Era su primer enlace sabatino después de su tercera investidura como Presidente de la República, en mayo de 2013. Lo hacía en el parque Samanes y ya con todo el poder en sus manos, dichoso y rabioso contra todos sus opositores y hasta con los desagradecidos GLBTI, declaró su oposición rotunda al matrimonio igualitario y hasta acusó a las minorías sexuales de haber intentado engañarlo con eso del cambio del género en la cédula porque podría conducir peligrosamente al matrimonio civil igualitario.
La Constitución establece que el matrimonio es entre hombre y mujer, dijo y aseguró que en un momento se manifestó a favor de que si alguien por sus condiciones, siendo biológicamente varón y se consideraba mujer, en el Registro Civil pudiera cambiarse de nombre y decir: Mi género es femenino.
Pero luego, ya como Presidente reelegido y con el control de todos los poderes, se dio cuenta de que esa era una estrategia maligna para llegar al matrimonio de personas del mismo sexo. “Lo que siempre he dicho que no estoy de acuerdo”, dijo entre los aplausos de su fanaticada.
Y para rematar, como víctima inocente, acusó a los GLBTI de ingratitud. Les dijo ingratos porque no sabía reconocer que en su gabinete tenía miembros GLBTI como ministras y ministros. Y después pasó la página porque los derechos de las minorías sexuales eran irrelevantes. “Para la inmensa mayoría, temas como matrimonio gay, identidad de género -dijo-, no son prioridades y tenemos que atender a las prioridades de las grandes mayorías”.
Luego pasó a hablar de la cuestionada tesis de grado de Jorge Glas, erigido como sumo sacerdote de los sectores estratégicos y hoy preso por la trama de sobornos de la constructora Odebrecht, al parecer un tema importante para las mayorías, y dijo que un informe de la universidad había ratificado el aporte y la valía de la tesis no solo en el ámbito nacional sino internacional. Y fin del cuento de alguien que se declaró “muy progresista en la parte económica y social, pero bastante conservador en cuestiones morales”.
Ta vez al país le hubiera ido mejor si hubiera sido conservador en la parte económica y se hubiera guardado sus cuestiones morales para él. Es lo mismo que se podría decir ahora de quienes cuestionan una decisión de la Corte Constitucional solo porque no se ciñe a sus valores morales. No basta con tener un amigo gay (o tener ministros GLBTI, como se jactaba Correa) para creerse progresista en materia de derechos civiles, también es necesario reconocer que ese amigo gay tiene nuestros mismo derechos.
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