podemos diferenciar tres formas de actividad, que ojalá los colegios ayuden a distinguir de manera lo más explícita posible. En primer lugar, momentos de trabajo autónomo de los niños, para que los profesores puedan identificar qué son capaces de hacer hoy día los estudiantes, cuáles son sus ideas y experiencias previas. Por ejemplo, “escribe qué conoces sobre la cultura Inca y sus costumbres”. En segundo lugar, encontramos actividades que requieren acompañamiento de un padre, hermano o cuidador que guíe el proceso para que el estudiante pueda avanzar con apoyo si lo requiere. Por ejemplo, “investiga dónde se desarrolló la cultura Inca y ubícala en el mapa; si necesitas ayuda, pide a un familiar que te oriente en la investigación”. Finalmente, hay otras actividades en que se pedirá que los estudiantes desarrollen algo en colaboración con quien los esté apoyando en casa. Por ejemplo, “pregúntale a tus papás o abuelos si conocen Ingapirca y respondan juntos a estas preguntas”.
También es importante establecer claramente límites en la interacción; por ejemplo, la agresión nunca esté justificada. Si terminar un trabajo o tarea va a derivar en gritos, agresiones o falta de respeto al niño/a o al cuidador que está ayudando, es mejor detenerse e informar al docente que no lograron terminar la actividad. Esa debiera ser una señal muy clara del colegio: que la actividad escolar no se desarrolle a costa del bienestar de la familia.
Si se reconoce explícitamente que el objetivo no es tener productos perfectos, sino experiencias de aprendizaje significativas, los esfuerzos se centrarán en demostrar de manera auténtica lo que el niño o adolescente es capaz de hacer y desde ahí avanzar en su desarrollo, coordinando el esfuerzo de todos.
Habrá momentos en que no se logrará el resultado esperado, sino al final del proceso, porque lo central no es el producto alcanzado, sino la experiencia de aprendizaje. Por eso la retroalimentación es tan importante. No solo pedir a los estudiantes que desarrollen actividades, sino dialogar con ellos a partir de lo realizado. Es necesario que los profesores cuenten con un tiempo mínimo para mirar lo que hizo el estudiante y responder o preguntar algo a partir de eso. Generar momentos de diálogo entre compañeros también será de gran ayuda. Ir más allá del “bien” o “mal” como respuesta y dialogar sobre lo que hicieron, cómo lo hicieron, qué aprendieron del proceso y qué necesitan seguir ejercitando.
Para fortalecer el aprendizaje y bienestar de los estudiantes en este nuevo escenario, también será relevante que familias y escuelas tengan la oportunidad de construir narrativas sobre lo que están viviendo. Ojalá el colegio pueda ofrecer espacios para hablar o escribir sobre esta experiencia. Si no es así, las familias pueden hacerlo de forma autónoma. Los niños pueden llevar un diario de vida de la cuarentena o escribir alguna frase juntos cada semana. Conversar durante la comida o antes de acostarse sobre lo que están viviendo; reunir fotos y hacer un álbum o collage con recuerdos de estos meses; preguntarles cómo se sienten, qué actividades disfrutan, qué han aprendido y qué proponen.
Algo clave para resguardar el bienestar socioemocional de la familia es la rutina diaria, pues nos da estabilidad en un contexto de cambio e incertidumbre. El cuerpo se va acostumbrando a algo que ocurre todos los días en el mismo horario y eso genera tranquilidad. Contar con actividades predecibles nos sostiene en momentos de inestabilidad.
Al armar la rutina, lo importante es hacerla juntos y ojalá dejarla por escrito en un lugar visible, para que los integrantes de la familia lo puedan ver y recordar. Incluir actividades que resguarden el bienestar de niños, adolescentes y adultos que viven en la casa; por ejemplo, buscar un momento en que reciban luz solar por al menos 15 minutos diarios; realizar ejercicio físico; horarios de ocio y descanso, para ver televisión, leer o jugar libremente. Momentos en que la familia comparta; otros para el trabajo escolar; rutinas de higiene, alimentación y sueño con horarios relativamente estables. También incluir actividades en que cada uno apoye en la casa; por ejemplo, colaborar en el cuidado de un hermano, hacer algo de aseo, ayudar a preparar la comida o lavar la vajilla, dependiendo de la edad.
Recordar que la rutina busca orientar y contener, no amarrar ni rigidizar. Al finalizar la semana se pueden hacer ajustes y acomodar el horario de los niños para que se coordine de la mejor forma posible con las actividades de los padres.
Un tema importante para conversar y revisar en familia es el uso de la tecnología, diferenciando formas de actividad que se realizan con dispositivos electrónicos. Por ejemplo, mirar videos o series, independientemente si es en la televisión o un teléfono, podemos reconocerla como una actividad de ocio o descanso. Cuando se está buscando información para una investigación, correspondería a un momento de trabajo escolar. Y cuando se conecta por videoconferencia para conversar con los abuelos o con amigos, corresponde a un espacio de socialización. Es importante definir qué tiempo es para qué actividad, idealmente sin mezclarlas entre sí, hasta que los niños vayan aprendiendo a regular los distintos usos de los dispositivos electrónicos e interiorizando límites que resguardan su bienestar. Asimismo, definir espacios y momentos para trabajar y concentrarse, otros para descansar y otros para socializar. Aun cuando estas distintas actividades se realicen – especialmente en este contexto – por medio de un mismo dispositivo (teléfono, tablet, computador), es necesario diferenciarlas, acordar normas y tiempos para sus diferentes usos.
Todos los niños son diferentes. A partir de cuarto de básica ya pueden hacer algunas actividades solos, porque manejan ciertas herramientas tecnológicas y de comprensión lectora. Sin embargo, depende mucho de las características del niño, de su experiencia con la tecnología y de sus aprendizajes previos. Las instrucciones y orientaciones que aporte la escuela también marcarán una diferencia significativa en el desempeño que logre el estudiante de forma autónoma. Es muy diferente la respuesta de un niño si le decimos “investiga sobre Miguel de Cervantes”, a indicarle “averigua qué obra escribió y dónde vivió Miguel de Cervantes; para esto, identifica cuáles son las palabras claves que te ayudarán en la búsqueda, luego escríbelas en la barra del buscador y revisa en los resultados si encuentras información relevante. Selecciona uno de esos resultados y lee con más detalle la información que ahí aparece.”
Aquí el colegio tiene una oportunidad y un desafío enorme, que es poner el foco en el desarrollo de habilidades ¿Qué significa investigar para un niño? ¿Cómo lo acompañamos para que aprenda a hacerlo de forma autónoma?
La autonomía no es un medio, es un fin. Dejar solos a los niños haciendo algo no es la forma más eficaz para que aprendan a hacerlo bien. Es necesario diseñar procesos de aprendizaje y avanzar con pasos progresivos de autonomía, impulsando su desarrollo, pero dándoles los soportes necesarios para avanzar.
En cuanto al apoyo los padres, los colegios tienen que ser muy claros en diferenciar qué se espera que el niño haga solo o acompañado y con qué formas de apoyo. Con esto no se pretende homogenizar, sino guiar a los cuidadores sobre cómo dar formas de apoyo progresivamente más avanzadas, es decir, con mayor control y protagonismo del estudiante. En algunos casos, lo que se requiere será contención emocional, es decir, ayudar al niño a regular su ansiedad y frustración en el proceso, manteniendo un ritmo de trabajo constante y con la concentración necesaria para alcanzar su objetivo.
Muchos padres terminan haciendo la tarea de los niños con la intención de cumplir bien, pero aquí lo perfecto es enemigo de lo bueno. Es mejor una tarea con errores, pero que refleje el desempeño del estudiante y no del adulto que apoya.
Se debe diferenciar entre acompañar y reemplazar. Por eso los docentes también tendrán que aprender a construir instrucciones precisas sobre la interacción que esperan entre los cuidadores y los niños en las actividades que diseñan.
Al hablar de escolaridad no presencial es fundamental reconocer la importancia que hoy día tiene el acceso a la comunicación digital. Asegurar en lo posible el acceso a Internet, porque actualmente es el medio que permite la interacción a distancia con la institución escolar, con los maestros y con los compañeros, lo cual es clave en el proceso de aprendizaje.
Hay una diferencia significativa en lo que se puede lograr con quienes tienen acceso Internet y quienes no. Es importante sensibilizar sobre esta realidad y buscar recursos públicos y privados para garantizar la mayor cobertura de internet. Esto en Ecuador es un tremendo desafío.
Para quienes no tiene acceso a Internet, una alternativa es difundir programas educativos por TV o radio, con posibilidades de interacción más limitadas.
Mientras se mantenga la brecha digital, se puede explorar otros recursos, como el acceso a libros infantiles y juveniles. La lectura de cuentos y el acceso a libros en niños y adolescentes fortalece la literacidad, que es fundamental para el desempeño escolar.
Junto con lo anterior, diseñar formatos en que los estudiantes cuenten su historia sobre este período, que construyan relatos y que lean sobre lo que otras familias están viviendo. Promover la lectura en familia, crear una red de bibliotecas móviles, facilitar el préstamo bibliotecario junto a consultorios de salud o a centros de comercio.
En definitiva, el reto es diseñar actividades que permitan desafiar a los estudiantes, junto con ofrecerles posibilidades de compartir cómo se sienten, qué necesitan y qué pueden ofrecer. Ojalá todas las semanas se planteen desafíos nuevos, sin renunciar a las expectativas de desarrollo y bienestar de los estudiantes, adecuándolas a este nuevo contexto, para que sean acordes a lo que están viviendo las familias. Exigir y al mismo tiempo contener, apoyar, ofrecerle canales eficientes de comunicación, cuidando especialmente la relación familia-escuela. Formar equipos y dialogar, con el foco en el aprendizaje y bienestar de los niños y jóvenes.
* Este texto fue desarrollado como parte del programa de apoyo socioemocional “Conversaciones Familiares en tiempos de COVID-19”, que realiza la Universidad Casa Grande en coordinación con el Campus Capacitas de la Universidad Católica de Valencia.
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