No son los trabajadores que intentan sobrevivir, ni los ciudadanos de a pie. Son los responsables de la tragedia económica a la que se llevó a Ecuador durante diez años quienes se quejan por la medidas adoptadas por el Gobierno para enfrentar la crisis desatada en el mundo por la pandemia del coronavirus. Y se quejan con el mayor cinismo, como si la cosa no fuera con ellos. Se quejan desde la comodidad en la que viven, en su pool de medios digitales.
Quienes usaron a su antojo a Tame, disponiendo de aviones como si fueran parte de su hacienda personal, son los que lanzan gritos lastimeros por la liquidación de esa empresa que cada mes necesitaba $1,3 millones para cubrir una nómina de 950 empleados con pérdidas acumuladas de $400 millones en los últimos cinco años.
Son quienes aprovecharon de las mieles del poder durante una década. Quienes usaron al IESS para adquirir sus mansiones, quienes prefirieron quedarse con medios incautados con presupuestos millonarios y el pago de salarios de estrellas de cadenas internacionales, los que se rasgan las vestiduras anunciando la muerte del Estado al ritmo del sonsonete de sin odio pero con memoria, aprendido en algún manual de sociología de los años sesenta. Los políticos de clichés.
¿Qué Estado dejaron con su vida de jeques árabes? ¿Qué dejaron al Estado con la compra de vehículos último modelo o camionetas de lujo usadas solamente para transportar las bicicletas del megalómano mayor? Todavía hay informes de la Contraloría sobre el dispendioso gasto en los medios incautados con el fin de alimentar la idea de que Ecuador de pronto se convirtió en el jaguar latinoamericano. Un chiste en el mundo que gracias a la propaganda se intentó hacer pasar como una realidad en Ecuador.
Quienes llevaron a la quiebra a las empresas estatales inflando sus presupuestos y su personal; quienes gastaron miles de dólares en la transmisión del envió de un satélite al espacio, perdido en cuestión de horas, para hacer creer que hasta la Nasa era insignificante junto al jaguar latinoamericano, ahora se quejan de la ruina del Estado. ¿Qué Estado dejaron? Uno quebrado, con altas cuentas por pagar, con petróleo hipotecado a China, con obras como Coca Codo Sinclair que ahora mismo podría ser la causante de una gran tragedia ambiental en uno de los ecosistemas más diversos del mundo.
Los que se disfrazaban con poncho en los mitines para después volver a su realidad de Prada o Louis Vuitton o a sus autos de lujo estacionados con escoltas de la fuerza pública a pocas cuadras de sus concentraciones transmitidas en vivo y en directo por todos los medios incautados, son quienes ahora quieren dar clases de correcta administración de los recursos públicos.
Ecuador tuvo que aterrizar a la fuerza en su realidad fiscal, una insostenible. La pandemia le obligó a mirar sus costuras. Es un país que debe reconstruirse para superar la tragedia de la década pasada. Siempre que hay crisis hay oportunidades. Y el país está ante su peor crisis fiscal y pocos quieren arrimar el hombro en un año electoral.
Pero lo realmente triste es que los causantes de esa tragedia ahora pretendan convertirse los salvadores de la humanidad, cuando ni siquiera lograron administrar en beneficio del país los recursos obtenidos, con reformas tributarias y contribuciones solidarias de por medio, para paliar la crisis provocada por un terremoto que destruyó dos provincias. Las farras honoris causa tenían prioridad. Ahora es la economía del país y del mundo la que está paralizada.
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