Existen cuatro etapas que todas las parejas que se terminan separando atraviesan, según un artículo de Sebastián Girona, publicado en Clarín. Estas etapas no duran un tiempo exacto y cada pareja pasa por ellas de forma y con tiempos diferentes.
En general, según Girona, los integrantes de un vínculo intentan hacer algo en la etapa tres o, incluso, en la cuatro; cuando esto sucede, suele ser demasiado tarde para que la relación evite el final. De todos modos siempre es importante que los dos integrantes de la relación puedan “ver la misma película”, y no películas diferentes.
Ambos integrantes de la pareja, o uno solo, se empiezan a dar cuenta de que la relación tiene problemas graves. Temas serios a trabajar que no todas las parejas tienen. Cuando uno solo lo nota, el que no lo ve tiende a decir “pero si tenemos los mismos problemas que cualquier pareja de nuestra edad”. Esto es peor, porque se pierde tiempo en unificar el diagnóstico y se desperdician momentos preciosos para intervenir. Cuanto más temprano se haga algo, mejor será el pronóstico.
En estos momentos los integrantes de la relación, o por lo menos uno, empiezan a sentir que hablar de los problemas que tiene la pareja ya no sirve. Aparece el típico pensamiento “para que se lo voy a decir si no cambia nada y todo sigue igual…” Cuando sucede eso la pareja empieza a descartar la principal herramienta que tiene cualquier vínculo para solucionar una diferencia: el diálogo. Este último es el “oxígeno” de la relación y la palabra nos da una idea de lo imprescindible que es. Cuando esto sucede, los integrantes de la pareja empiezan a sentirse desbordados por la situación y, en ese escenario, el vínculo puede comenzar a ser un calvario.
Los integrantes de la relación empiezan a vivir cada uno por su cuenta. Ya no comparten proyectos ni mucho menos. En el día a día cada uno va a su tiempo sin importarle lo que le pasa al otro. Así, se produce el “desenganche emocional” y los pensamientos que cada uno tiene acerca del otro (y de la pareja) son completamente negativos. En esta etapa se suele perder esa cuota de admiración mutua, fundamental para que las cosas vayan bien.
En esta etapa, la última, nos sentimos solos a pesar de estar en una relación. El que siente esto se siente más solo o sola al estar con su pareja que si estuviera realmente sola o solo. Volver de esta sensación es muy difícil, y cuando se presenta esto la pareja tiene “pronóstico reservado”.
Los antídotos, según Girona, están en las mismas etapas. Retomar el diálogo, volver a compartir, intentar recuperar la conexión, la admiración y el respeto mutuos. No es fácil, pero se puede si hay voluntad compartida.
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