Antes de la pandemia ya estábamos complicados, si bien no había contagiados del covid-19, muchos lo estaban de corrupción e inconsciencia; el país sufría estragos por carencia de fondos; y, habíamos iniciado la escabrosa ruta del endeudamiento con los chinos y los multilaterales. Esto empeoró en los dos últimos meses, y puede deteriorarse más. Parafraseo a Paúl Auster en su novela La invención de la soledad: ante una realidad extraordinaria -como la actual-, la conciencia toma el lugar de la imaginación.
La emergencia golpeará duro a los pobres, también a las empresas y actividades que crean trabajo; otro damnificado será el Estado, evidentemente. Pero sucede que solo quien trabaja puede consumir, con lo cual sostiene al mercado y contribuye para financiar al aparato estatal.
El Estado y la burocracia se alimentan del esfuerzo ciudadano; en circunstancias especiales se logra atraer inversión o, exportar petróleo con éxito, pero ya ni con ello contamos, su precio cayó en picada y, por último, acaban de romperse dos oleoductos. ¡Qué diferente hubiese sido si la pandemia nos encontraba protegidos por un sistema de salud sólido y con fondos para la emergencia! Las “mentes lúcidas” asaltaron el futuro colectivo e ignoraron la regla básica: guardar para época de vacas flacas.
El gobierno ya anunció medidas, amén de las críticas que ellas merezcan, demandamos de todas las autoridades consensos y acción política para servir antes que para figuretear; racionalizar el tamaño del Estado; trabajar con el sector privado; usar transparente y eficientemente los recursos; atender prioritariamente al sector social; incentivar y optimizar condiciones para emprender, hacer empresa y producir; recuperar lo robado por los corruptos.
Apestados, chiros y endeudados, así estamos, pero lo podemos cambiar. Ser imaginativos ahora no basta, hay que ser, sobre todo, conscientes de la situación descomunal que vivimos y de las salidas que tenemos. (O)
Texto original publicado en El Telégrafo
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