Quito no se asienta sobre una falla geológica sino sobre un sistema de fallas. Eso ya lo había explicado Gabriela Ponce, del Instituto Geofísico de la Politécnica. El sábado 2 de junio los quiteños fueron sobresaltados con un nuevo temblor está vez con epicentro en Puembo, en el mismo lugar donde tuvo su epicentro el sismo del 8 de agosto de 2016 con una magnitud de 4,7 grados en la escala de Richter.
Los sistemas de socorro de la ciudad actuaron a tiempo con un monitoreo inmediato de los posibles daños. Eso porque hay una larga preparación no solo en Quito sino en las grandes ciudades del país, producto del sinnúmero de movimientos telúricos, pero nunca será suficiente.
Los planes de contigencia deberían ser una preocupación permanente tanto de las autoridades locales como nacionales, porque una vez que pasa el temblor, si no hay daños, es como si nada hubiera pasado entre la población, una anécdota más para el café del domingo en la mañana.
¿Cuántas personas todavía conservan en sus hogares sus mochilas de emergencia? ¿Cuántas familias tienen sus planes de evacuación actualizados? ¿Cuántos hogares saben a dónde acudir, a quién llamar o cómo comunicarse en caso de un desastre de esa naturaleza? ¿Cuántas personas saben cómo actuar en caso de que un evento así se registre cuando asisten a un evento masivo?
Los sismos, lamentablemente, no avisan. Son invitados inesperados que pueden causar mucho daño si no hay una preparación adecuada entre la población.
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