Escribí este texto para ustedes. Ubicaré mi exposición en tres tiempos…
Hace años, en mis prácticas universitarias de psicología clínica, la casuística me llevó a plantear una tesis en relación a los problemas de pareja. En ese momento hice una primera aproximación a lo que Lacan llama la inexistencia de la relación sexual.
Hoy puedo decir que el malestar en la cultura y lo que se verifica en los análisis es que no hay relación sexual, es decir que algo no anda entre dos, que no hay solución permanente sino esfuerzos, arreglos a medida con el fondo de un imposible… de gobernar, de curar, de educar, freudianos.
Eso que no marcha, que no anda, donde cojea, es el punto donde nosotros anotamos el síntoma:
Ʃ
NRS
El síntoma es algo que sí hay, es una invención ante el agujero que da un estilo al ser hablante; que aún, siendo una muy particular mortificación, incluye lo más vivo y singular: el Uno del sinthome.
Así podemos pensar en dos Unos distintos, el que le interesó a Freud, el Uno de la fusión amorosa; y el Uno de Lacan, que es del sinthome singular, que acaso itera en la repetición. Una cuestión relativa al fin del análisis que he estado trabajando es: cómo, porqué y para qué alguien querría volver al Otro del amor (¿a qué amor?), una vez que se opera desde ese Uno singular y se ha obtenido una nueva satisfacción.
Por otro lado, está el imperio de los Unos solos, sobre lo que puede leerse en los imperativos actuales que exigen a los niños ser líderes, ¿líderes de quién si todos lo son? Esta democracia de empresarios de sí, es lo que Eric Laurent ha llamado individualismo democrático de masa. También, sin consentir al Otro, los sujetos buscan en internet su diagnóstico o van al couching. Estos son efectos del hundimiento del Nombre-del-padre y la tradición, por la alianza del discurso capitalista y la ciencia; en esa vía J-A.Miller señaló que en nuestras sociedades liberales, mercantiles y jurídicas: “aquellos que creen estar completos solos… no saben amar”.
Esto deviene un asunto político y ético, hoy. La apuesta del psicoanálisis es por el síntoma, siendo que éste tiene un pie en el Otro de lo social. A estos síntomas de cuerpo o de pensamiento, los sujetos suelen buscarles nombres en manuales, lo que da cuenta de un cierto intento de identificarse, de pertenecer, de la búsqueda del amor que subyace en todo grupo; mientras los grupos hoy se conforman según modos de goce. Para los analistas se trata de buscar lo que singularmente aqueja/afecta a un sujeto, trabajando en la formalización de una demanda más propia y en que el sujeto consienta hablar a alguien de ese malestar, de ese mal-andar.
Para Lacan, una mujer puede ser un síntoma para un hombre, y un hombre para una mujer: un estrago. Pero, la brecha entre dos no es insalvable. El amor es lo que suple la ausencia de relación sexual. Si la relación sexual no se escribe, lo que se escribirá será poesía, cartas de amor y whatsapps… se cantarán canciones de amor. La transferencia psicoanalítica está tejida de amor, que es el motor y obstáculo de la cura, y soporta una interpretación, que no es amable.
Las canciones dan cuenta de dos soledades, entre las que ocurre el milagro del amor, cuya imagen es una mano que se extiende y otra que la toma. Roberto Carlos cantará:
“Necesitaba oír tu voz y conversar
Que coincidencia cuando más pensaba en ti… Telepatía
Yo te he llamado pero nunca te encontré / Si tú supieras cómo y cuánto te extrañé
Yo necesito tu calor, tu compañía”
Y se responde: “Es telepatía…” Y se pregunta: “O ¿será otra cosa, vida mía?”
Esa otra cosa es el amor: cuando él la piensa, ella lo llama; ¡hasta parece que la relación sexual existe! Cuando lo contingente se vuelve necesario, se quiere más y más… llamados, ¡nunca son suficientes!
Las canciones también hablan del desengaño y el desencuentro, en tanto se escribe y se canta al ausente.
Este miércoles en un concierto, la directora del conservatorio recordó que de inicio bailar vals estaba prohibido y que, luego se permitió bailarlo durante diez minutos. Nunca encontré lo de los diez minutos, pero según mis breves investigaciones, el Oxford Dictionary de 1815 consideraba el vals una danza “desenfrenada e indecente” y fue denostado por gente de moral intachable como Lord Byron en sus escritos.
En 1833 un manual inglés habría desaconsejado encarecidamente que las mujeres solteras bailaran el vals por ser “demasiado inmoral para ser bailado por señoritas”. Incluso Madame de Genlis, institutriz del futuro rey de Francia, afirmó que bailarlo “no puede impedir que su corazón lata desaforadamente” y que, cualquier señorita que lo baile, será conquistada al momento.
Según una última adquisición en la Feria del Libro de Guayaquil Cartas de amor de músicos «Mi ángel, mi todo, mi yo…» (Pahlen, 2017), Johann Strauss (Hijo) fue “el rey de los valses”. El compositor de El Danubio Azul vivía con su madre en el imperio austríaco cuando en el verano de 1859 viajó con su orquesta a Rusia y se enamoró de Olga Smirnitzki, una joven de la alta sociedad del imperio del zar. Y como en una novela, ella estaba comprometida con un alto funcionario, a quien no amaba. Entonces, Olga y Johann debían doblar sus pequeños mensajes de amor cientos de veces y ocultarlos…
De allí les traje un fragmento de la carta que J.S. le escribiera a Adele, su última esposa:
Por la noche
¡Mi ardientemente amada Adele!
Me siento profundamente dichoso, me zumban gozosas melodías en la cabeza, y el corazón desbordante de júbilo y felicidad marcan alegremente el compás… Pero mantener la palabra que te he dado es sagrado para mí por eso tengo que poner freno a la actividad frenética… ¡Tú eres la dueña de mi felicidad, de mi vida!
Abrazándote, eterno tuyo, Jean.
La bella carta da cuenta un compás alegre, de una pasión y la necesidad de poner freno a lo frenético. Estos flechazos dicen de un amor eterno, y al decir de Lacan ¡qué amor sería sino fuera de ese modo! En esa vía, el amor es obra del destino, del Otro, ¡debíamos encontrarnos, estaba escrito en los cielos!
Entre el antiguo vals, que se baila hoy por tradición en las grandes celebraciones, y la música electrónica contemporánea, donde el sujeto baila solo, -si podemos llamar “bailar” a esta iteración pulsional de un individuo solo y sólo aparejado con su droga-, pondremos una salsa.
Elegí de Willie Rosario (1930) Anuncio clasificado o ‘Dámelo’, canción que aún puede oírse en el transporte público, pues da cuenta del movimiento de la demanda y porque al final trae una sorpresa.
Para orientarnos, un grafo de Miller que encontrarán en sus conferencias sobre la Lógica de la vida amorosa:
Pulsión
Demanda al Otro que no tiene (de amor)
Deseo
Demanda al Otro que tiene
Necesidad
Y dice así:
Demanda 1: Un amor romántico.
“Quiero una chica sencilla / Que me hable con ternura / Amable, buena y bella / Con quien me sienta seguro. Por eso he puesto un anuncio / En este clasificado / Contéstame por favor / Si envías tu foto mejor
(Entonces no existen aplicaciones móviles, pero igualmente pide una foto para evitar sorpresas)
Quiero un amor romántico / Que me hable dulcemente / Quiero un amor platónico / un amor diferente
En la primera estrofa se trata de una demanda de amor romántico, recordándonos a Freud y su esclarecimiento de dos vías de elección del $ por a: la vertiente tierna y la sensual; en sus coordenadas de repetición. Pero, inmediatamente entra la soledad y la urgencia, lo quiere ya!:
Dámelo / Tan pronto sea posible/ La soledad me deprime /Disculpa pero insisto / Lo quiero ahora mismo”.
Demanda 2: Un amor sin cuerpo.
“Quiero una chica instruida / Que me ame espiritualmente / Culta, genial, refinada / De veras inteligente / Que sepa usar su cerebro / Hasta un nivel superior / Y descubrir nuevas metas / En el campo del amor.
Quiero un amor telepático… (otra vez la telepatía) / Quiero una amor esotérico / un amor diferente”.
La canción prosigue sin dar señales de buscar algo diferente, él está buscando una mujer del tener.
Demanda 3: Un robot
“No hay una chica que sirva / Que sea como yo la quiero / Yo no confío en las chicas / ninguna es sincera / Por eso he puesto un anuncio / Para encontrar un robot / Que el sexo sea programado /
Quiero un amor higiénico / Y sin problemas de virus / Quiero un amor antiséptico”
No pasa de la impotencia a la imposibilidad, sino que va por el lado de lo útil y retorna a la “necesidad”, sin riesgos, sin deseo. Hoy vemos esta modalidad de “goce del idiota”, sin Otro ni alteridad, en Japón.
Casi al final, sigue pidiendo la que para él sería La mujer: “Que me hable espiritualmente/ Que sea solo mía por siempre… una chica instruida… Que me quiera locamente… Que sea una chica decente…”.
Pero al final, después de su fracaso tragicómico de su búsqueda por el ideal, da cuenta de un cambio de posición, al mostrar su castración: la presencia de una falta que pueda dar lugar a un amor “diferente”, a lo hétero que rechazaba. Entonces dirá: “Y que me enseñe de amor… Estoy dispuesto aprender”.
Si del lado macho de las tablas de la sexuación de Lacan está la excepción del protopadre freudiano y el limitante paratodos de lo fálico; del lado femenino estará la referencia fálica, y un goce suplementario.
Y, ¿el amor femenino? Será erotómano, ilimitado e incluso estragante. Una mujer por amor puede consentir a ser el objeto causa de deseo para un hombre, aunque no sea de su gusto serlo. Las mujeres pueden sacrificar sus bienes, su ser y tener por el hombre amado, ya que su angustia surge en el punto de la pérdida del amor. Así, Medea sacrifica a sus propios hijos para agujerear a Jason, por su desamor.
Algunas canciones intentan decir del amor femenino y del capricho, en tanto fuera de su medida:
“Amor de mujer, es como un juego de azar, te da la buena suerte o te la puede quitar.
Amor de mujer, a veces fuego y a veces cieno / salvaje y tierno, mezcla de infierno y cielo”.
Más allá de Camilo Sesto, podemos decir que las canciones de amor las cantan hombres y mujeres en posición femenina.
Sobre la posición femenina dirá Miller, en Cómo se deviene psicoanalista en los inicios del siglo XXI: “La sexuación femenina atestigua aquí que el sujeto es flexible para hacerse causa del deseo del Otro. El otro día, alguien que podemos llamar una verdadera mujer, en un momento de autosatisfacción me decía: «Con cada uno de mis amantes hago pareja de manera diferente». Es por eso que Lacan podía enunciar que las mujeres son psicoanalistas natas… la posición del analista es por excelencia… femenina”.
A continuación, cuatro anuncios desclasificados sobre el amor, deseo y goce femenino, desde la clínica:
El amor al padre sirve a la histérica como “armadura” para defenderse de su goce Otro, que la desarma. Ante el amor-repetición freudiano y el amor-líquido baumaniano, Lacan muestra una vía inédita de un nuevo amor, tomando como referencia el poema de Rimbaud “A una razón”, en cuyos primeros versos encontramos:
“Un golpe de tu dedo sobre el tambor descarga todos los sonidos e inicia la nueva armonía…”.
Allí podemos “ver” que no se trata de razones, de argumentos de sentido, sino de un signo, de un gesto. Será “un golpe de tu dedo”, lo que marca un cambio de discurso e inicia una nueva armonía. De ese modo, se trataría como en la canción de Fito Páez: del amor después del amor, del padre.
Para concluir, Heidegger en su Discurso de agradecimiento expresó: “apropiadas suenan las palabras que escribí en 1946 a un amigo francés: «El desarraigo es el destino mundial»”. (Saviani, 2004, p. 171); lo que podemos ubicar como un mandato del empuje a La feminización del mundo: ¡todos desarraigados!
El goce femenino puede vivirse y sentirse como un cierto desarraigo. Este goce al ser no-todo y al estar tejido de amor, implica un deseo de pertenecer. La respuesta femenina inconsiste, indemuestra, indecide al superyó contemporáneo y sus imperativos, que vienen de suyo con el discurso universalizante capitalista y la desubjetivación científica. De ese modo, las mujeres, una por una, en algún momento pueden contrariar la clasificación, el algoritmo y la robotización, por amor”.
Una “tesis” psicoanalítica ante la feminización del mundo, el imperio del superyó y el empuje al desarraigo mundial, es que las respuestas femeninas y singulares encarnadas serán las que marquen contingentemente un cambio de discurso: a un mundo más femenino, que quizás se parezca a este rayo de sol.
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