En 1995 cursaba mis estudios de Licenciatura en Educación Matemática; recuerdo que todo era diferente, el profesor era un catedrático, lleno de conocimiento, una especie de erudito, él siempre tenía una respuesta – aunque algunas veces incorrecta-.
Recuerdo también que, los profesores desarrollaban sus clases en la pizarra y al final escribían cuatro problemas matemáticos los cuales debíamos resolver en casa como deber, para reforzar los contenidos estudiados. Al realizar la tarea, todos los alumnos teníamos que esperar una semana completa para volver a ver al profesor, esperar su corrección y darnos cuenta del error. El profesor era el único que podía dar una respuesta “correcta” y decir si el ejercicio estaba bien o mal.
Las matemáticas eran absorbidas como ejercicios de memorización, los profesores presentaban un teorema y después enseñaban la aplicación de los ejercicios. Un método totalmente aburrido, totalmente teórico, lleno de abstracción, sin ningún interés en despertar la creatividad en el alumno.
Hoy en día, una nueva era tecnológica nos invade. El mundo tajante y drástico de las matemáticas ha quedado en el olvido. Ahora existen varios softwares que pueden resolver los problemas matemáticos indicando hasta los pasos y métodos de solución y si un estudiante tiene dudas puede consultar de forma inmediata el error de un ejercicio con tan solo un clic.
Sin embargo, la tecnología no ha sido suficiente para cambiar el concepto sobre esta ciencia. Las matemáticas continúan siendo la asignatura más temida en colegios y universidades debido a su rigurosidad y exactitud; es decir, con todas las herramientas tecnológicas que tenemos seguimos presentando la matemática de manera equivocada.
Ante tal situación, varios docentes hemos cambiado e innovado cada uno de nuestros métodos pedagógicos que nos permiten hacer de las matemáticas un tema más atractivo y dinámico. Soy claro al decir que nuestro rol es sumamente importante, el estudiante va a amar u odiar las matemáticas por la forma en cómo su profesor supo transmitir los conocimientos u objetos matemáticos.
Otra de las realidades que percibo es la forma alejada de ver las matemáticas. Como docente universitario es penoso que los jóvenes continúen preguntándose ¿para qué me sirve aprender matemáticas?, ¿me sirve esto para mi vida?
En la sociedad de la informática y la tecnología es imposible dar un paso sin toparse con las matemáticas. No la usamos solo cuando pagamos, calculamos un descuento o miramos el cuenta kilómetros para decidir si toca una nueva revisión mecánica. El ordenador, el móvil, los transportes, la investigación médica, los bancos o la ecología dependen de ellas. Y eso ha disparado la demanda y la valoración de los matemáticos. Sin embargo, las matemáticas conservan su mala fama.
Comprender las matemáticas nos da autonomía y nos permite ser más autosuficientes, ser más competentes y evitar ser objeto de engaños. Comprender las matemáticas es una forma más de entender el mundo, porque las matemáticas están en todo.
¿Qué ocurriría si una persona no supiera nada de matemáticas? Para ver hasta qué punto necesitamos tener conocimientos matemáticos basta con pensar cómo sería nuestra vida sin esta ciencia y a qué tendríamos que renunciar si nos faltaran.
Además, todas las disciplinas tienen una parte importante de matemáticas que permiten explicar y aplicar teorías: economía, física, psicología, arquitectura o medicina.
En todo caso, mientras no exista la necesidad de mejorar la formación matemática de los maestros para que ellos puedan transmitir este saber y puedan promover un aprendizaje demostrativo, basado en razonar y deducir, en lugar de un aprendizaje memorístico como aún se lo hace, sobre todo en las escuelas, nos seguiremos preguntando ¿por qué tantos estudiantes huyen de las matemáticas?
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