Uno de los males que siempre han aquejado a las sociedades es el de la impunidad que, como todo fenómeno complejo posee sus propias causas y efectos. La impunidad denota ausencia de castigo ante actos violatorios de la ley; podría decirse que es la libertad en sentido negativo, la que se ejerce para el propio beneficio afectando a los demás.
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div>Nuestro país adolece de corrupción, pese a los esfuerzos que se hacen en los años recientes para combatirla, aún se percibe impunidad. Políticos mañosos en el poder y desaprensivos empresarios se aprovecharon de la última bonanza económica nacional para cometer todo tipo de ilícitos.
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div>Entre los procesos más sonados constan: Refinería del Pacífico, Odebrecht, Singue, Petrochina, Arroz Verde, Sobornos. Algunos de los delitos que se habrían cometido son: lavado, asociación ilícita, falsificación de firmas, peculado, cohecho, delincuencia organizada, concusión, tráfico de influencias.
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div>Varias son las causas de impunidad; por ejemplo, las mafias creadas entre ciertos actores políticos, empresarios y élites económicas; control político de la administración de justicia, falta de educación en ética y valores, normalización y justificación de lo ilegal, tolerancia al abuso de poder y opacidad en el manejo de recursos, leyes tramposas.
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div>La impunidad genera efectos. Así es caldo de cultivo del populismo y fuente de incertidumbre, arrebata recursos para atender derechos, daña la imagen internacional, ahuyenta inversiones y emprendimientos.
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div>Una sociedad en la que se regodea la impunidad es una sociedad fallida, carente de rumbo, en donde la desesperanza ha ganado, donde el poder fáctico de la delincuencia se ha impuesto al Estado y a la ley, neutralizando criminalmente los ánimos para avanzar en la construcción de una democracia sólida y pujante.
Texto original publicado en El Telégrafo
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