El Consejo Nacional Electoral de Venezuela dio por triunfador al presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, quien corrió por un segundo periodo este domingo 20 de mayo, en un proceso cuestionado por una parte de la comunidad internacional por falta de garantías para asegurar unos comicios libres y justos.
El Grupo de Lima, que reúne a 14 naciones del Continente, el gobierno de Estados Unidos, la Unión Europea y el secretario de la Organización de Estados Americanos (OEA), Luis Almagro, entre otros, se han pronunciado en contra de estas elecciones cuyo resultado era por demás predecible: el triunfo del sucesor del fallecido Hugo Chávez para detentar el poder durante el siguiente quinquenio.
La presidenta del Consejo Nacional Electoral, Tibisay Lucena, proclamó la victoria de Maduro como presidente reelecto. Reconoció, además, que la participación en el proceso fue de apenas el 46,01% y una proyección del 48%. Una histórica abstención. Pese a todo, Venezuela duplicará el tiempo de un régimen que lo ha conducido a la peor crisis de su historia contemporánea.
No cabe duda que el país caribeño es un estado fallido por su decadencia institucional y el deterioro en que está sumido, que se traduce en un fracaso social, político y económico lo cual ha provocado una crisis humanitaria sin precedentes.
Ante este escenario, lo mínimo que se espera de toda la comunidad internacional, incluido el Ecuador, es que desconozca el resultado de las elecciones. El mundo tiene que decir en voz alta que el régimen chavista no es democrático, pues solo la presión internacional –unánime- puede dar paso a una salida jurídica a la actual situación. Recurrir a medios coactivos no haría más que lanzar a un pueblo destrozado a un conflicto en el que todos saldrían perdiendo.
Hasta ahora los ciclos de la diplomacia no han emparejado en tiempo real con lo que ocurre en Venezuela, pero lo último abre la posibilidad de igualarlos y desconocer al gobierno de Maduro, como lo permite el Derecho Internacional. Así no habrá forma de que pueda seguir en el cargo.
Las consecuencias nefastas que han dejado en la tierra del Libertador Simón Bolívar las casi dos décadas de vigencia de esa corriente, deberían convertirse en el espejo en el que tendrían que mirarse los demás pueblos de la región para ahuyentar de sus países ese fantasma.
Al advertir una condena unánime, el Ecuador se vería forzado a pronunciarse en igual sentido porque mantener el respaldo a Maduro lo pondría en una situación muy incómoda. Si bien el presidente Lenín Moreno ha comentado superficialmente la violación de los derechos humanos en Venezuela, tendría que declarar abiertamente su rechazo de acuerdo al sentir de la mayoría de ecuatorianos.
Hasta ahora nuestro gobernante ha soslayado este tema, en una actitud que permite concluir que él no dirige la política exterior sino su ministra de Relaciones Exteriores, María Fernanda Espinosa, quien estos tiempos se halla empeñada en presidir la próxima Asamblea General de Naciones Unidas, para lo cual tiene comprometido el voto de los países donde impera el socialismo del siglo XXI. Duele decirlo, pero es la realidad.
Las consecuencias nefastas que han dejado en la tierra del Libertador Simón Bolívar las casi dos décadas de vigencia de esa corriente, deberían convertirse en el espejo en el que tendrían que mirarse los demás pueblos de la región para ahuyentar de sus países ese fantasma.
La próxima semana habrá elecciones presidenciales en Colombia, luego vendrán las de México y Brasil. Por estos días hay comentarios de que esa ideología podría echar raíz en alguno de esos países hermanos, lo cual sería terrible para sus pueblos que todavía están a tiempo de escoger bien para no correr la misma suerte de Venezuela.
De alguna manera la crisis humanitaria reflejada en los cientos de miles de ciudadanos que a diario atraviesan las fronteras hacia las naciones vecinas, en una huida desesperada de lo que queda del chavismo, debe sentar un precedente en el resto de países; algunos hoy afrontamos las secuelas (económicas, sociales e institucionales) de haber entregado el poder a la tendencia del socialismo del siglo XXI representada por un populismo corrupto.
Por ahora Venezuela es capítulo aparte debido a la falta de garantías sobre la transparencia de sus elecciones, pero de cara a los comicios que se proyectan en los otros países mencionados hay que confiar en que prevalecerá la intuición de sus pueblos para evitar que se repitan estos desastrosos gobiernos.
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