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Sergio Ramírez dedica su Premio Cervantes a los nicaragüenses asesinados por reclamar justicia

lunes, abril 23, 2018
“Como novelista no puedo ignorar la anormalidad constante de las ocurrencias de la realidad en que vivo. Cerrar los ojos es traicionar el oficio”, dijo
Tiempo de lectura: 2 minutos

“Escribo entre cuatro paredes, pero con las ventanas abiertas”, dijo Sergio Ramírez en Alcalá de Henares en su discurso de recepción del Premio Cervantes. Por esas ventanas se ha colado estos días la sangrienta represión de los que protestan en Nicaragua contra la reforma de la Seguridad Social decretada y luego derogada por el Gobierno de Daniel Ortega. Los modos dictatoriales de sus excompañeros sandinistas —Ramírez fue vicepresidente de su país hasta 1990— llevaron al premiado a saltarse el protocolo literario.

Ramírez subió al púlpito del Paraninfo de la Universidad de Alcalá con un lazo negro en la solapa, ahí abrió una carpeta celeste y dijo: “Permítanme dedicar este premio a la memoria de los nicaragüenses que en los últimos días han sido asesinados en las calles por reclamar justicia y democracia, y a los miles de jóvenes que siguen luchando sin más armas que sus ideales porque Nicaragua vuelva a ser república”.

“Como novelista no puedo ignorar la anormalidad constante de las ocurrencias de la realidad en que vivo. Cerrar los ojos es traicionar el oficio”, dijo, según cita El País, para reivindicar el protagonismo que su literatura reserva a los ignorados por la historia, aquellos que caminan “hacia las fauces que los engullen”, víctimas de un poder que “no lleva en su naturaleza ni la compasión ni la justicia y se impone por tanto con desmesura, cinismo y crueldad”.

A través de los siglos, la historia se ha escrito siempre en contra de alguien o a favor de alguien. La novela, en cambio, no toma partido, o si lo hace, arruina su cometido Sergio Ramírez

Sergio Ramírez abrió su discurso invocando los nombres de paisanos suyos como Carlos Martínez Rivas, Ernesto Cardenal, Claribel Alegría y Gioconda Belli —poetas enormes de un país donde “todos somos poetas de nacimiento”— y lo cerró agradeciendo su trabajo de años a Pilar Reyes, su editora en Alfaguara, a Antonia Kerrigan, su agente, y a Juan Cruz, periodista de El País, “que supo armarme de nuevo con las armas de la literatura cuando regresaba de otras lides con la lanza quebrada”.

 

“A través de los siglos, la historia se ha escrito siempre en contra de alguien o a favor de alguien. La novela, en cambio, no toma partido, o si lo hace, arruina su cometido”, había dicho el galardonado poco antes. “Una novela es una conspiración permanente contra las verdades absolutas”.

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