La trama de los sobornos montada en el gobierno del expresidente Rafael Correa ha quedado al desnudo. No por las revelaciones de la exasesora del expresidente, Pamela Martínez, sobre la entrega de dinero a los asesores del círculo íntimo del correísmo: doscientos mil dólares para acá, trescientos mil dólares para allá, trescientos mil dólares para más allá. Es lo de menos, porque al parecer eran solo minucias en un régimen que se creyó con derecho a sacar dinero a la empresa privada con la dádiva de contratos públicos. De millonarios contratos públicos, por los que se debía pagar peaje. En un gobierno de un expresidente que cifraba en ochenta millones de dólares su honor; que usó 600 mil dólares sacados en un juicio a un banco, en un juicio con un claro abuso del poder político, para comprarse un departamento en Bélgica.
La trama de sobornos quedó en evidencia en el llanto de Pamela Martínez, en su impotencia al verse desprotegida de toda esa maquinaria de impunidad montada en la década pasada, con autoridades de control que rendían cuentas a Carondelet, que reclamaban audiencias para explicar qué hacían y por qué. Nada de lo que la arropaba estaba ya. La estructura de encubrimiento se había desmontado, desmoronado.
La trama de corrupción quedó al desnudo en ese pedido de disculpas públicas que Pamela Martínez, la otrora poderosa funcionaria pública del expresidente Correa, lanzó a su familia, a la familia de su asesora, Laura Terán. Todas las personas a las que servía estaban prófugas o con grilletes. Se quedó sola e indefensa. Tal vez no por su inexperiencia política sino por esa sensación de poder hacerlo todo sin rendir cuentas a nadie.
La trama de sobornos quedó al desnudo y es tanta la sensación de impotencia que deberá existir entre quienes se quedaron a pagar por sus culpas y las culpas de otros que el expresidente se habría atrevido a llegar a Venezuela, donde todavía es protegido por personajes como Maduro o Diosdado Cabello, para dar la idea de que todavía puede recuperar el poder con el grito de Constituyente por acá y por allá.
Fue a Venezuela en silencio, se fue de Venezuela en silencio y seguirá así hasta que desde algún aeropuerto sea detenido o deportado para que responda por sus culpas, pero también por las culpas de quiénes ayudó a caer en desgracia por su excesiva ambición de poder, por creerse el genio de la política y de la economía y las finanzas, sin haber administrado ni creado nunca en su vida una empresa.
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