En la segunda década del siglo XIV, el Gran Maestre de los Caballeros del Templo del Rey Salomón, Jaques de Molay, fue quemado vivo enfrente de la Catedral de Notre Dame por orden del Rey Felipe IV El Hermoso con el aval y la complicidad del Papa Clemente V, bajo la acusación de sacrilegio contra la Santa Cruz, simonía, herejía e idolatría.
Un estudiante de doctorado y dos editores amantes de la simbología y los juegos del intelecto, sospechan que con el conjuro vomitado por Jaques de Molay el día de su inmolación, no terminaba la historia de los Caballeros del Templo, sino apenas se iniciaba. Es el argumento central de una de las novelas mas desconcertantes, mordaces y satíricas de Umberto Eco, El péndulo de Foucault, en la que tiene protagonismo Fulcanelli y El misterio de las catedrales.
Fulcanelli, el seudónimo de un enigmático alquimista, escribió un pequeño libro que vio la luz en París en 1926. En El misterio de las catedrales aseguraba que estas eran un compendio de todos los conocimientos de la alquimia medieval, donde estaban expuestos los principios de la sabiduría hermética en símbolos incomprensibles para los no entendidos.
La planta de las catedrales en forma de cruz la relacionó con el crisol alquímico y los siete medallones de la Virgen en la fachada de Notre Dame con los siete metales del proceso alquímico para la obtención de oro. El arte gótico, afirmó, procedía del término argot, un lenguaje secreto que solo los iniciados conocían. La luz que penetraba en el interior de las catedrales tenía propiedades taumatúrgicas porque las vidrieras filtraban los rayos dañinos del sol.
“¿Quién había dicho que esa aguja de Notre Dame de la Brocante servía para suspendre Paris au plafond de l’universe (para suspender a París en el techo del universo? Todo lo contrario, servía para que el universo quedase suspendido de su propia aguja, es lógico, ¿no se trata del Ersatz del Péndulo?
¿Cómo la habían llamado? Supositorio, solitario, obelisco hueco, gloria del alambre, apoteosis de la pila, altar aéreo de un culto idolátrico, abeja en el corazón de la rosa de los vientos, triste como una rutina, sucio coloso del color de la noche, grotesco símbolo de poder inútil, prodigio absurdo, pirámide insensata, guitarra, tintero, telescopio, prolija como discurso de ministro, dios antiguo y bestia moderna”. Son las horas más angustiosas de Jacopo Belbo, el protagonista de El péndulo de Foucault cuando descubre el plan de los amos del universo.
Fulcanelli, que habría muerto en 1932, en la buhardilla del 59 bis de la Rue de Rochechouart, cerca de la Gare du Nord, había dedicado su vida a desvelar el misterio cifrado en Notre Dame, sus series de 12 medallones y 12 figuras que representan la operación alquímica. Un caballero con armadura y lanza que protege el atanor (el horno donde se prepara la cocción); el cuervo, símbolo de la putrefacción necesaria para la separación de lo puro y lo impuro; un hombre que sostiene un atanor abierto y, en su mano derecha, la piedra…
En lo alto, donde vivía el jorobado de la universal novela de Victor Hugo, está el ángulo de la torre septentrional, rodeado de quimeras; el relieve de un anciano con gorro frigio y capa, que se apoya con una mano en la balaustrada y con la otra se acaricia la barba. En el otro extremo de la isla, la Sainte-Chapelle, erigida entre 1245 y 1248 para guardar las reliquias de la Pasión, entre ellas la Matanza de los Inocentes, que cifra la muerte de la materia prima en manos del mercurio, para su posterior resurrección.
La catedral de Notre Dame, símbolo de la cultura europea, casi fue devorada por un incendio que derribó su aguja y el techo. Delante de su prodigiosa fachada se reunían los alquimistas cada sábado. En Notre Dame se celebró la misa con motivo de la liberación de París, el 26 de agosto de 1944, el momento más importante de la historia contemporánea de Francia, Patrimonio Mundial de la Unesco.
“El fuego está completamente controlado y parcialmente sofocado. Quedan algunos focos residuales por apagar”, dijo el portavoz del cuerpo de bomberos de París. Francia tiene 150 catedrales, pero ninguna se puede comparar la de Notre Dame una joya del arte gótico, cuya historia se remonta 1160, cuando Maurice de Sully, nombrado arzobispo de París, decidió entregar a la ciudad una catedral digna de ese nombre.
Su construcción tardó dos siglos.
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