El sucesor de Theresa May, Boris Johnson, deberá dar sentido estratégico al denominado aislamiento al que ingresará el Reino Unido post Brexit y, a la vez, enfrentar un baño de realidad sobre el peso específico de Londres en el escenario internacional.
Por primera vez en la historia de Naciones Unidas, un Miembro Permanente ha dejado de integrar un órgano principal del sistema, como es el caso de la pérdida de un juez británico en la Corte Internacional de Justicia. La Asamblea General de la ONU también arrinconó al Reino Unido al solicitar que el archipiélago Chagos sea restituido a Mauricio. Integrantes del Commonwealth, en otro ejemplo, han reducido el hábito de buscar orientación en Londres en asuntos internacionales.
La Unión Europea dejó de ser neutral respecto a Gibraltar, calificó la presencia británica como colonial y puso a España en un status preferencial.
Fiel a un estilo poco diplomático, es previsible que el líder del partido conservador no le haga la vida fácil a la Unión Europea respecto al Brexit ni a España con el Peñón. A pesar de haber rendido homenaje en Buenos Aires a los héroes argentinos caídos en Malvinas y de proponer un acuerdo de libre comercio, es poco probable que Johnson pueda impulsar un proceso bilateral demasiado estimulante, en particular con relación a Malvinas.
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