Un debate, sí a eso se le puede considerar debate, se ha abierto en las llamadas redes sociales a propósito de las deplorables imágenes que dejaron en las playas de Salinas, en la provincia de Santa Elena, los festejos por el Fin de Año y el Año Nuevo: botellas plásticas, latas de cerveza, botellas de licor vacías, basura regada por doquier ante la pasividad de pocos bañistas el día después de la tragedia.
¿La solución para evitar en un futuro reproducir ese tipo de escenas?, privatizar las playas. ¿Quién propició esa especie de debate?, si así se le puede llamar, puede resultar intrascendente, porque igual de tóxico que el llamado chavismo o socialismo del siglo XXI es el de la defensa apasionada de que todo lo privado es mejor, limpio, puro, transparente y honesto. Lo contrario de lo que afirman los socialistas del siglo XXI cuyo fin último es medrar de los recursos públicos, que son de todos, en bien de una élite burocrática.
Cuando el Partido de los Trabajadores de Lula da Silva salía a defender a Dilma Rousseff de las protestas que arreciaron en su contra durante los últimos meses de su mandato, por el despilfarro en megaeventos y megaobras y las denuncias de corrupción, antes del impeachment, lo hacía con cifras como el número de personas que salieron de la pobreza con Lula y Rousseff, con bonos y demás, y que los pobres ya podían comprarse un carro, ante las quejas por el pésimo estado del servicio de transporte público.
El mismo expresidente Rafael Correa dijo en su momento no entender por qué esas personas que supuestamente el PT había sacado de la pobreza no salían a defender a Rousseff. Y llamaba a repensar cómo los gobiernos que él defiende, tipo los hermanos Castro o Daniel Ortega, ayudan y a quién: tarjeta de alimentos al estilo de Cuba o Venezuela tal vez para garantizar la fidelidad de sus partidarios.
En el momento más crudo de las protestas contra Rousseff en Brasil, una imagen dio la vuelta al mundo, era un cartel en medio de una concentración con una leyenda en la que llamaba la atención sobre lo qué es un país desarrollado: uno en el que permite a todos sus ciudadanos optar por usar el servicio de transporte público y no por obligar a las personas a comprarse un carro.
Alemania es el país que tiene las mejores carreteras del mundo, con una señalización impecable, no solo las de primer orden, las grandes autopistas, sino las que cruzan por los pueblos satélites de las grandes ciudades. Y no tiene ni un solo peaje. Ni uno. Y las calles de cualquier poblado, por más abandonado que esté lucen limpias; habrá unas cuantas colillas de cigarrillos tiradas en la calle tal vez, pero pare de contar.
El problema no es privatizar o no, ni se trata de prohibir o no el licor, el tema va más allá y es más profundo. Es un tema educativo. Una persona con una buena educación nunca se atrevería a dejar basura regada en sitios públicos por más pasada de tragos que estuviera. Es un problema de valores, de reconocimiento que el espacio público es de todos y, por lo tanto, debe ser tratado como propio. Cuando reconozco que el parque La Carolina de Quito es el espacio donde paso mis horas de la mañana haciendo bicicleta o trotando voy a ser incapaz de ensuciarlo.
Es un tema en el que, por suerte se están involucrando mucho las universidades con sus estudiantes, dando cabida a temas como la importancia de borrar la huella de carbono de las personas, porque el planeta lo necesita. María José Ayala, docente de la Universidad San Francisco de Quito, explica en DIALOGUEMOS solo uno de los proyectos en el que se está involucrando la academia para hacer del planeta un lugar respirable para las futuras generaciones.
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