La violencia de género está relacionada con un tema de salud mental muy frecuente en todos los países latinoamericanos. Es una situación de agresividad que puede ser de tipo psicológica, física, sexual o financiera.
Hay varios tipos de personas que son agresores en una relación; algunos tienen problemas de alcohol, drogas y de personalidad psicopática; es ahí cuando la relación se torna más complicada. El momento en que la víctima decide abandonar esa situación de violencia es incapaz de hacerlo por las constantes amenazas. El consumo de estupefacientes o el trastorno de la personalidad son factores determinantes a la hora de crear el perfil de un agresor.
Al inicio de la relación sentimental ya es posible darse cuenta si una persona es violenta, cuando se nota que no hay respeto, consideración, existe maltrato físico leve, sumado al aislamiento social y familiar. Este tipo de acciones son opacadas y confundidas por el “amor” que siente hacia el agresor, sin considerar que solo existe una forma de control hacia la pareja.
Las victimas frecuentemente sufren un cambio notorio de actitud: baja autoestima, aislamiento social, depresión, entre otros síntomas visibles por lo que familiares y amigos las motivan a denunciar el maltrato y buscar ayuda psicológica.
La mayoría de mujeres que sufren de estas situaciones prefieren callar por miedo o culpa. El agresor llega a tal nivel de maltrato psicológico que puede hacirle creer que ella es la culpable del maltrato e incluso lo merece.
La agresión es una enfermedad con una curva ascendente; es decir, comienza con insultos, empujones leves, cachetadas y va en aumento que incluso puede derivar en el uso de armas y escenas que pueden terminar en femicidio. Generalmente, el maltrato no solamente se da hacia la pareja sentimental sino también hacia los hijos.
La violencia de género no tiene que ver con un estatus social, económico o educativo; todas las mujeres pueden ser víctimas de una situación de abuso. La Universidad Católica de Santiago de Guayaquil en una invesigación reciente halló un porcentaje bastante alto de mujeres con un alto nivel de eduación y económico con estres postraumático y depresión por situaciones de violencia en sus relaciones sentimentales.
El machismo es un factor cultural que debe trabajarse en toda América Latina, el que determina el rol del hombre como macho, fuerte e imponente. Si bien es cierto el maltrato se presenta generalmente en mujeres, también sufren agresiones los hombres; sin embargo, por vergüenza no son capaces de denunciar debido a que la sociedad ha implantado la idea del “macho fuerte”. Actualmente, el 18% de casos de violencia de género corresponde a hombres.
En el Ecuador no se da la importancia debida al tema por parte del Estado; no hay personal suficiente en la Fiscalía para atender los casos de violencia intrafamiliar; no se brinda soluciones inmediatas para salvaguardar la integridad de la víctima, y los procesos judiciales demoran varios años, por lo que muchos casos terminan en femicidio.
En nuestro país no todas las personas tienen la oportunidad de acceder a un apoyo de salud mental. La mayoría de las víctimas no considera estar en una situación de maltrato porque la costumbre ha normalizado las acciones violentas, las personas que acuden a un soporte mental son motivados por amigos y familiares despues de vivir episodios límites de violencia.
A raíz de estas situaciones han surgido varias organizaciones que brindan ayuda como el Centro Ecuatoriano para la Promoción y Acción de la Mujer (CEPAM) en Guayaquil y Corporación para la Investigación, Capacitación y Desarrollo de la Provincia de Pichincha (COINCAD), entre otras. Sin embargo, no es suficiente debido a que no cuentan con los recursos necesarios para atender a todas las personas que acuden en busca de ayuda y protección.
Es importante recordar a las víctimas que no son culpables de las agresiones y que todo su entorno de familiares, amigos y la comunidad cercana están dispuestos a brindarles ayuda.
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