Desde hace cuánto sabemos los psicólogos que hemos estudiado a Freud y sus antecedentes, que la sugestión de modo individual logra no sólo emociones, sino ideas identificadas como percepciones, es decir como reales, ahí en el mundo y en uno.
Y eso gracias a los artilugios de la manipulación de lo que Freud llamaba el sistema de percepción / conciencia, que permite generar estados hipnóticos y sus efectos creíbles, indudables para quienes los viven.
Esa acción encaminada a influenciar percepciones y sin duda acciones, en lo individual tiene su forma, pero en el campo de lo social, ese mismo programa de inducción, cobra una potencia especial pues es replicado desde muchas posiciones. Ya no es sólo el inductor y su estructura, sino que hay replicantes que asumen ese rol al estar ellos también abordados por las consignas.
Estoy convencido que Freud tendría otra mirada, de sospecha, sobre esto del coronavirus, del aislamiento social y sus nobles causas. Ahí están sus escritos sobre la cultura.
Pero es como si no estuvieran, en esta época en la que se instaura el proyecto de “no pienses, consume”. Ciertamente en una nueva fase.
Mirada de sospecha como lo sería también la de Foucault, o la ironía de Lacan. Lo que me lleva a decir que el mundo está casi desprovisto de gente que haya hecho de su vida y lo que ha ido elaborando, una referencia consistente para pensar del otro lado del statu quo. Aunque Foucault cuestionaba la idea de autor y de obra, pues esta idea supone un cierto voluntarismo y olvida que existe una trama social que produce pensamiento.
Hoy la trama social se ha suicidado asociándose con lo que mueve la hola de la tecnología. Dicen que son los inocentes algoritmos, entre otras cosas, que están ahí para nuestro bien. Tanta consideración debería preocupar.
Y así como cuando vemos al mago en la televisión, con un público numeroso, todos extras, desparecer “frente a nuestros ojos” la estatua de La Libertad y nos preguntamos sorprendidos ¡como lo hizo! La pregunta en sí es ingenua: ¡es un truco!
Pero hay quienes no lo ven.
Y en parte no lo ven por el prestigio y la fe en la ciencia. La nueva fe con sus apóstoles.
Esos apóstoles, así como en la nomenclatura eclesiástica no es lo mismo ser un cura de pueblo a ser un cardenal; los que están en las ligas mayores de las ciencias, ¡abramos los ojos! son unos mercenarios.
¿Quiénes estuvieron tras la investigación de gases tóxicos para usos bélicos en la primera guerra mundial? ¿Quiénes diseñaron las bombas atómicas usadas en Japón? ¿Quiénes en su soberbia, que no se preocupan en disimular, juegan con los genes para todo tipo de cosas?
Ellos y los intereses que los financian ¿ustedes creen que lo hacen por amor al saber?
Soberbia que los perderá. “Ahí donde nace el peligro, nace también lo que salva”, citaba Heidegger a Hölderling, en su pregunta por la tecnología.
La soberbia pariente cercana de la indiferencia. La ausencia de cuestionamiento a sus motivos.
Sus artilugios que los toman en serio, evidentemente.
El hilo de su poder es mismo que el de su flaqueza.
Memoria histórica simple: brillante Leonardo da Vinci es cierto, sin embargo miren sus diseños de artilugios para la guerra. Siempre hay un aforador y quienes se dejan aforar en nombre de “la ciencia”.
Habrán los ingenuos que vean a un Prometeo pero yo lo que veo es al mal; no quiero nombrarlo para no inducir un mal-entendido que suba las acciones ya al alza, de los vendedores de fe que participan del convite.
El caos implica una lógica no esclarecida. A nuestra incapacidad de explicar la nombramos “caos”: lo real como lo imposible de ser simbolizado pero que está ahí como una falta.
Con Platón digamos:
Quod est videre per speculum in obumbratio.
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