Nunca imagine que podía ser nominado a un premio Nobel. Cuando recibí la noticia por la Universidad Agraria de La Habana- Cuba, quien me había nominado, me llené de regocijo, este no es solo una nominación mía, es de todos los ecuatorianos. Considero que es una recompensa y reconocimiento a los 21 años de ardua investigación, donde me he centrado en explorar metodologías para una agricultura más sostenible con alternativas agroecológicas para un mejor rendimiento de los cultivos y el control de plagas sin químicos ni contaminantes.
Siempre, mi interés ha estado ligado a buscar beneficios ambientales, económicos y sociales para la comunidad.
El solo hecho de estar nominado en la mención de Medicina y Fisiología, ya es un logro. He aportado todos mis conocimientos en beneficio de la humanidad y este reconocimiento lo recibo con humildad. Quiero agradecer a la Universidad Católica Santiago de Guayaquil porque nos abrió las puertas para realizar esta investigación y también agradecer a la Senescyt (Secretaría de Educación Superior, Ciencia, Tecnología e Innovación) por creer en la investigación y financiar el proyecto como tal.
Al inicio del proyecto, tuvimos que enfrentar varios desafíos. Uno de ellos fue el rechazo de las grandes empresas ecuatorianas que exportan químicos insecticidas. Fuimos excluidos de conferencias y congresos a nivel nacional donde, al parecer, pensaban que “los íbamos a sacar del negocio”; no teníamos espacios de plantación para poner a prueba nuestra investigación y eran muy pocos los agricultores que creían en el proyecto. En Ecuador fue difícil conseguir apoyo. En junio del 2018 recién pudimos obtener la patente de este proyecto que ya llevaba cinco años.
Sin embargo, a nivel Internacional, el interés ha sido impactante. He tenido la oportunidad de presentar el proyecto en países como España, México, Cuba y Tailandia.
Sin duda, una de las personas que ayudó a continuar con el proyecto desde sus inicios es la arquitecta María Eloísa Velázquez, directora del Sistema de Investigación y Desarrollo de la Universidad Católica Santiago de Guayaquil. Su ayuda fue determinante para ver los frutos en el desarrollo de esta investigación.
En el 2014 arrancó el proyecto de agua ozonizada para controlar la sigatoka. Este gas purifica el agua al erradicar hongos, virus y bacterias que afectan a las plantaciones de banano. En la primera fase se prepararon bombas de motor para rociar pequeñas plantaciones de banano en Pasaje, en la provincia de El Oro; Tres Postes, en Guayas, y Baba, situada en Los Ríos.
En una segunda fase abrimos la sustancia con ozono a grandes haciendas, con más de 50 hectáreas de banano y diseñamos un sistema para que se incluya el ozono en el equipo de riego de las bananeras grandes y así no exista la necesidad de fumigar con bombas de motor
Su efecto es oxidar las paredes del micelio del hongo, lo que no le permite producir las esporas para reproducirse; en consecuencia, la enfermedad no se disemina.
La sigatoka causada por el hongo (Mycosphaerella) , ocasiona pérdidas a los agricultores debido a que después del petróleo, el banano es el principal producto ecuatoriano de exportación. Con esta enfermedad, el racimo no alcanza los estándares de exportación.
Una bananera fumiga un promedio de 30 veces al año y gasta en este rubro entre $70 y $80 dólares por hectárea. La fruta está cargada de químicos que luego van al interior de los humanos que la consumen.
El ozono, en cambio, se disuelve o se evapora en el ambiente luego de 45 minutos de ser liberado. Es tiempo suficiente para controlar la plaga. Después se convierte en oxígeno, evitando cualquier problema de contaminación.
La solución ozonizada, alarga la vida del fruto hasta por 21 días, logrando que sea más competitiva para su exportación.
Tenemos otros proyectos de investigación que estamos desarrollando junto a varios agricultores. Por ejemplo, el uso de la semilla del piñón (Jatropha curca) como un excelente insecticida orgánico que puede remplazar a los productos químicos que afectan la salud.
El uso de químicos, en los últimos 60 años, ha traído enfermedades catastróficas en toda la población rural.
Fuimos invitados por la Universidad de Tailandia para hacer un proyecto conjunto con esta metodología, para controlar una enfermedad peor: el Fusarium oxysporum raza 4, el mal de Panamá, que viene arrasando con cerca de 200 mil hectáreas en Asia y África.
Poder ser parte de este gran proyecto conlleva mucha responsabilidad, sin embargo, es un reto que he aceptado para continuar con la difusión de la ciencia desde Ecuador.
Mientras llegan los días próximos al viaje (a Estocolmo donde se develará el nombre del ganador del Nobel) sigo combinando mi tiempo como docente e investigador, sin dejar de lado mi pasión por la agricultura.
Aparte de la docencia, como Ingeniero agrónomo y director del Instituto de Investigaciones y Transferencias de Tecnologías de la Facultad Técnica para el Desarrollo de la Universidad Católica de Santiago de Guayaquil, también soy agricultor.
Fui agricultor bananero, productor de cacao, agricultor de cultivo palma africana y ahora tengo experiencia en cultivos como arroz, maíz y soya. Mi lugar de trabajo preferido es, sin duda, el campo.
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