En las redes sociales se divulgó el fin de semana un video en el que aparecía un docente, al parecer bastante popular por las secuelas del hecho, golpeando con un palo a siete estudiantes de primero de bachillerato del colegio Mejía. Inmediatamente, no podía esperarse otra consecuencia, la subsecretaría de Educación de Quito, María Augusta Montalvo, informó que el inspector fue separado de las aulas de la institución educativa, al evidenciarse el maltrato físico hacia los alumnos.
La causa y efecto esperados. Lo que nadie esperaba era la reacción de los padres de familia de la institución y de los mismos estudiantes que el lunes salieron a mostrar su apoyo al docente con el argumento de que con esa pedagogía del maltrato, si se la puede llamar así, había formado a varias generaciones. El argumento para la defensa de la agresión brutal, porque es la de una autoridad en un establecimiento educativo contra unos estudiantes que van ahí a estudiar, fue que con esos métodos los estudiantes aprenden valores y disciplina.
Tan solo suponer que la agresión física contra los estudiantes es un método pedagógico para enseñar valores y disciplina es una simple aberración. Algo está mal en una sociedad donde hay gente que supone lícita la posibilidad de trasladar supuestos derechos del hogar al colegio, porque quienes pretenden hacer creer que un docente tiene derechos para golpear a un estudiante y así inculcarle supuestos valores están reconociendo también que sus entornos familiares, sus hijos, pueden ser víctimas de un comportamiento violento en sus hogares.
Es el reconocimiento del traslado de la violencia del hogar al colegio.
Las autoridades educativas necesitan sentar un precedente para que ningún docente se crea con derechos a inculcar valores o disciplina a punta de golpes. El estribillo de la letra con sangre entra debió estar erradicado por completo de la pedagogía escolar.
La letra no entra con sangre, la sangre solo crea traumas psicológicos difíciles de asimilar entre las víctimas. La década pasada fue ejemplo de violencia institucionalizada desde el poder. Antes desde el poder político, ahora desde el poder del supuesto docente con los mismos métodos arcaicos.
No se puede aceptar la legitimación de la violencia provenga de donde provenga, porque sería aceptar como prácticas normales el bullying y el mobbing en la escuelas, la agresión física y sicológica ya no solo entre estudiantes, ahora de los profesores a los estudiantes. Y eso es inaceptable desde todo punto de vista. No es posible banalizar un hecho como el registrado en el colegio Mejía, no se puede dejar hacer, dejar pasar.
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