Ni siquiera vale la pena recordar las acusaciones de entreguistas, derechistas, anexionistas (la más curiosa de todas sin duda) de las personas que en redes sociales manifestaron su malestar por la visita del vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, y la colocación de la bandera de ese país en Carondelet.
Desde su punto de vista son anexionistas los que ven como normal la visita del representante de un gobierno y normales y hasta demócratas (por su curiosa concepción de democracia) los que ven como normal la visita del representante de un gobierno como Bielorrusia o Turquía conocidos por los flacos favores que le han hecho al mundo en materia de derechos humanos y libertades.
Su reclamo principal fue crucificar a Pence por su política migratoria en la frontera con México, sin pararse a pensar que fueron los propios ciudadanos de ese país los que están condenando esa administración por ese punto en particular, porque en las democracias hay la desobediencia civil y la independencia de poderes, negados por aquellos que llaman anexionistas y de derecha a los que ven como como normal la visita del representante de un país.
No vale la pena recordar eso. Pero sí el miedo de Nicolás Maduro. Su ira. Su rabia. Esa que habla de diálogo cuando busca el reconocimiento, de las democracias a las que tanto odia, a un proceso que tilda de democrático porque lo mantuvo en el poder, e insulta a los que le hablan de respeto a la democracia.
Maduro ha entrado en un callejón sin salida. Nadie en su sano juicio le reconoce como un gobierno salido de un proceso democrático. Llamó culebra venenosa a Mike Pence porque acorralado como está o como se siente habla de sentir más claro cuál es el camino, ¿derrotar la hiperinflación que expulsa día a día a millones de venezolanos? No.
Maduro siente miedo. Su círculo, relacionado con casos de narcotráfico y tráfico de armas, siente miedo. Y por eso recurren a Premios de Periodismo y demás para hablar de democracia, para hablar de las culebras venenosas que acechan a su gobierno. Premios de Periodismo que buscan hacer del oficio más bonito del mundo una cloaca.
La visita de Mike Pence pudo recordar eso. Que aquí en la región hay dictaduras que se creen eternas; que hay dictaduras que se creían superadas, pero que en realidad solo superaron a las dictaduras de los años setenta y ochenta porque pretenden ser reconocidas por un voto democrático que no tienen, al igual que en el bloque oriental construido por Stalin. Por suerte en América Latina no hay un Stalin ni lo habrá porque la única que ha avanzado a pasos agigantados en esta la era de la globalización es la educación.
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