¿Cómo justificamos lo que creemos o no creemos?, ¿cómo justificamos nuestras opiniones éticas o nada éticas como verdades incontrastables? Es una de las preguntas con la que muchos autores se plantean el tema de la posverdad, algo más allá de las fake news, porque consciente o inconscientemente damos cabida a discursos políticos más que a hechos, discursos que cobijan su halo de verdad bajo la premisa de que son sus interpretaciones. No importa cuan incómodas sean, ni cuánto de manipulación exista de por medio.
Un ejemplo concreto, el expresidente Rafael Correa colocó en su cuenta de Twitter:
“Cambio de Webster a Hondt: pura ambición e irresponsabilidad. Atomizan Asamblea. Piensan en cuántos asambleístas pueden sacar y no en la gobernabilidad. Daño es al país
Veremos peores mayorías móviles, pactos de la regalada gana, y hombre del maletín
La mejor respuesta: TU VOTO”.
Ese mensaje tuvo 415 retuits, 570 me gusta y 26 respuestas y las cifras bien pueden seguir subiendo. Todos, al parecer, desconocían de lo que hablaba, solo confiaron en la palabra mesiánica de alguien a quien se aferran todavía. Y dieron por hecho de que los hechos, los cambios en el Código de la Democracia, eran así y no de otra manera. La cuestión es: si inconscientemente el expresidente quería denunciar el método por el que acaparó todos los poderes durante su mandato estaba en lo cierto, pero si deseaba cuestionar los cambios aprobados en la Asamblea, estaba equivocado.
Dos horas después escribió en su cuenta una aclaración: “*Cambio de Hondt a Webster”. Una frase precedida por un simple asterisco. El mensaje tuvo 129 retuits, 206 me gusta y siete respuestas.
Desde la cuenta del expresidente se descalifica a los medios de comunicación ecuatorianos por todo, pero recurre a sus archivos cuando quiere afirmar algo contra la oposición. Los descalifica y luego los cita para cuestionar a un funcionario de Gobierno. Usa al medio al que acusa de no decir la verdad, para afirmar su verdad, desde la tergiversación de los hechos o de su contexto.
Ese es el gran problema del momento, el no haber podido enfrentar el uso político de los hechos en tiempos de redes sociales y de ahí el alarmante resultado del Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes, más conocido como informe PISA, que evaluó a 600 mil estudiantes de 15 años en 79 países Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, durante 2018, donde apenas uno de cada diez estudiantes pudo distinguir entre hechos y opiniones y uno de cada cuatro tuvo dificultades básicas de lectura.
¿Cuántos de estos estudiantes tienen todavía en sus bibliotecas una enciclopedia confiable de lectura obligatoria’, y ¿cuántos consumen solo lo que se dice en Twitter o Facebook o Instagram y lo comparten porque es tendencia, porque es cool, así no diga nada? ¿Cómo diferenciar entre hecho o ficción?, ¿entre hecho o manipulación?
Para Andreas Schleicher, director del programa PISA, la educación no ha estado a la altura de los circunstancias de un mundo en donde lo real y digital van claramente integrados. Hay muchas fake news que hasta pueden ser consideradas chistosas, pero serían incapaces de pasar un filtro serio porque apelan a una inteligencia emocional que busca una justificación para lo que creemos en un público o audiencia determinada. Si el expresidente se cree víctima de una conspiración y no de sus errores nada mejor que replicar sus verdades. Pero ese, lamentablemente, no es un problema exclusivo del correísmo.
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