La denuncia del Tratado Constitutivo de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) aprobada por la Asamblea Nacional el 17 de septiembre, con 79 votos, es la conclusión o el finiquito de la participación de Ecuador en un acuerdo que tuvo un claro origen ideológico, el de aquellos países que por esa época, en el año 2008, conformaban el llamado socialismo del siglo XXI, un proyecto patrocinado por el fallecido presidente venezolano, Hugo Chávez, alrededor del cual se aglutinaron Ecuador, Bolivia, Argentina, Brasil, Nicaragua, Cuba…
El proyecto respondía a determinados intereses, el tener una institución más regional, de países sobre todo de América del Sur, lejos de la influencia de Estados Unidos. La sede la puso Ecuador, $40 millones donados por el ahora expresidente Rafael Correa.
La denuncia lo que hace en realidad es alejar formalmente a Ecuador de los gobiernos que persisten en ese proyecto de Chávez, porque el presidente Lenín Moreno ya anunció la salida del país de Unasur y que la sede, construida en la Mitad del Mundo, será destinada a un proyecto académico, a una universidad indígena.
La Unasur fue pensada por Hugo Chávez como una organización regional capaz de mermar la fortaleza que tenía y tiene la Organización de Estados Americanos (OEA), por un lado, y por el otro para alejar a la región de la supuesta influencia de Estados Unidos. Se fundó sobre la base de que la OEA era una institución caduca que respondía solo a los intereses de Washington.
Pero en estos últimos diez años las cosas han dado un giro radical a nivel económico, comercial, político, social y hasta tecnológico. La integración de los países está orientada hacia otras formas, otros enfoques, con otras directrices de cuando se fundó la OEA, una institución que fue vapuleada, denigrada y calificada por los líderes de ese socialismo del siglo XXI como un instrumento de defensa de los intereses de los Estados Unidos.
Lo cual no es tan cierto. La OEA siempre se financió con los aportes de todos los países miembros, no solo de las tres Américas sino también de los países del Caribe. Ahora son 35 los Estados que integran ese foro cuya sede siempre se ha mantenido en Washington.
Desde décadas atrás se ha criticado el hecho de que la sede de la OEA esté en Estados Unidos y se hablado de una integración más enfocada a los países del sur, pero un problema común, no de ahora sino de décadas atrás, de los países latinoamericanos ha sido la dificultad para conformar un ente regional y político porque nadie se ponía de acuerdo en cuál debía ser la sede por distintos intereses y disputas.
Ni siquiera hubo un acuerdo para trasladar la sede de la OEA a América Latina, solo se pensaba que debía estar en alguno de los países grandes de América Latina, pero hasta ahí llegaban los discursos y la OEA se ha mantenido como la única institución de integración política. Y Washington como su sede, siempre en contrapunto, sobre todo en la década pasada, con los países del llamado socialismo del siglo XXI, por los intereses económicos y particulares de Venezuela.
Venezuela, con Hugo Chávez a la cabeza, además fue el país que más ha intentado minar las bases de ese organismo, porque siempre podía contar, para frenar cualquier resolución, con los votos de los países a los que beneficiaba con petróleo.
En la OEA ningún país cuenta con veto. Eso es lo interesante en ese organismo. Cada país, sea Canadá, Estados Unidos o una isla del Caribe tienen el mismo peso de decisión, un voto. Eso fue muy bien aprovechado por Chávez y Nicolás Maduro después para obtener mayoría en cualquier votación que pudiera afectar sus intereses.
Con la desaparición de Unasur, ahora que siete países han denunciado ese Tratado, lo más lógico sería darle un nuevo impulso a la OEA, fortalecer esa institución, darle un mayor peso político y económico en el contexto internacional. Los países deberían utilizar a la OEA como un instrumento regional más político.
Mientras se fortalecen proyectos como el Prosur, una iniciativa regional a la que se ha sumado Ecuador, o la alianza de los países de la Cuenca del Pacífico por el lado de las Américas, con Chile, Ecuador, Colombia, Perú y México, frente a los países del Asia para impulsar el comercio internacional.
En América Latina la integración siempre fue pensada con un enfoque más económico, con el grupo andino o el Mercosur, porque en sus comienzos la OEA tenía otras preocupaciones, otra agenda, temas candentes como la delimitación de fronteras, las áreas en disputa, pero en la actualidad ese problema no existe, porque hasta lo de Bolivia y Chile tuvo su veredicto final en La Haya.
Nuestras fronteras son formales, donde ya no hay vientos de guerra, aunque persisten conflictos políticos movidos por el chavismo de Venezuela con un Nicolás Maduro movilizando tropas a la frontera con Colombia.
Fortalecer la OEA sería clave para América Latina porque la región se caracteriza por su inmadurez política, por su ingobernabilidad regional, la razón por la que Chávez pudo esparcir su proyecto del socialismo del siglo XXI.
La Unasur fue un reflejo de esa ingobernabilidad, porque en su más de diez años de existencia solo ha tenido como secretarios a Néstor Kirchner y Ernesto Samper, puestos por el socialismo del siglo XXI. No hubo estabilidad, ni acuerdo porque hasta ahora no ha podido nombrar otro secretario, pese al gran edificio que tiene como sede.
Todo el discurso de integración y sus objetivos se fueron desgastando. Unasur nació como un proyecto fracasado, por la forma como se fundó, por un grupo de países que intentaron imponer sus tesis, su ideología, sus propuestas. No hubo respeto a la democracia. Ahí está Evo Morales en Bolivia intentando mantenerse en el poder. En muchos de los países, la visión política e ideológica cambia cada vez que hay una elección.
La OEA se ha mantenido durante siete décadas como la única institución activa de las Américas. Los socialistas del siglo XXI cuestionan que su sede está en Washington, pero la sede de las Naciones Unidas está en Nueva York. Además, siempre hubo intentos y amenazas de llevar a la sede a otro lado, y eso habría sido absolutamente posible, pero nunca hubo un consenso sobre el lugar. Y ahí ha permanecido. Y es el lugar donde más veces se han reunido los países de América Latina, donde se han tratado los temas más delicados, donde cada país tiene un voto, al igual que Estados Unidos y Canadá pese a todo su peso económico.
Lo fundamental ahora sería fortalecer la OEA y ponerla a tono con los tiempos en lo económico, político, cultural, tecnológico, ambiental… La OEA con una nueva agenda más contemporánea, que trate sobre el cambio climático, el calentamiento global…
Parece que el nuevo mundo, rodeado por dos grandes océanos y que cuenta con tantos recursos naturales, tiene aún una gran agenda que cumplir para el bienestar de la humanidad.
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