Tengo la impresión de que la cuarentena va haciendo mella en mucha gente; hay desesperación en ciertos sectores por retomar actividades laborales y productivas, también ansiedad y temor por la incertidumbre que plantea un escenario de retorno a las tareas cotidianas donde irremediablemente tendremos que interactuar con los demás, aplicando eso sí, medidas y cuidados rigurosos.
Recordemos que el confinamiento en Wuhan, epicentro del covid-19, superó los dos meses; en nuestro país toma fuerza la idea de pasar a la fase de distanciamiento social, pero esto no será muy sencillo.
Cuando las autoridades nacionales y locales, en congruencia con expertas directrices justificadas en la experiencia internacional de lucha contra la pandemia, decidan cancelar la medida de confinamiento, habremos de entender que previamente al menos se controló la transmisión del virus -incluido el manejo de los portadores asintomáticos-, se puso a punto el sistema de salud para hacer seguimiento y tratar a nuevos infectados, se minimizó el peligro respecto a los más vulnerables, se tiene claro mandatos preventivos a aplicarse en espacios de actividades laborales y otras, se tiene controlado la posible importación de casos, y finalmente, se informó y preparó a la ciudadanía para cumplir las nuevas exigencias.
En cualquier escenario, se debe optimizar la comunicación oficial, superando noticias falsas, eventual censura y distorsión de la verdad. Dejar exitosamente el confinamiento y pasar al distanciamiento social implica evitar que la relajación nos exponga al peligro de nuevas olas de contagios; acaba de sucederle al Japón, luego de suavizar la medida de encierro en la isla de Hokkaido, soporta una segunda ola cinco veces más fuerte que la primera.
Las autoridades tienen la responsabilidad de hacer los mayores esfuerzos por cuidar, sobre todo y, en primer lugar, a las personas, principio y fin de la sociedad, el mercado y el Estado. (O)
Texto original publicado en El Telégrafo
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