La globalización ha resultado ser arrolladora, no solo en lo concerniente a la economía y el mercado, sino también cuando se trata de generar condiciones para diseminar un patógeno como el coronavirus, debido a la alta dependencia al desplazamiento geográfico que tiene la humanidad, situación que ha puesto en jaque no solo a la producción e industrias mundiales, a gobiernos de grandes potencias, a los sistemas de salud e información, sino también a la racionalidad de las personas.
Esta pandemia obliga a reflexionar y asimilar algunas lecciones; adicionalmente, recordemos que toda crisis es oportunidad.
Hay que reconocer que ningún país estuvo preparado en inicio para responder efectivamente ante el coronavirus; sin embargo, algunos -como China- contaban con la capacidad y potencial logístico para generar respuestas rápidas y eficaces. Esto ha hecho la diferencia entre evitar una mortandad de niveles inmanejables o que la pandemia allá haya sido frenada.
Otra observación cabe respecto a la reacción de la burocracia a nivel internacional y de los Estados, tanto para comunicar en tiempos de redes sociales y posverdad, como para tomar decisiones que generen tranquilidad y orienten a la gente, lo que plantea la diferencia entre el caos y una emergencia medianamente controlada.
A nivel ciudadano la pandemia genera miedo, ansiedad, pánico, pero en realidad se requiere sensatez, responsabilidad y solidaridad.
Tenemos fortaleza, así que superaremos esta dura prueba, tal como lo hicimos ante el terremoto de abril de 2016 y la crisis de octubre de 2019; pero debemos procesar lecciones, como la necesidad urgente de elaborar planes de contingencia y protocolos en todos los niveles de la administración pública e instituciones, y lograr la optimización del uso de las tecnologías y la inteligencia artificial; de tal manera que logremos estar cada vez mejor preparados para manejar emergencias de toda índole; es la oportunidad que nos queda. (O)
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